Juan Stam hace un tiempo publicó unos apuntes interesantes sobre la literatura biblica:
Introducción
Cualquier persona, hasta un pre-adolescente, que toma en sus manos un
diccionario sabe de antemano que ese libro tiene que leerse de una manera
especial, muy diferente a la manera en que uno leería una novela, un texto de
química, un poemario o un refranero. Pero si toma en sus manos después una guía
telefónica, va a entender que ese texto sí se lee de una forma báiscamente
similar al diccionario: buscando información muy específica organizada en forma
alfabética. La única diferencia es que en el diccionario uno está buscando
definiciones de palabras, y en el directorio telefónico buscando los números de
línea que corresponden a cada nombre.
Con sólo abrir un diccionario o
una guía telefónica, el lector común está practicando el “análisis de género”.
Por “género” entendemos la categoría literaria a que pertenece determinado
escrito, el tipo de escrito que es y la forma en que debe leerse.
Antes
de leer cualquier texto, es absolutamente fundamental saber a qué “género
literario” pertenece. Leer el diccionario como si fuera una novela, por ejemplo,
sería un esfuerzo no poco frustrante; leer un texto de química como si fuera una
novela amorosa no excitaría para nada la química de la adrenalina romántica. Un
texto de historia y una novela histórica se parecen mucho, y ambos pertenecen a
la categoría narrativa, pero tienen diferencias esenciales por las que tienen
que leerse de manera distinta.
En la vida diaria entendemos casi intiuitivamente qué tipo de escrito es cada
texto, y lo leemos conforme a las reglas de ese género literario, pero en la
lectura de la Biblia
se suele confundir frecuentemente este asunto y leer muchos
escritos conforme al género que no son. Por ejemplo, casi siempre se olvidan que
la mayor parte de la literatura profética hebrea está escrita en verso, no en
prosa. Se lee Cantares como si fuera una alegoría de la iglesia y no un drama
romántico. A muchos lectores se les escapa la lógica especial de Eclesiastés
como un tratado teológico-filosófico que expone una filosofía tras otra y las
refuta una por una. Los Evangelios se leen como si fueran biografías en vez de
escritos testimoniales (subjetivos) de las buenas nuevas. Al leer las Epístolas se olvida que
son cartas personales ocasionales y no ensayos abstractos de teología. Y el peor
de los casos: se lee el Apocalipsis como si fuera mero vaticinio, páginas de
historia escritas de antemano, en vez de palabra profética del Dios del cielo.
Profecía y Escatología
Unas definiciones básicas: Un entendimiento claro y preciso de ciertos términos
claves es indispensable para poder comprender acertadamente la literatura
apocalíptica, y concretamente el Apocalisis de Juan. Entender mal estos
conceptos resultará casi inevitablemente en interpretaciones erradas y hasta
morbosas de esos escritos.
El primer término, casi siempre malentendido,
es la palabra
"profecía". En el lenguaje popular hoy, y aun casi universalmente
entre cristianos que conocen algo de Biblia, lo profético se entiende como lo
que predice el futuro y profecía se toma como un sinónimo de vaticinio o
predicción de cosas venideras, especialmente cuando remotas o al final de la
historia. En realidad,
este es el concepto pagano de los antiguos oráculos o de
autores como Nostradamus. Los que comienzan con este malentendido de lo que es
la profecía, terminarán malinterpretando también a los escritos
apocalípticos.
La primera persona descrita como “profeta” en la Biblia
fue Abraham (Gén 20:7), y la figura fundante del profetismo era Moisés (Dt
18:15-22; cf su hermana María, profetisa, Ex 15:20). Sin embargo, hasta donde
sabemos del texto bíblico, ninguno de ellos predijo cosas futuras. Tampoco los
profetas tempranos (orales), como Samuel, Elías y Eliseo, se dedicaban a
anunciar sucesos futuros, pero no por eso eran menos proféticos (Stam 1998:
26-50). Los profetas que nos han dejado escritos, tanto los llamados mayores
como los menores, anunciaban realidades venideras sólo cuando tenían que ver con
su mensaje al pueblo de Dios en su propio contexto, pero no se dedicaban
principalmente a eso ni eran profetas por predecir ni dejaban de ser profetas
cuando no predecían. Amós, por ejemplo, no predijo cosas futuras, excepto tan
cercanas que se podrían inferir de las realidades históricas y de las
condiciones del pacto, pero su ministerio era un ejemplo del mejor profetismo,
porque pronunció una palabra viva y exigente de Yahvé para su pueblo.
