viernes, 6 de enero de 2012

"Un Pueblo para su Nombre"

En entradas anteriores hemos recordado como las letras hebreas del Nombre de Dios tienen una relación con nuestro ADN, y por ende, con la aparición de cada uno de nosotros. El nombre de Dios está incorporado en nuestra existencia en la forma en que "llegamos a ser". Efectivamente "El causa que llegue a ser" nos crea y produce personalmente.  Este hecho demuestra que los Nombres hebreos tienen que ver con su significado, más que meramente una pronunciación.

 ¿Es posible intentar ver más allá de los simplismos? ¿Podemos comenzar a tener una comprensión más profunda de las cosas? Cómo sabemos, el sonido o pronunciación exacta del Nombre de Dios se perdió en la bruma del tiempo. Si quiséramos saber exactamente como se pronuncia el Nombre del Altísimo tendríamos que haber vivido en la época de Moisés y haber aprendido la fonética e incluso respiración correcta para pronunciar un idioma que hoy se escribe en paleo carácteres.  Por lo tanto, no hay una forma correcta de dirigirse a Dios de forma precisa. Lo más importante es que en el interior de nuestro corazón le identifiquemos de esa forma, incluso si deseamos llamarlo por su Nombre. Asi, no hay nada incorrecto en que un cristiano use el nombre de "Jehová", si él en su interior sabe que se dirige al Dios Verdadero. Por lo tanto, no podemos cuestionar la utilización de Jehová al referirnos a Dios. Sin embargo, es bueno que no perdamos de vista algo mucho más importante:
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Notemos lo que escribió el Profesor G. T. Manley:
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"Un estudio de la palabra “nombre” en el Antiguo Testamento revela cuánto significa esa palabra en hebreo. El nombre no es una simple etiqueta, sino que es representativo de la personalidad real de aquél a quien pertenece".
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El “conocer el nombre de Dios” significa, pues, mucho más que simplemente conocer la palabra que lo designa. Para entender esto necesitamos comprender lo que significa la expresión “nombre” en las Escrituras y a lo que realmente se hace referencia por el “nombre” de Dios. A menudo limitamos en nuestro pensamiento la expresión “nombre” a una palabra o expresión que distingue a una persona o a una cosa de otra, lo que generalmente se conoce como “nombre propio” o “apelativo” tal como “Juan”, “María”. Este es el uso más común del término “nombre” en el habla diaria.
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Sin embargo, un Nombre en la Biblia puede tener un significado mucho más amplio y vital que el que se le asigna comúnmente. De hecho, cada nombre hebreo tiene significado. Los que son testigos de Jehová pueden verificarlo con los nombres que aparecen en la Obra Perspicacia.

