viernes, 20 de enero de 2012

Sobre los "Privilegios"

La Religión que fundó Jesús de Nazaret realmente no era una Organización nominal, ni siquiera una superestructura editorial ni nada semejante. Su Iglesia ciertamente estaba organizada a nivel interno en varias congregaciones, pero cada congregación podía diferir incluso en aspectos doctrinales. En el primer siglo las congregaciones gentiles se habían separado de ciertas observancia de la Ley, pero en Jerusalén y Judea hasta el año 70 E.C existió una fuerte atadura a esas costumbre. Lo importante era que la unidad espiritual prevaleciera, y mientras las congregaciones aceptasen a Cristo como su Señor y Salvador, los accesorios externas irían desapareciendo gradualmente.

La Religión de Jesús era realmente una familia. Y el mundo entero mediante el Evangelio estaba llamado a descubrir que era parte de esa familia. Cuando un incrédulo aceptaba las Buenas Nuevas se congregaba con quienes también habían descubierto su filiación con Dios. Esto lo hacía por una fuerza interna, no por una presión para pertenecer a un grupo social u organización poderosa humana.

En el primer siglo los privilegios en las congregaciones siempre tenían que entenderse como rasgos espontáneos de servicio al prójimo y no como títulos formales.

La palabra griega “diákonos” significa, literalmente traducida, “servidor”. En el pueblo griego, en la época en la que se formó la primitiva Iglesia.

Para ellos, el título no era un programa ni tampoco era aprobado por un Comité de Sucursal en la nación.  El diácono es un servidor como Cristo. Jesús había dicho: “Cualquiera que quiera ser grande entre ustedes será el servidor de ustedes.” (Mt 20:26) y también: “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos.” (Mc 10:45). Esto demostraba que de forma natural, y sin formalidades mayores, quienes querían servir a otros ya comenzaban su ministerio de diákono. La congregación o algún misionero simplemente ratificaba ese ministerio, pero carecía de un halo formal, como si fuera el ascenso dentro de una empresa.  En el fondo, todos eran una familia, y los auxiliadores prestos (hombres y mujeres), comenzaban a perfilarse como diákonos.

 El cargo en la Iglesia es, por lo tanto, un servicio. No lo son para valer más o para tener más poder o prestigio, sino para servir más. En el mundo occidental la expresión “privilegio” puede entenderse mal. A menudo alguien con privilegios se entiende que tiene ventajas o aspectos exclusivos sobre otros. Por eso es un privilegiado. Por lo tanto, dicha expresión debería analizarse por los gestores de las religiones. A menudo crea una falsa imagen en quienes aspiran a esos servicios. Por esa razón hay tantos problemas cuando hay quienes pierden sus “privilegios”. Lo toman como degradaciones de cargo dentro de una empresa. Esto ocurre especialmente en la Watchtower.

Muchas veces todavía se piensa y se escucha que el diácono es una ayuda o sirve al Anciano. La idea del diácono-servidor no es esta. Al diácono no se lo debe considerar como un servidor del anciano o pastor. Es un servidor directo del Pueblo de Dios y de los pobres. Considerarlo como un servidor del párroco, anciano o pastor, es abusar del diácono, porque la misión y las tareas del diácono son otras, y no existe para suplirle o para ayudarle al anciano.

El servicio del Siervo Ministerial o Diakono es paralelo al del Anciano. Ambos sirven directamente a la congregación pero con leves cambios sutiles.

 El diácono no está subordinado al Anciano, como en un ejército el mayor es el subalterno del coronel. Al contrario, los dos ministerios eclesiales tienen que servir de manera fraternal e igualitaria al Pueblo de Dios.