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Un mensaje es profético, en sentido bíblico, por su cáracter
teológico y ético,
no por predecir el futuro. Cuando en medio de su revelación a su pueblo Dios ha
querido revelar también acontecimientos venideros, eso debe llamarse
específicamente “profecía predictiva”. Pero no toda profecía es predicitiva, ni
mucho menos, ni tampoco toda predicción (aun cuando se cumpliera) es por ende
“profecía”. Predictiva o no predictiva, la profecía tiene que llamar al pueblo
de Dios a que cumpla
la voluntad de su Señor en medio de la realidad
histórica.
Un segúndo término clave es
escatología, “la doctrina de las
cosas últimas” (Griego ésjaton). La frase “cosas últimas” no tiene que referirse
exclusivamente a los acontecimentos finales en sentido cronológico, sino también
a las “últimas realidades” que entran en la historia desde arriba, como por
ejemplo, la encarnación del Verbo (la realidad última haciéndose temporal y
material) y otras intervenciones divinas en la historia de la salvación. Pero
mayormente se entiende por “escatología” las ensanzas bíblicas sobre la meta
final del proceso histórico (“el siglo venidero”, “el día del Señor”; la
parousía del Hijo del Hombre). Como explicaremos abajo, hay diferencias
importantes entre escatología profética y escatología apocalíptica.
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Género Apocalíptico
Por otra parte, el término “apocalipsis” se refiere específicamente al género
literario así designado, o sea, el conjunto de escritos que comparten ciertas
características en común. En primer lugar (y en contraste con los escritos
proféticos), la literatura apocalíptica en su nivel más básico pertenece a la
categoría de la narración, igual que la historia, la novela, el cuento, la
fábula y la saga. Dentro de ese macro-género, la literatura apocalíptica reviste
características especiales. Como significa su nombre “apocalipsis” (griego,
“revelación”), esta literatura pretende ser una revelación por un ser
sobrenatural a un ser humano, a menudo por visiones y sueños. Suele moverse
sobre un eje vertical (cielo/tierra) y/o un eje horizontal (este siglo/siglo
venidero, historia/ésjaton). Utiliza extensamente el simbolismo y alude mucho a
ángeles y demonios. Los escritos más antiguos de este género, algunos pasajes de
I Enoc, datan a lo menos del siglo II antes de Cristo, mientras la producción
comenzó a disminuirse a mediados del segundo siglo d.C.. En algunos casos los
expertos discrepan sobre si determinado escrito pertenece estrictamente al
género apocalíptico, pero la colección es vasta, quizá dos o tres veces la
extensión de la Biblia entera . La colección más completa, la de James H
Charlesworth en inglés, alcanza unas dos mil páginas grandes. Por lo tanto es
una fuente rica y valiosa para entender este movimiento histórico como también
el mismo Apocalipsis de Juan.
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La literatura apocalíptica
se escribió característicamente en tiempos de crisis,
comenzando con la tiranía de Antíoco Epífanes (175-164 a.C), pasando por la
primera revuelta judía (66-70 d.C) y culminando con la segunda revuelta bajo Bar
Kocheba (132-135 d.C.). En su mensaje los apocalípticos seguían a los profetas
israelitas,
pero con diferencias importantes. Ambos pretendían decir una palabra
de Dios para los tiempos que vivían, y ambos creían en el triunfo de la
justicia. Pero
los profetas todavía esperaban cambios dentro de la historia y
llamaban al pueblo al arrepentimiento para hacerlos posibles.
En cambio, los
apocalípticos desesperaban de las posibilidades históricas y buscaban más bien
alguna futura intervención divina para resolver las situaciones humanamente
imposibles.
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Recientemente especialistas como John C. Collins y Paul D.
Hanson han aclarado el tema por introducir varias distinciones importantes. (1)
Por “apocalipsis” se debe entender el género literario de los escritos cuyas
características hemos descrito en el párrafo trasanterior. (2) En cambio, llaman
“escatología apocalíptica” a la perspectiva teológica, el conjunto de ideas que
caracterizan los escritos apocalípticos pero sin necesariamente expresarse en el
estilo de los escritos apocalípticos como género literario. En tercer lugar (3)
definen a “apocalipticismo” como un movimiento o una ideología en un sentido más
amplio. Es un universo simbólico generado en oposición a la cultura dominante,
que establece la identidad, la razón de ser y la esperanza de la comunidad
(Hanson 1962:27). La comunidad de Qumran es un ejemplo del apocalipticismo,
aunque sus escritos no solían ser típicamente apocalípticos en cuanto a su
género literario.