Por lo tanto, en última instancia, pues, al hablar del “nombre” de uno, la verdadera referencia puede ser no sólo una palabra o expresión utilizada para designar a un individuo, sino la persona misma, su personalidad, cualidades, principios e historial, lo que él mismo es. Por consiguiente, sería correcto afirmar que, aunque conozcamos el nombre con el cual se llama a una persona, si no la conocemos por lo que verdaderamente es, no conocemos en realidad su “nombre” en el sentido real y vital. El “conocer el nombre de Dios” significa, pues, mucho más que simplemente conocer la palabra que lo designa. Y puesto que la palabra o sonido se ha perdido, más que esforzarnos por una repetición mecánica o creer que la frecuencia con que se usa la palabra nos hace especiales, deberíamos tener una comprensión más madura y profunda del Nombre, sus cualidades y propósitos, en el fondo, la persona misma.
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Podemos entender esto por el hecho de que el término “nombre” se utiliza de manera idéntica con referencia al Hijo de Dios. Cuando el apóstol Juan escribe “a cuantos sí lo recibieron, a ellos dio autoridad de llegar a ser hijos de Dios, porque ejercieron fe en su nombre” (Juan 1:12), Juan no se está refiriendo simplemente al nombre “Jesús”. Se refiere a la persona del Hijo de Dios, a lo que Él es como el “Cordero de Dios”, a su posición divinamente asignada, como Redentor, Salvador y Mediador en favor de la humanidad. Reconociendo esto, en lugar de “ejercieron fe en su nombre”, algunas traducciones leen “creyeron en él ".
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 ¿Probaría que uno es un creyente genuino en Cristo, o su seguidor verdadero, el mero uso del nombre “Jesús”, o incluso el pronunciar frecuentemente ese nombre, o el llamar permanentemente la atención sobre este nombre literal? Obviamente, ninguna de estas cosas por sí misma probaría que uno es verdaderamente un cristiano. Ni tampoco significarían que verdaderamente se está “dando a conocer el nombre” del Hijo de Dios en el sentido real del texto bíblico. Millones de personas hoy día emplean y pronuncian regularmente el nombre “Jesús”. Sin embargo, muchos de ellos representan de forma errónea, y de hecho oscurecen, el “nombre” verdadero y vital del Hijo de Dios, porque su conducta y derrotero están muy lejos de reflejar sus enseñanzas, su personalidad o la clase de vida que Él ejemplificó. Sus vidas no demuestran una conducta consistente con fe verdadera en su poder para proveer redención. Eso, y no el empleo de una palabra particular o un nombre propio, es lo que está involucrado en “creer en su nombre”.
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Lo mismo es cierto con relación al empleo del nombre “Jehová”. No importa cuán frecuentemente algunas personas, o una organización de gente, puedan pronunciar ese nombre literal (alegando una rectitud especial en virtud del uso repetido de ese nombre), si no reflejan genuinamente en actitud, conducta y práctica lo que la Persona misma es—Sus cualidades, caminos y normas—entonces no han llegado verdaderamente a “conocer su nombre” en el sentido bíblico. No conocen realmente a la persona o a la personalidad representada por el Tetragrámaton. El uso de tal nombre no pasaría de ser un mero servicio de labios.
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Cómo he dicho antes, los cristianos si desean pueden usar la expresión Jehová, pero ésto no les garantiza convertirse en personas que tienen una relación estrecha con Dios, ni menos que puedan tener una condicon "especial" por el mero hecho de pronunciar más el nombre. De igual forma, el “alabar su santo nombre” o “santificar su nombre” no significa simplemente alabar una palabra o expresión particular, pues ¿cómo puede uno ‘alabar una palabra’ o ‘alabar un título’? Más bien, significa claramente alabar a la Persona misma, hablar con reverencia y admiración de Él y de sus cualidades y caminos, verlo y respetarlo a Él como Santo en sentido superlativo.
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 ¿Por qué el Espíritu Santo en la época cristiana no le dió la misma proporcionalidad o énfasis al uso del Nombre, como en la época pre-cristiana?
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Cuando nosotros como humanos damos a conocer nuestro nombre personal a otros, a ese grado nos revelamos a ellos—dejamos de ser anónimos. Tal revelación también tiene el efecto de producir el inicio de  una relación personal más íntima entre las personas, eliminando hasta cierto grado la sensación de ser extraños entre sí. Sin embargo, es solo el inicio, la partida.
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Al revelarse a sus siervos y a otros en los tiempos precristianos, Dios utilizó predominantemente, el nombre representado en el Tetragrámaton (YHWH).  La revelación de su “nombre” en el sentido veraz, crucial y vital llegó a través de Su revelación a ellos como Persona suprema, todopoderosa, santa, justa, misericordiosa, compasiva, veraz, con propósito, que cumple sus promesas. Pero ésta manifestación solo fué general y no de forma completa.
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Por ejemplo, cuando las personas a las que inicialmente nos presentamos por nuestro nombre  llegan a conocernos por lo que somos, por lo que creemos, por las cualidades que poseemos, por lo que hemos hecho o estamos haciendo, es entonces solamente cuando llegan a conocer nuestro “nombre” en el sentido más importante. El nombre personal que llevamos es en realidad poco más que un símbolo; no es el “nombre” de verdadera importancia.
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Por lo tanto, la revelación sobre el Nombre de Dios efectuada en ese tiempo fue menor comparada con la que habría de venir. Es con la venida del Mesías, el Hijo de Dios, que la revelación majestuosa del “nombre” de Dios llega en sentido completo. Como lo dice el apóstol Juan:
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Nadie ha visto jamás a Dios; su Hijo único, que vive en íntima comunión con el Padre, es el que nos lo ha dado a conocer. - Juan 1:18 Versión popular.
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A través de su Hijo, Dios se revela a sí mismo—Su realeza y personalidad—como nunca antes. Por medio de esta revelación Él también nos abre el camino para que entremos en una relación singularmente íntima con Él, la de hijos con un padre, la de Hijos de Dios. "No obstante, a cuantos sí lo recibieron, a ellos les dio autoridad de llegar a ser hijos de Dios, porque ejercían fe en su nombre" (Juan 1:12). Al respecto, notemos lo que declaró la revista la Atalaya del 15 de septiembre de 1973, bajo el tema “¿Qué significa el nombre de Dios para usted?”
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El “nombre” de Dios también le es importante a Jesucristo. Precisamente antes de su muerte oró: “He puesto tu nombre de manifiesto a los hombres que me diste del mundo . . . vigílalos por causa de tu propio nombre que tú me has dado . . . Y yo les he dado a conocer tu nombre y lo daré a conocer.”—Juan 17:6, 11, 26
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No hemos de creer que cuando Jesús dijo: “He dado a conocer” o “puesto tu nombre de manifiesto,” se refirió únicamente a la pronunciación del nombre divino. Sus oyentes eran judíos que, con excepción del sumo sacerdote según se dice, no conocían la pronunciación del Tetragrámaton, las cuatro letras hebreas que componen el nombre. Entonces, ¿cómo, además de pronunciar el nombre correctamente, puede decirse que Jesús ‘dio a conocer el nombre de Dios’ a los apóstoles? Note la respuesta que da un famoso comentarista bíblico:
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“La palabra nombre [en Juan 17] incluye los atributos, o carácter de Dios. Jesús había dado a conocer su carácter, su ley, su voluntad, su plan de misericordia. O en otras palabras, les había revelado Dios a ellos. La palabra nombre se usa a menudo para designar a la persona.”—Notes, Explanatory and Practical, on the Gospels por Albert Barnes (1846).
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Por lo tanto, a medida que Jesús ‘explicaba al Padre’ por su propio proceder de vida en la Tierra, perfecto en todo detalle, realmente estaba ‘dando a conocer el nombre de Dios.’ Demostró que hablaba con el pleno apoyo y autoridad de Dios. Por eso Jesús pudo decir: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre también.” Así el “nombre” de Dios adquirió mayor significado para sus seguidores primitivos. Por consiguiente, el comprender con aprecio el nombre y la Personalidad que representaba habría de reflejarse en todo aspecto de la vida del cristiano.—Juan 14:9; 1:18; 5:19, 30; Mat. 11:27. - Fin de la cita de la Atalaya
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.El artículo resalta de manera regular que hacer cosas “en el nombre de Dios” significa mucho más que meramente emplear o pronunciar el nombre “Jehová”. Debemos lograr una comprensión mas profunda del significado tras ese nombre.

