lunes, 12 de diciembre de 2011

El Amor disuelve la ilusión de la separación


La mañana del 26 de diciembre de 2009 sonó el timbre del interfono de mi casa. En mi ciudad era un día festivo, por lo que antes de contestar pensé que quizá se trataría de alguna equivocación. Por la pantalla del interfono pude ver a un señor amable que se identificó como testigo de Jehová y me invitaba a conocer la Biblia a través de unas revistas que llevaba. Le agradecí mucho su visita pero le comenté que yo ya conocía la Biblia. Amablemente se despidió.

Fueron unos breves segundos de conversación, pero como es de imaginar, pasaron por mi corazón los más contradictorios sentimientos. Sobre todo, porque reconocí al hombre que acababa de llamar a mi casa en un día frío y lluvioso. Él es un testigo de Jehová de mucho tiempo, que en su juventud pasó once años en prisión por no hacer el servicio militar. De hecho su experiencia apareció en un libro escrito por un periodista español durante los pasados años setenta.

Yo no sé si quien lea esto puede llegar a comprender que, si por mí hubiera sido, lo hubiera invitado a pasar, lo hubiera abrazado con todas mis fuerzas y con hospitalidad le habría invitado a hablar de miles de cosas.

Sin embargo reconozco que quizá eso hubiera sido muy difícil, que un frío telón de acero se hubiera interpuesto inexorablemente entre los dos.

Pero es eso lo que más me duele profundamente en el alma: que los hombres tengamos suficiente religión como para crearnos barreras entre unos y otros, que seamos capaces de odiarnos o incluso matarnos, pero que no tengamos suficiente religión como para amarnos unos a otros. Es obvio que las razones que mueven a las personas a actuar de cierto modo son realmente muy diversas, y que las relaciones humanas son a menudo complejas y difíciles.

Sin embargo, mi oración permanente es que algún día eso cambie; que la hermandad humana llegue a ser una realidad tangible y que la religión signifique solo paz, unidad y un bálsamo para el alma de todos los hombres. Quizá esté deseando una simple utopía, pero siempre me resultará imposible dejar de recordar la ferviente oración de Jesús de Nazaret en el huerto de Getsemaní:
Padre, que ellos sean uno como tú y yo somos uno.- Experiencia de Esteban López

Nota: Esteban fué testigo de Jehová, y evidentemente el encuentro con un ex hermano de la confesión produjo estos sentimientos encontrados.

A menudo, cuando algunos se topan con desasociados, o hay quienes se encuentran con religiosos de otras confesiones hay un bloqueo. La razón es que se predica y existe un amor de fotocopia, un amor no real, una separación provocada por la Religión Organizada. Un muro se apodera de los sentidos y el cuerpo responde.

Por esa razón, Jesús de Nazaret NUNCA fundó una religión cerrada. El creía que la Humanidad era una familia, que todos son HIJOS DE DIOS. Qué todos somos realmente hermanos.

La religión provoca esa separación ilusoria. El Amor en cambio nos une y disuelve la ilusión de la separación.

Las congregaciones cristianas agrupaban a quienes conocían y descubrían esa fraternidad humana, pero no eran un círculo cerrado, eran una fuerza que recordaba que toda la población podía descubrir esa realidad. Las congregaciones solo unían los esfuerzos de los que individualmente descubrían la Paternidad de Dios, para luego actuar como una fuerza que podría haber cambiado el Mundo.

Pero fue sembrada la Mala Hierba de la cizaña. Solo lo que viene del Diablo provoca división, separación y confusión. Solo lo que proviene de Dios provoca unión y amor.