En su famoso artículo para el Suplemento del Intepreter’s Bible Dictionary,
Hanson sugiere otra categoría más: el “seudoapocalipticismo” (1962:33), Esto
consiste en la pasión puramente especulativa por lo apocalíptico como sistema de
ideas, sin la menor relación a la situación de crisis que originó al
apocalipticismo ni tampoco una conciencia clara y profética de las crisis
coyunturales de su propio momento histórico. No toma en cuenta las luchas
históricas de los antiguos autores apocalípticos sino interpretan los escritos
(especialmente Daniel y Apocalipsis) desde la comodidad de su propia prosperidad
y seguridad existencial. Un síntoma del seudoapocalipticismo es que busca
fomentar miedo en vez de inspirar esperanza. Cualquier interpretación que hoy
inculca apatía evasiva, irresponsabilidad histórica o indiferencia ante la
injusticia, o se presta para legitimar la opresión, tiene todas las marcas del
seudoapocalipticismo.
El género apocalíptico no fue algo rígidamente
formal; los autores no se daban cuenta necesariamente de estar empleando
detérminado tipo de escrito.
Muchas veces un escrito apocalíptico viene
acompañado por otros géneros. El Apocalipsis de Juan, por ejemplo, tiene la
estructura clásica de una epístola; comienza con un saludo (1:4, 9-11) y termina
con una despedida (22:7-21). Incluye también oráculos, ayes y makarios
(bienaventuranzas), parábolas (probablemente 11:3-13), y otros. Algunos
sub-géneros en la literatura apocalíptica son el testamento (discurso de
despedida), el mito, oráculos, dichos sapienciales, etc.
Características de la literatura apocalíptica: El género apocalíptico tiene una
serie de características que la distinguen frente a los demás tipos de
literatura bíblica y lo hace bastante fácil de reconocer. Parece que durante la
época de su apogeo, más o menos entre 200 a.C. y 150 d.C., este estilo literario
resultaba ser la manera más acertada y eficaz para expresar la esperanza y
mantenerla viva en el pueblo. Del oráculo poético de los profetas, que dependía
de la comunicación oral, los apocalípticos pasaron a redactar libros, mayormente
en prosa, con más conciencia de su estructura y estética.
Una primera
característica de estos escritos es la seudonimia. Los escritos apocalípticos,
con excepción del apocalípsis de Juan y de Pastor de Hermas, siempre atribuían
sus mensajes a grandes santos y heroes del pasado, sobre todo Enoc pero también
Adán, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, los patriarcas, Moisés, Elías, Baruc y Esdras.
Esto era una costumbre de la época, común en el oriente antiguo, y en ninguna
forma representaba algún problema ético. Los judíos creían que desde la muerte
de Judas Macabeo (161 a.C.), los cielos se habían cerrado y dejaban de aparecer
profetas (1 Macabeos 9:27; 2 Baruc 85:3). Como no se esperaban nuevas profecías
en la época, los autores apocalípticos ubicaban sus revelaciones en tiempos
antiguos, que daban también cierta aureola de antigüedad y autoridad a sus
escritos. Además les permitía contar mucha historia ya pasada para ellos, como
si fuera profecía futura para el personaje a quien atribuían su escrito.
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Lo que más nos llama la atención en estos escritos es su uso abundante e
imaginativo de simbolismo,
que debe ser interpretado con sentido figurado. Su
lenguaje es casi siempre evocativo, sugerente, connotativo. Es claro que su
intención
era de hablar simbólicamente, no literalmente. Juan de Patmos, por
ejemplo, no tiene el menor reparo en asignar dos sentidos totalmente distintos
al mismo símbolo; así las siete cabezas de la bestia son siete montes (Apoc
17:9) pero también siete reyes (17:10). Juan no se preocupa cuando produce
simbolismos literalmente imposibles, como la lluvia de fuego y granizo mezclados
con sangre (8:7), la mano con siete estrellas que en seguida se pone sobre la
cabeza de Juan (1:16-17), una estrella que contamina la tercera parte de los
ríos y fuentes del mundo (8:10), o un altar que habla (9:13; 16:7 NVI, BJ).
Entre los simbolismos más típicos de la literatura apocalíptica están
los colores. Generalmente el blanco significa victoria y a veces lo celestial;
el rojo o escarlata lo malo, la sangre, la guerra; el negro lo oscuro, la noche;
el verde, la muerte, etc. Es importante no interpretar estos colores por los
valores simbólicos que tienen hoy día para nosotros. Por ejemplo, lo malo en el
Apocalipsis no es negro sino escarlata (sin nada que ver con el color de la
piel); el verde no significa esperanza (como suele entenderse hoy) sino muerte
(Apoc 6:8).