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.Es, pues, solamente con la venida del Hijo de Dios y la revelación que hizo de su Padre, que se manifiesta esta relación íntima. En nuestras relaciones de familia, normalmente no nos referimos o nos dirigimos a nuestro padre como “Juan”, “Ricardo”, “Germán”, o cualquiera que sea su nombre. El hacer esto no indicaría la clase de relación que disfrutamos con nuestro padre. Nos dirigimos a él como “padre”, o de manera más íntima, como “papá”, o “papi”. Quienes están fuera de esa relación no pueden utilizar ese término. Ellos deben limitarse a emplear un apelativo más formal que envuelve un nombre particular.

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El que en las Escrituras Hebreas aparezca de forma enfatizada el Nombre "Jehová", nos indica la presentación previa para conocer a ese Dios. Sin embargo, Jesús introduce una dinámica más profunda en la relación con Dios. Por eso en sus oraciones personales se dirige a Dios como Abba o Padre, y no como Jehová. (Marcos 14:36). 

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.Así, a los que junto con él llegan a ser hijos de Dios a través de Jesucristo, el apóstol dice: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba [una expresión aramea que significa “papá”], Padre!” (Gálatas 4:6 R.V)  Este hecho juega indudablemente un papel principal al explicar por qué llegó el cambio innegable, pasando del énfasis precristiano en el nombre “Jehová” al énfasis cristiano en el “Padre” (Abba- Papá) celestial, pues no fue sólo en oración que Jesús convirtió ese término en su expresión predilecta. Tal como revela la lectura de los evangelios, en todas sus conversaciones con sus discípulos, Jesucristo se refiere principal y consistentemente a Dios como “Padre”. Sólo si entramos en la relación íntima con el Padre que el Hijo nos abrió, y si la apreciamos profundamente, podremos decir verdaderamente que conocemos el “nombre” de Dios en un sentido completo y genuino.

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.Sin embargo, existe otro aspecto que puede arrojar luz sobre este cambio definitivo de énfasis. El nombre representado por el Tetragrámaton (YHWH = Yahvé, Jehová) proviene de la forma del verbo “ser” (hayah’). Algunos eruditos piensan que se corresponde con la forma causativa de este verbo. De ser así, significaría literalmente “El que causa que sea, el que trae a la existencia" o el "Causa que llegue a ser". No olvidemos que realmente lo que encierra el Nombre es lo más trascendental, mucho más que la cantidad con que usemos la palabra.

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.Sobre esta base, sería apropiado decir que el nombre representado en el Tetragrámaton (Yahvé o Jehová), con el énfasis en los propósitos de Dios para su pueblo, encuentra su cumplimiento verdadero en y a través del Hijo de Dios. El mismo nombre “Jesús” (en hebreo Yeshua) significa “Yah [o Jah] salva”. En él y a través de él todos los propósitos de Dios para la humanidad encuentran su realización completa. Todas las profecías señalan finalmente a este Hijo Mesiánico, convirtiéndolo en su punto focal. La culminación de todas las promesas de Dios y de sus propósitos redentores en y a través de Jesucristo puede, entonces, dar una explicación adicional sobre el cambio que es evidente en las Escrituras Cristianas, en comparación con las Escrituras Hebreas, en cuanto a su modo de referirse a Dios. Esto explicaría por qué Dios hace intencionadamente que la atención se centre abundantemente en el nombre de su Hijo, y por qué su espíritu Santo inspiró a los escritores cristianos de la Biblia a hacerlo así. Ese Hijo es “el Amén”, la “Palabra de Dios”, Aquel que puede decir “Yo he venido en el nombre de mi Padre”, en el sentido pleno y más importante de la palabra “nombre”.

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Atrás en el tiempo en que los israelitas estaban viajando hacia Canaán, Jehová afirmó que enviaría su ángel delante de ellos para guiarles. Él dijo que debían obedecer esa guía angelical: “Porque mi nombre está dentro de él” (Éxodo 23:21) En un sentido mucho más grande, Dios causó que su “nombre” estuviese en Jesucristo durante su vida terrenal. Así pues, algunos textos de las Escrituras Hebreas que contienen afirmaciones relativas a “Jehová” fueron aplicados en las Escrituras Cristianas al Hijo, siendo evidentemente la base para hacer eso el hecho que el Padre lo había investido con pleno poder y autoridad para hablar y actuar en Su nombre, porque este Hijo dio una revelación de la personalidad y el propósito del Padre en todas las formas, y porque el Hijo es el Heredero real y justo de su Padre.  

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En todas estas formas pues—por su revelación única e insuperable de Dios, por dar a conocer como nunca antes la personalidad, el propósito y los tratos de su Padre, y por abrir el camino a la relación de hijos con Dios—Jesucristo dio a conocer y glorificó el nombre verdadero y vital de su Padre en los cielos. En oración a su Padre, la noche antes de morir, habiendo dicho con veracidad “Yo te he glorificado sobre la tierra, y he terminado la obra que me has dado que hiciera”, pudo decir apropiadamente: “He puesto tu nombre de manifiesto a los hombres que me diste del mundo. . . . Padre Santo vigílalos por causa de tu propio nombre que me has dado, para que sean uno así como lo somos nosotros”.
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Ya que Cristo es el representante de Jehová, no podemos arbitrariamente restarle importancia al Hijo, puesto que es el deseo del Padre honrar al Hijo.
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Las Escrituras Cristianas hacen obvio que “invocar el nombre” del Hijo con fe, e “invocar el nombre” del Padre no son de ningún modo acciones mutuamente excluyentes. Pablo en sus cartas nos muestra con claridad que el propósito y la voluntad de Dios son que la salvación provenga a través de su Hijo, el Cristo. Puesto que el Hijo vino “en el nombre de su Padre”, “invocar el nombre” del Hijo para salvación es simultáneamente una invocación del nombre del Padre quien lo envió.
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Dios se reveló a sí mismo a través de su Hijo, de modo que cualquiera que viera al Hijo, estaba en efecto viendo al Padre. Vez tras vez los discípulos de Cristo hablaron de poner fe en el “nombre” de Jesús, en un sentido más profundo y vital del término.  En Pentecostés, después de citar la misma expresión de la profecía de Joel que citó Pablo, Pedro le dijo a la muchedumbre que deberían bautizarse “en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados". Él declaró después ante el Sanedrín: “no hay salvación en ningún otro, porque no hay otro nombre debajo del cielo que se haya dado entre los hombres mediante el cual tengamos que ser salvos”. Al hablar a Cornelio y a otros, Pedro dijo de Cristo “de él dan testimonio todos los profetas, que todo el que pone fe en él consigue perdón de pecados mediante su nombre”. En el momento de la conversión de Saulo de Tarso, Ananías le habló en visión a Cristo de “los que invocan tu nombre”, y cuando Saulo (o Pablo) relató más tarde lo sucedido, citó a Ananías diciendo que Dios quería que Pablo viera “al Justo” y oyera “la voz de su boca”, de modo que había “de serle testigo a todos los hombres acerca de cosas que has visto y oído”. Él afirma que Ananías a continuación le dijo, “Levántate, bautízate y lava tus pecados mediante invocar su nombre [el de Cristo]”.
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Si es la voluntad del Padre glorificar a su Hijo, darle un nombre exaltado y hacer que ese “nombre” sea objeto de fe, ¿por qué debería discrepar cualquiera de nosotros con Su modo de actuar? Si lo hacemos, ¿estaríamos verdaderamente mostrando respeto al “nombre” de Dios, y sometiéndonos a su soberanía y voluntad? Por lo tanto, no deberíamos obscurecer la honra que Jehová desea que se le de al Hijo, puesto que ese es el deseo del Padre. El Padre, "El Causa que llegue a ser" encuentra su máxima manifestación de "llegar a ser" en su Hijo.  Su nombre y su significado está incorporado en él. Por lo tanto, la honra que merece Jesús debe hacernos tener a Cristo en alta estima y no obscurecer su propósito, puesto que estaríamos violando el deseo del Padre, y por ende, el mismo Nombre de Dios.
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Los humanos a menudo cometemos el error de fijarnos en un símbolo y dejamos de ver y de dar importancia a la entidad mayor de la cual el símbolo es meramente una representación. Lo que es cierto de tales símbolos puede ser también cierto de la palabra que se utiliza para simbolizar una persona, incluyendo la persona de Dios. El nombre representado por las cuatro letras del Tetragrámaton (Yahvé o Jehová) es merecedor de nuestro profundo respeto, debido a que figura con gran prominencia en la larga historia de los tratos de Dios con la humanidad, y particularmente con su pueblo escogido de Israel durante el período precristiano. Pero el Tetragrámaton, sea cual sea su pronunciación, es solamente un símbolo de la Persona. Cometemos un grave error si le atribuimos a una palabra o sonido—aunque se emplee como un nombre de Dios—importancia equivalente a lo que Él representa, y es mucho peor si consideramos esa palabra misma como una especie de fetiche verbal, talismán o amuleto, capaz de protegernos del daño o del mal, de los poderes demoníacos. Al actuar así, demostramos en realidad que hemos perdido de vista el significado vital y verdadero del “nombre” de Dios. Podemos exhibirlo de manera prominente, como se exhibe una bandera o un crucifijo, pero no probamos nada en cuanto a nuestra reverencia por el Dios verdadero.
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El que Dios “escoja un pueblo para su nombre” tiene entonces una profundidad de significado mucho mayor que la mera aplicación de una palabra nominativa, y el que demostremos estar entre los que santifican y proclaman el nombre de Dios exige mucho más de nosotros que el simple uso repetitivo de Yahvé o Jehová, o cualquier otro término en particular. Del mismo modo que es fácil exhibir o mover una bandera, llevar o besar una cruz, pero mucho más difícil vivir de acuerdo con los principios que se cree que estos símbolos representan, también es relativamente fácil llevar a nuestros labios cierta palabra como un nombre, pero mucho más difícil honrar aquello de lo cual ese nombre o palabra no es más que un símbolo. Honramos y damos a conocer genuinamente el nombre de nuestro Padre en el sentido verdadero sólo si vivimos vidas que demuestran que somos sus hijos, imitándolo a Él en todo lo que hacemos, teniendo a Su Hijo como nuestro ejemplo. Entonces también el Nombre y su significado estará incorporado en el propósito de nuestra existencia.