También los números son simbólicos: tres para Dios; cuatro
para la naturaleza; seis para lo incompleto y a veces lo malo; siete para lo
completo y perfecto, casi siempre bueno (excepto en su parodia por el dragón y
la bestia); diez también es completo; doce señala al pueblo de Dios (12
patriarcas, 12 apóstoles). Las fracciones tienen un significado especial, como
por ejemplo los tres años y medio: !no pasa de media semana! Una multiplicación
añade al significado del dígito: 144,000 es el cuadrado de 12 por el cubo de 10.
Cuando las cifras son simbólicas, no deben traducirse al sistema métrico ni a
otras medidas, con lo que perderían su significado simbólico. Los únicos números
en el Apocalipsis que no llevan valor simbólico son los precios de trigo y
cebada en 6:6, donde tienen sentido económico de precios de la canasta básica.
Es especialmente común e importante el simbolismo de los animales, que
suelen representar naciones o reyes poderosos. Generalmente los autores
apocalípticos describen a los seres humanos como animales, a los ángeles como
seres humanos (1 Enoc 87:2), y a los demonios como estrellas caídas (1 En
86:13). Su punto de partida está en Daniel, donde cuatro bestias surgidas del
mar representan a cuatro imperios hostiles. Estos animales luchan, oprimen, y
desaparecen del escenario. Son representaciones que dan una gran fuerza
dramática, algo parecido a las caricaturas políticas de hoy (Rusia como oso, el
dragón chino, el águila de los Estados Unidos). Con mucho humor, algunos
escritos apocalípticos afirman que
la carne de la gran bestia será el menú del
banquete mesiánico (2 Esd 6:52; 2 Bar 29:4).
Uno de los primeros escritos apocalípticos, el "apocalipsis de los animales" (I
Enoc 85-90, ca. 163-130 a.C.), es una exuberante orgía de alegorizaciones
zoomorfas. Este sueño, recibido por Enoc antes de casarse con su esposa Edna,
comienza cuando un toro blanco (Adán) sale de la tierra, seguido por una ternera
(Eva) y dos becerros, uno negro y el otro rojo (Caín y Abel; 1 En 85:3). Con una
novilla ese becerro negro engendró muchos toros negros (linaje de Caín; 85:5).
Del primer toro y su ternera nació otro toro blanco que creció en un gran toro
blanco (Set), que engendró muchos toros blancos (85:8-10). Después muchas
estrellas caídas (ángeles) fecundaron a las novillas (Gén 6:1), que parieron
elefantes, camellos y asnos (86:4).
En esa clave zoológica sigue a
describir toda la historia judía hasta los macabeos. Noé nació un toro pero se
volvió hombre; sus tres hijos eran toros, uno blanco, uno rojo y uno negro. El
rojo y el negro engendraron leones, perros, cerdos y toda clase de criaturas
repugnantes, y todos se mordían unos a otros (89:1-11). Al tiempo un toro blanco
(Abraham) engendró un asno salvaje (Ismael) y un toro blanco (Isaac; 89:10-11).
Ëste engendró un jabalí negro (Esaú) y una oveja blanca (Jacob), que engendró
doce corderos (89:12). Y así sigue la historia: David y Salomón son ovejas, pero
se convierten en carneros al ascender al trono (89:45,48). Los judíos son
corderos; los opresores son fieras y aves de rapiña; los judíos apóstatas son
corderos ciegos (89:74; 90:7). Un carnero, de quién brotó un enorme cuerno
(Judas Macabeo, 90:9), luchó contra los enemigos de los corderos (90:11-17). Al
fin vendrá un toro blanco (90:37, el Mesías), con grandes cuernos, que se
convertirá en cordero y será venerado por todos los animales (90:30,37),
Finalmente, todos los animales se transformarán en toros blancos, igual que Adán
al principio (90:38).
La literatura apocalíptica a menudo se dedica
también a los fenómenos cosmicos. Muchos de estos escritos muestran gran interés
en la astronomía; "El libro del curso de las luminarias del cielo", ahora
incorporado a 1 Enoc (72-82), es el ejemplo más antiguo. Muy comunmente
los
juicios divinos se describen como catástrofes naturales y cósmicas, de modo que
cuando Juan incorporó este simbolismo en su libro (especialmente el sexto sello,
6:12-17, y las seis primeras trompetas, 8:6-9:20), eso era un simbolismo ya
conocido por sus lectores. En ves de una revelación totalmente nueva,
era una
relectura de anteriores tradiciones apocalípticas. De hecho, ya desde las
escrituras hebreas este simbolismo estaba muy presente en la escatología
profética.