También hemos repasado que mucho mas importante que la mera repetición de una palabra o pronunciación de ésta, es de mayor valor e importancia, el significado y lo que encierra ese Nombre, el cual describe a la persona misma. Además hemos visualizado como el Creador se manifiesta a través de su Nombre de forma plena en la figura de su Hijo. El "llega a ser" o manifiesta sus propósitos de forma total mediante Jesús, cual nombre significa "Jehová Salva". Así, mediante su Hijo, se obtienen la realización completa de los propósitos de Dios para la humanidad. Por esa razón, Dios mismo a través de su Espíritu guió los asuntos para que el énfasis en la Escrituras griegas cristianas se centrara en Cristo. El nombre “Jesús” aparece 912 veces en las Escrituras griegas cristianas, mientras que la inserción discutible de la expresión "Jehová" en la Traducción del Nuevo Mundo solo aparece 237 veces. Incluso, con esta inserción en ésta traducción claramente observamos un mayor énfasis en el Hijo de Dios.
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 Jehová Dios mismo afirmó que era Su voluntad que “todos honren al Hijo así como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo envió" (Juan 5:23). Los escritores de las Escrituras Cristianas tomaron claramente esta afirmación en serio y su ejemplo debe ser seguido, en lugar de ser descartado bajo la alegación de que no se ajusta a las necesidades de nuestro tiempo. En realidad, cuando comprendemos en profundidad de que el Nombre de Jehová, el mismo Tetragrámaton y su significado está incorporado en la vida y en la persona de Cristo, obtenemos un cuadro completo que no provoca contradicción. Tampoco es un apoyo a la doctrina trinitaria ni mucho menos.
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 Es el deseo del Padre que ahora la manifestación de su Nombre sea a través de la persona de su Hijo. ¿Deberíamos violar o pasar a llevar el deseo de Dios, pensando que de esa forma le honramos? Jehová no es un Ser posesivo que reclame la honra de sus criaturas. El temor o una obsesión por que lo adoren no es parte de su esencia. El no es un ser humano sediento de poder y carente de halagos para llenar un presunto ego. Al contrario, El delega y desea que se honre a su Hijo amado. Hay ejemplos bíblicos que muestran que algunos creyeron que Jehová pasaría por alto la desobediencia a una petición, ya que le daban regalos u ofrendas personales. Sin embargo, Dios tomó en cuenta que no se respetaron sus deseos. Algo similar ocurre con Cristo. Es el deseo del Padre darle honra a su Hijo, ya que a través de El su Nombre también es honrado. Si creyésemos que el Padre se alegraría si dejamos de lado al Hijo para darle énfasis al El, aumentado la proporción del uso de su Nombre, caeríamos en el error de Saúl y de otros hombres que violaron los deseos y órdenes de Dios.

"Por esta misma razón, también, Dios lo ensalzó a un puesto superior y bondadosamente le dio el nombre que está por encima de todo [otro] nombre,  para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los [que están] en el cielo y de los [que están] sobre la tierra y de los [que están] debajo del suelo,  y reconozca abiertamente toda lengua que Jesucristo es Señor para la gloria de Dios el Padre."- Filipenses 2:9-11

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Pablo magistralmente lo recalca: ¿Para que Dios Padre desea que honremos a su Hijo como Señor? El apóstol nos dice que ésto es para la "gloria de Dios el Padre". Reconocer entonces el nombre de Jesús que "está por encima de todo otro nombre" implica glorificar al Padre.

"
El Padre ama al Hijo y ha entregado en su mano todas las cosas. El que ejerce fe en el Hijo tiene vida eterna; el que desobedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él" (Juan 3:35,36).

¿Quienes somos nosotros para interponernos en el Amor de Jehová por Jesús? Si realmente amamos a Jehová, accederemos a su petición de honrar al Hijo, y ejercer Fé en él.


Cuando analizaba este tema  recordé como la Palabra "Jehová"  llegó a nosotros. Cómo sabemos, el hebreo antiguo no usaba vocales y debido a la tradición mística y al cambio del idioma predominante con los siglos, la pronunciación correcta del Nombre de Dios se perdió. Durante los siglos VI al X de nuestra era, un grupo de judíos eruditos inventaron un sistema para poner vocales a las consonantes hebreas. Pero en el caso del Nombre de Dios, fueron más allá y de forma arbitraria mezclaron la exprexión Adonay (Señor) con el YHVH. Utilizaron las vocales de Adonay (AOA) y las insertaron en el
Tetragrámaton (YHVH). La primera A la cambiaron por la E por razones fonéticas. Asi que combinaron YHVH y EOA, lo cual dió YEHOVAH, el cual con los años derivó en "Jehová".

Algo similar ocurrió con Yavé y otras variaciones (Yahweh, Yahvé, Yavé).   Lo interesante es que mucho antes,  en la época de la transición al griego como idioma internacional ocurrió algo que en mi opinión no fué casual. Como algunos sabrán, la Septuaginta fue la traducción del hebreo y arameo antiguo al griego (hablamos del Antiguo Testamento). El descubrimiento de estos fragmentos antiguos de la Septuaginta permite claramente la posibilidad de una aparición regular del Tetragrámaton en las copias de la Septuaginta vigentes en la Palestina del primer siglo E.C


George Howard de la Universidad de Georgia, habla de que los escritores y traductores de la Septuaginta incorporaron “el Tetragrámaton”, es decir las cuatro letras Hebreas (%&%*
), pero no alguna traducción del mismo, como “Yahvé” o “Jehová”. El tetragrámaton escrito en caracteres hebreos está presente en el texto griego. Sin embargo, el lector no pronunciaría la palabra como “Yahvé” u otra forma similar, en lugar de utilizar “Señor” o “Dios”. La razón es que tanto  Yahvé como Jehová son posteriores. La evidencia indica que el lector en ese siglo se saltaba, omitía o decía “Señor” cuando llegaba al Tetragrámaton. Este hecho contribuyó a que el Nombre se perdiera. Para ilustrarlo, imaginemos que traducimos un texto del español al inglés, pero el nombre del personaje principal lo mantenemos en español por alguna razón mística. Con el tiempo solo quedaría el idioma moderno, y las letras escritas, pero no sabríamos como pronunciarlo en el futuro.
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Tal como señaló el tratado Early Christianity and the Divine Name, esto debe considerarse de manera similar, cuando se sopesa la importancia de la aparición del Tetragrámaton hebreo en unas pocas copias de la traducción griega Septuaginta. Los copistas que produjeron tales manuscritos estaban copiando un texto griego. Sin embargo, incluyeron el Tetragrámaton en ese texto griego en letras hebreas. Ellos no lo tradujeron a una expresión o forma griega que corresponda a “Yahvé” o “Jehová”, o ni siquiera transliteraron las letras hebreas en las letras griegas correspondientes. Lo dejaron en hebreo (%&%*), y sólo si el lector conocía ese idioma podría intentar su pronunciación. De otro modo, no sabría como convertir esos caracteres hebreos en su propio alfabeto e idioma, tal como afirmó Jerónimo, que algunos en su día, cuando llegaban a esas cuatro letras hebreas %&%*, trataron de leerla como si fuesen letras griegas, y por ello las pronunciaban “Pi Pi” (griego pipi). Así, cuando se trata de traducciones al inglés o a cualquier otro idioma moderno, esas pocas copias de la Septuaginta no harían más que dar alguna base, aunque frágil, para insertar el Tetragrámaton—en caracteres hebreos—en las citas que efectuaron los escritores cristianos de las Escrituras Hebreas. Pero no proveen base alguna para insertar alguna traducción o interpretación medieval posterior de tales caracteres, como lo son los nombres “Jehová” o “Yahvé”.