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Generalmente se atribuye a la literatura apocalíptica un dualismo, aunque es
importante aclarar que es un dualismo ético (lucha entre el bien y el mal) y no
metafísico (creencia en dos realidades últimas). Como ellos buscaban hallar
esperanza o en lo trascendental (arriba; el cielo) o en lo escatológico
(adelante, después de la intervnención divina final), estaban convencidos de que
la realidad definitiva estaba en el cielo y no en la tierra (cf. Apoc 4-5). Al
vidente se le permite saber lo que pasa en el cielo, y lo celestial determina lo
terrestre e histórico. Lo que pasa arriba pronto pasará aquí abajo. Esto explica
el gran énfasis en los viajes celestiales y en el papel de los ángeles. En la
lucha entre los poderes celestiales del bien y del mal, no existe campo neutral;
o estamos con Dios o estamos con el diablo. Negar al Señor significa pasar a las
filas del mal. Nuestras opciones en esta lucha cósmica se medirán finalmente en
juicios divinos.
Es importante destactar que las más de las veces los autores apocalípticos
estaban intentando una escatología contextualizada, según entendían ellos la
coyuntura histórica de su momento. La diferencia entre el género profético y el
apocalíptico se debía precisamente a las nuevas circunstancias nacionales
(helenización después de Alejandro Magno; los macabeos, la ocupación romana). Ya
que escribían bajo el nombre de algún personaje antiguo, a veces comentaban
sucesos contemporáneos como si fuesen sucesos bíblicos. Por ejemplo, Testamento
de Judá 3-7 describe las guerras macabeas como una batalla de Judá y Dan (bajo
el seudónimo de "amoritas") que luchan contra los "cananeos" (Charlesworth
1996:895). Diversos escritos interpretan la destrucción de Jerusalén por Tito
como si fuera la de Nabucodonozor (4 Esdras, 2 Baruc).
Muchos de los
escritos apocalípticos, a pesar de su supuesto dualismo, muestran una viva
conciencia histórica. André Paul encuentra en estos autores "una auténtica
ciencia de la historia" (1979:49,51). En vez de ver la historia sólo como una
serie de acontecimientos aislados, señala Paul, la ven como una totalidad. A
menudo ofrecen resúmenes históricos, con su correspondiente periodización. Ven
el sentido de todo el proceso en su meta final, que suele ser un acto divino que
restaura toda la creación (cf. el "punto Omega" de Teilhard de Chardin).
A
menudo es literatura de protesta, para tiempos de desesperanza. El mismo
Apocalipsis de Juan, leído con un análisis histórico y socio-económico, enfoca
una profunda teología de la historia y nos da uno de los análisis más profundos
y críticos que tenemos del imperio romano a finales del primer siglo (Stam
1978/1979).
A menudo, aunque no siempre, los autores apocalípticos
aplicaban su mensaje también en exigencias éticas, a veces también de compromiso
histórico. Insistían en la piedad, la santidad y la justicia, especialmente ante
las perspectivas del juicio divino. En 1 Enoc 101-104 y 2 Enoc 39-66, por
ejemplo, Enoc vuelve del cielo para instruir y exhortar a sus hijos a practicar
lo recto y lo justo. En el Testameno de los doce patriarcas, cada uno de los
hijos de Jacob insta a sus propios hijos a cumplir la ley de Dios y arrepentirse
de sus malos caminos (cf. 4 Esd 7:48-49).
George Ladd (1960:52-54) y otros analizan dos tendencias en la literatura
apocalíptica: (1) la apocalíptica no-profética, que pretende escapar de la
historia para refugiarse en el mundo venidero y (2) la apocalíptica profética,
que insta a la fidelidad histórica a la luz del futuro escatológico, y cuyo
representante más brillante es el último libro de nuestro Nuevo Testamento. Por
eso, es un grave error usar el término "apocalíptico" como sinónimo de
catastrófico y trágico (un terremoto u otro desastre). Lejos de cualquier
entrega a la desesperación, el Apocalipsis de Juan es un llamado a la tenacidad
(hupomonê, 1:9) y la fidelidad hasta las últimas consecuencias, seguros de que
Jesucristo es el Señor.
Unas claves para entender mejor la literatura apocalíptica: Ya hemos insistido
en que cada género literario tiene que ser leído e interpretado de acuerdo con
sus propias reglas.
El no entender eso, y el desconocer la literatura
apocalíptica judía y su manera de pensar, ha sido la mayor causa de dificultades
y confusiones en la interpretación del Apocalipsis de Juan. Aquí queremos
mencionar, muy brevemente, algunas de las pautas y reglas de interpretación que
nos enseña la literatura apocalíptica, para poder interpretar mejor el último
libro de nuestra Biblia.
Claves
(1) Es importante tomar en cuenta que los escritos apocalípticos son literatura
de la imaginación. No apelan en primer término al raciocinio lógico sino al don
de la fantasía (entiéndase éste termino en el sentido de que no se refiere a algo sin valor moral, sino todo lo contrario). Por eso tenemos que acercarnos a ellos dispuestos a ponernos a
imaginar junto con sus autores todo un mundo simbólico que las más de las veces
se apartará del mundo "real" que conocemos cotidianamente, para introducirnos a
realidades más profundas que el frío análisis intelectual es incapaz de
percibir.
Para la mayoría de los adultos hoy, y de los cristianos en
particular, los vastos continentes del mundo de la imaginación suelen ser terra
incognita. Por eso estamos mucho más cómodos con Romanos o Marcos, con Salmos o
aun con Amós, que con el Apocalipsis. Nos ayudaría considerablemente, como
preparación para los escritos apocalípticos, dedicarnos a leer extensamente la
literatura latinoamericana, con su realismo mágico, y contemplar el arte de
Guayasamín y Picasso, Salvador Dalí y Frida Kahlo, Jerónimo Bosch, William Blake
y El Greco.
(2) La literatura apocalíptica, y específicamente el
Apocalipsis de Juan, apela directamente a los sentidos de percepción física. Nos
llama a escuchar trompetas, truenos, arpas y coros; a ver cuadros pintados por
palabras (es toda una galería de pinturas); a olfatear incienso y azufre y a
saborear un rollo agridulce. Para leer a Romanos o a Marcos, no tengo que
activar mis sentidos de oído, vista, olfato, gusto y tacto, pero si leo el
Apocalipsis sin esos sentidos, se me va a escapar la mayor parte de su mensaje.
Por eso, más que sólo explicar este libro,
se trata de vivirlo, de experimentar
personalmente sus emociones y su drama. Eso debe ser la manera primordial de
interpretarlo.
(3) Ya que la literatura apocalíptica suele ser
contextual, y a menudo literatura de protesta, es absolutamente indispensable
interpretarla en constante relación directa con su contexto histórico original,
y desde ahí, con nuestro actual contexto histórico. Todos conocemos el refrán,
"el texto sin el contexo es un pretexto", y en general se suele aplicar más o
menos bien con otros libros como Romanos o Marcos. Pero precisamente donde el
contexto es mucho más crucial,
con el Apocalipsis, se olvida el contexto
histórico y se trata de interpretarlo como un libro de vaticinios en el aire,
descontextualizado tanto ayer como hoy, con su única referencia en un futuro
remoto y desconocido. El resultado, como señala Hanson, es el
seudoapocalipticismo.
(4) En la literatura apocalíptica, las más de las veces el mensaje central viene
en visiones o sueños.
Nos toca activar la imaginación y lograr ver esa visión,
asimilando sus diversos detalles en un solo cuadro coherente e integral.
Entonces debemos buscar el mensaje en el cuadro total. Las palabras del
Apocalipsis van pintando cuadros, y los cuadros hablan, como si fueran pinturas
en una galería.
Si tratamos de convertir cada detalle en alguna realidad
literal, antes de ver y sentir el cuadro total, habremos dismembrado el cuadro y
emasculado su fuerza visual y dramática. En las imágenes simbólicas del
Apocalipsis, es perfectamente posible que un solo detalle tenga dos significados
distintos (las siete cabezas son siete montes, y son siete reyes, 17:9-10)
e
igualmente posible que algún detalle no tenga ningún referente externo sino que
sea simplemente un detalle pictórico del cuadro.
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(5) Por su propio
género literario y por los muchos siglos que han pasado, los libros
apocalípticos (incluso el de Juan) iuncluyen detalles que ahora no podemos
descodificar, porque hemos perdido las claves de interpretación. Eso no debe
sorprendernos, ya que se trata de escritos con códigos mucho más sutiles (algo
así como nuestras caricaturas políticas o como los chistes)
que en aquel
entonces los lectores entendían pero que hoy no son siempre explicables. Sin
embargo, lo impresionante del Apocalipsis de Juan es que a pesar de esos
detalles (las espinas del pescado), no hay ni un solo pasaje cuyo sentido no
esté al alcance del lector moderno. Esos detalles nos asustan y nos distraen,
pero casi siempre podemos entender el párrafo sin ellos.