Si el Creador fue capaz de preservar su Palabra (Biblia) a través de los siglos, ¿por qué se perdió la pronunciación del nombre a través de los siglos? ¿Por qué lo permitió Dios? Cómo se analizó antes, la razón es que "El Hace que Llegue a Ser" deseaba que el significado de su Nombre, más que la palabra en sí, fuese el factor más importante, ahora en la persona de su Hijo. Como cristianos tenemos en alto el Nombre de Dios y podemos llamarlo "Jehová" si queremos, pero nunca olvidemos que el deseo de Dios es que el Nombre de Jesús sea también colocado en un lugar importante y más frecuente, ya que Él es la manifestación del propósito de Dios.


Aunque no sabemos la pronunciacíon correcta del nombre de Dios; YHWH, el simple hecho que las Escrituras nos dicen que este es el nombre personal de Dios debe inspirarnos a la reverencia. La Deidad Bíblica a la que llamamos Jehová, en español, nos dice de manera enfática en su Palabra que Su Nombre será declarado por todas las naciones y que Él producirá un pueblo que no solo invocará Su Nombre, sino que ellos mismos también serán llamados por Su Distintivo Nombre.
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En Hechos 15  los apóstoles y los ancianos de Jerusalén resolvieron la cuestión acerca de la circuncisión. En esa ocasión los apóstoles hicieron una declaración pública basada en los profetas, y; de manera especial, citaron al profeta Amós, diciendo:
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"Después que cesaron de hablar, Santiago contestó, y dijo: “Varones, hermanos, óiganme.  Symeón ha contado cabalmente cómo Dios por primera vez dirigió su atención a las naciones para sacar de entre ellas un pueblo para su nombre.  Y con esto convienen las palabras de los Profetas, así como está escrito:  ‘Después de estas cosas volveré y reedificaré la cabaña de David que está caída; y reedificaré sus ruinas y la erigiré de nuevo,  para que los que queden de los hombres busquen solícitamente a Jehová, junto con gente de todas las naciones, personas que son llamadas por mi nombre, dice Jehová, que está haciendo estas cosas,  conocidas desde la antigüedad’ - Hechos 15: 13- 18.
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.El libro de Hechos cita precisamente de Amós. La profecía de Amós; de manera irrefutable, aplica el nombre distintivo de Dios a los seguidores de Cristo. Lo que debe ser de particular interés es que la profecía de Amós se presta también para ser aplicada a otro tiempo. Notemos el material base de Amós y que dice al respecto. De esa forma tendremos claro quién es el Pueblo para el Nombre de Dios.
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"Porque, ¡miren!, voy a mandar, y ciertamente zarandearé a la casa de Israel entre todas las naciones, tal como uno zarandea el harnero, de modo que ni una piedrecita cae a la tierra. A espada morirán... todos los pecadores de mi pueblo, los que dicen: “La calamidad no se acercará ni llegará hasta nosotros”.’ ”‘En aquel día levantaré la cabaña de David que está caída, y ciertamente repararé sus brechas. Y sus ruinas levantaré, y ciertamente la edificaré como en los días de mucho tiempo atrás,  a fin de que tomen posesión de lo que queda como residuo de Edom, y todas las naciones sobre las cuales ha sido llamado mi nombre’, es la expresión de Jehová, quien hace esto " - Amós 9:9-1
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El reino original de Israel de diez tribus fue destruido por el imperio Asirio y el reino de Judá fue destruido por el imperio Babilonio de Nabucodonosor. Con el tiempo, Jehová restauró nuevamente todas las tribus esparcidas de Israel y las trajo a su tierra original, pero la llamada "Cabaña de David" no fue restaurada cuando Jerusalén fue reedificada por los Judíos repatriados. De hecho, el reino de David nunca más fue restaurado en la Jerusalén terrenal. Como sabemos, la "Cabaña de David" es otra manera de decir "La casa de David", y; por lo tanto, el reino de David. Debido a que Jesús era "Hijo" de David, y el heredero legal al trono de David, entonces podemos decir que la "Cabaña de David" es lo mismo que el reino de Cristo Jesús. Nosotros sabemos que ese Reino aparecerá en la inminencia de estos días.