Por eso tenemos que
buscar el mensaje central de cada pasaje, tratando de captar lo que el autor
decía a sus comunidades a finales del primer siglo. Debemos recordar que Juan
era un pastor y se preocupaba por comunicarse con las necesidades de su pueblo.
No les iba a hablar enigmas oscuras que sólo les confundiría.
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Una vez que hayamos enfocado el mensaje central de pasaje (no sólo el sentido de
un solo detalle o de un solo versículo), debemos preguntarnos sobre el sentido
de ese mensaje para nosotros hoy. En eso también debemos proceder, no tanto de
los detalles por separados, sino del mensaje en su conjunto, a ver que nos dice
hoy. La acutalización contexutalizada consistirá en buscar el mensaje del
mensaje, lo que aquel mensaje antiguo nos puede decir hoy. Por ejemplo, para
interpretar al Apocalipsis 13, no nos dejaremos perder en especulaciones sobre
"666" sino buscaremos entender primero el mensaje de Juan, lo que está diciendo
a las iglesias sobre el poder político (la primera bestia), religioso (el falso
profeta) y económico (bloqueo comercial, 13:17), y después analizaremos nuestro
contexto hoy para ver donde aparecen parecidas estructuras de poder. Al analizar
los "siete colinas" de 17:9, veremos que es una clara referencia a la ciudad de
Roma, por su apodo más conocido, y entenderemos ese detalle en el contexto del
mensaje global de Juan sobre el poder imperial. Entonces para actualizarlo, no
pregutaremos primordialmente cuales ciudades hoy están sobre siete colinas
(actualización de un detalle), sino preguntaremos cuáles gobiernos y sistemas
reproducen hoy los modelos de la antigua Babilonia (Roma), lo que nos dará "el
mensaje del mensaje".
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(6) Es importante recordar que
las visiones no son necesariamente literales. Su
forma narrativa y sus detalles dramáticas fácilmente dan la impresión de que las
cosas van a pasar exáctamente como se describen. Pero ya hemos visto que la
literatura apocalíptica utiliza esencialmente el lenguaje simbólico. Mientras
otros géneros priorizan el lenguaje literal, en este género la primera sospecha
es que sea simbólico al menos que otras razones indican lo contrario. En el
Apocalipsis de Juan, muchos pasajes deben entenderse simbólicamente aunque no
traigan lenguaje comparativo ("como", "parecía", etc). En 19:11-15, Juan dice
que apareció un caballo en el cielo y Cristo vino montado a caballo, sin nada de
términos de comparación, pero es obviamente simbólico (la segunda venida no será
a caballo).
Dos obstáculos dificultan hoy nuestra buena comprensión del lenguaje simbólico
del Apocalipsis. Primero,
nuestra mentalidad moderna y occidental tiende a ser
muy literalista.
Segundo, por el gran respeto que tenemos hacia la Bibla y por
creer en su inspiración divina, asumimos equivocadamente que somos más piadosos,
o expresamos mayor fe, cuando tomamos las cosas al pie de la letra. !Pero al
contrario! Respetamos más al texto cuando lo entendemos como es, y como
simbólico las muchas veces que su sentido original es simbólico. (Jesucristo es
el Cordero de Dios, pero no tiene cuatro patas, cuernos y lana). Eso no es negar
el sentido del texto sino serle fiel. Pasajes como 17:9-10 y 19:11-15 muestran
que Juan mismo estaba plenamente consciente de estar hablando con lenguaje
simbólico.
Por supuesto, hay muchas enseñazas en el Apocalipsis que no
son simbólicas y no deben alegorizarse. Se trata de determinar fielemente el
sentido y el mensaje de cada pasaje. Pero debemos liberarnos del prejuicio
equivocado, y de hecho anti-bíblico, de que la interpretación literal merece
alguna preferencia a priori o que revela más piedad o más fe. De hecho, grupos
como los mormones y los testigos de Jehová son mucho más literalistas que el
fundamentalista más recalcitrante. La meta en la interpretación bíblica, y del
Apocalipsis, es ser fiel al mensaje revelado, sea de sentido literal o sea de
sentido simbólico.