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La profecía de Amós está en armonía con los otros profetas que predicen que Dios juzgará a su pueblo, y de esta manera efectuará una separación entre los fieles y los infieles. Amós 9:9 lee:

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"Porque, ¡miren!, voy a mandar, y ciertamente zarandearé a la casa de Israel entre todas las naciones, tal como uno zarandea el harnero, de modo que ni una piedrecita cae a la tierra"

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De acuerdo a la profecía de Amós, el pueblo al que se le adjudica este nombre es aquel que sobrevive la refinación y purificación que se efectúa al final del sistema de cosas. Esta refinación se llevará muy pronto de forma inminente. Pero no está delimitada a un grupo nominal, sino a los cristianos esparcidos que honran en sus vidas el nombre de Dios, incluso sin repetirlo verbalmente.

El que Dios tome un pueblo para su nombre tiene que ver con mucho más que una aplicación nominal sobre un grupo de gente. Es mas bien una demostración personal de aquellos que santifican y proclaman el nombre de Dios; es más que un simple uso repetitivo del término Yahwe o Jehová. En la medida en que el Propósito de Dios se funde con nuestra Vida llegamos a ser parte del "Causa que llegue a ser".

"En aquel tiempo los que estaban en temor de Jehová hablaron unos con otros, cada uno con su compañero, y Jehová siguió prestando atención y escuchando. Y un libro de recuerdo empezó a ser escrito delante de él para los que estaban en temor de Jehová y para los que pensaban en su nombre.

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.“Y ciertamente llegarán a ser míos —ha dicho Jehová de los ejércitos— en el día en que produzca una propiedad especial. Y ciertamente les mostraré compasión, tal como un hombre muestra compasión a su hijo que le sirve. Y ustedes ciertamente verán de nuevo [la distinción] entre uno justo y uno inicuo, entre uno que sirve a Dios y uno que no le ha servido.” - Malaquías 3: 16-18

Es bueno que lector se de cuenta que la profecía nos indica que se favorece a aquellos que están en temor de Jehová y que "Piensan en su Nombre" y llegan a ser una propiedad especial para Él, EN ESE TIEMPO. Pero, ¿Cuándo sucede esto? El versículo siguiente nos dice que Jehová produce una propiedad especial compuesta de aquellos que aman y temen su nombre poco antes de la Gran Tribulación. Malaquías 4:1, 2 nos dice: "Porque, ¡miren!, viene el día que está ardiendo como el horno, y todos los presuntuosos y todos los que hacen iniquidad tienen que llegar a ser como rastrojo. Y el día que viene ciertamente los devorará —ha dicho Jehová de los ejércitos—, de modo que no les dejará raíz ni rama mayor.  Y a ustedes los que están en temor de mi nombre el sol de la justicia ciertamente brillará, con curación en sus alas; y realmente saldrán y escarbarán el suelo como becerros engordados.”Por lo tanto, podemos decir que ninguna religión HOY cumple con la profecía de ser "Un pueblo para Su Nombre". Sin embargo, ese Pueblo saldrá a la luz muy pronto (después de la refinación), y será por la Fe y por practicar la Esencia del significado del Nombre de Dios.

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.Es relativamente fácil llevar a nuestros labios cierta palabra como un nombre, pero mucho más difícil honrar aquello de lo cual ese nombre o palabra no es más que un símbolo. Honramos y damos a conocer genuinamente el nombre de nuestro Padre en el sentido verdadero sólo si vivimos vidas que demuestran que somos sus hijos, imitándolo a Él en todo lo que hacemos, teniendo a Su Hijo como nuestro ejemplo.
 
Textos tales como Salmo 33:21; 118:10, 11; Proverbios 18:10 y otros, que hablan de cifrar confianza en el nombre de Dios, de mantener a distancia a los enemigos en ese nombre, y de correr a ese nombre para protección, ciertamente quieren decir poner fe en la persona de la cual el nombre particular es solamente un símbolo.

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No olvidemos que la revelación del  Nombre  "Jehová"  en el sentido veraz, crucial y vital llegó a través de Su revelación mediante Cristo, quién mostró al Padre como Persona suprema, todopoderosa, santa, justa, misericordiosa, compasiva, veraz, con propósito, que cumple sus promesas. Un Dios Amor.
 
Tenemos que conocer realmente a la persona representada por el Tetragrámaton.
 
No importa cuán frecuentemente algunas personas, o una organización de gente, puedan pronunciar ese nombre literal (alegando una rectitud especial en virtud del uso repetido de ese nombre), si no reflejan genuinamente en actitud, conducta y práctica lo que la Persona misma es—Sus cualidades, caminos y normas—entonces no han llegado verdaderamente a “conocer su nombre” en el sentido bíblico y verdadero. Solo entonces tras la "Refinación" de los grupos religiosos finalmente aparecerá el Pueblo para el Nombre de Dios y sus verdaderos "Testigos". Éstos serán recogidos como el trigo en la Siega Final.