(7)
Puede sorprender a algunos darse cuenta también
que las visiones no son necesariamente predictivas. En los relatos de visiones,
los verbos suelen aparecer en tiempo pasado, no futuro, porque se refieren al
momento en que el autor apocalíptico había recibido la visión. Generalmente hay
poco o nada en el relato para indicar que esté anunciando algo que vaya a pasar
en el futuro.
Muchas visiones en el Apocalipsis simplemente describen verdades
espirituales sin pretender predecir sucesos futuros. La visión del hijo de
hombre (Apoc 1), del trono y el Cordero (Apoc 4-5) y de la media hora de
silencio (8:1-4), no deben entenderse como predicciones de futuros
acontecimientos. Si el lector opta por interpretar las visiones de las trompetas
y las copas como vaticinios de sucesos futuros específicos, eso es decisión de
ese intérprete a menos que demuestre del mismo texto que la visión tuviera una
intención predictiva.
.
Un ejemplo dramático de este hecho es la interpretación del "666" de Apocalipsis
13:16-18.
Casi todo el mundo cree que esto anuncia una futura acción de la
bestia (que ellos identifican con el Anticristo) al final de la historia. Sin
embargo, Juan claramente identifica a la bestia con el imperio romano de su
propia época (17:9-11), y en 13:16 los verbos son pasados ("puso a todos una
marca") sin nada que indique que se refiere necesariamente a una acción futura.
Es más coherente, en este caso, entenderlo como una descripción en visión del
poder económico del falso profeta (probablemente el Sumo Sacerdote del emperador
en su templo en Efeso) o simplemente una descripción general de la
estrangulación económica de sistemas imperialistas.
Eso estaría más de acuerdo
con el género literario apocalíptico y con los datos del pasaje, y sería un
mensaje pastoral y práctico para sus comunidades
.
Aporte de la
literatura apocalíptica: tres ejemplos:
Hay evidencias convincentes de que los
autores bíblicos conocían la literatura apocalíptica. Muchos de los términos e
ideas del Nuevo Testamento se aclaran por ver su trasfondo en el mundo de los
autores intertestamentarios: hijo de hombre, Mesías, reino de Dios, el hombre de
maldad, el Anticristo, la resurrección, el juicio final, nueva creación y nueva
Jerusalén. Judas alude expresamente a 1 Enoc en v.6 (cf. 1 En 6:1-12; 10:4-6,12)
y v.14 (1 En 1:9), y en su v.9 aparentemente alude a un texto perdido de
Asunción de Moisés. En 2 Pedro aparecen muchos de los mismos temas y argumentos
de Judas, pero sin referencias directas a la literatura
extra-canónica.
Para ser más específicos, veamos tres casos del
Apocalipsis en que la literatura apocalíptica aclara el sentido del
pasaje:
(1) Apocalipsis 2:17 promete "el maná escondido", frase que no se
puede aclarar adecuadamente del Antiguo Testamento. Pero una tradición judía
afirmaba que cuando el templo fue destruido por Nabucodonosor, Jeremías (2 Mac
2:4-6; o un ángel 2 Bar 6:5-10) escondió el maná del arca en una cueva, donde
Dios lo estaba conservando hasta los días del Mesías. Oráculo Sibilino (7:149)
promete qne al venir el Mesías, los fieles "comerán con blancos dientes el maná
cubierto de rocío" (cf. OrSib 3:622-3, 5:283-285 y 8:203-205). Un escrito
contemporáneo del Apocalipsis lo describe con más detalle:
La tierra
dará su fruto diez mil veces más, sobre cada vid habrá mil ramas y cada rama
producirá mil racimos, y cada racimo producirá mil uvas, y cada uva producirá un
coro de vino [220 litros]. Y los que habían pasado hambre se gozarán, y verán
maravillas todos los días. Vientos saldrán de delante de mí a llevar cada mañana
fragancia de frutas aromáticas, y a final del día nubes destilarán el rocío de
salud. Y pasará que en ese mismo tiempo los tesoros del maná volverán a
descender de lo alto, y comerán de él en esos años, porque son los que han
llegado a la consumación del tiempo (2 Baruc 29:3-8).
Es muy probable que
Juan alude a esta veta de la tradición apocalíptica con su frase "el maná
escondido".
(2) Quizás el más grande rompecabezas del Apocalipsis es el
misterioso "666" de 13:18. Nada en el Antiguo Testamento nos ayuda a entender
este número símbolico, pero podemos encontrar una clave valiosa en la literatura
apocalíptica. Estos autores antiguos utilizaban mucho un método hermenéutico
llamado gematría (o "guematría"), que se basaba en la suma de los valores
númericos de las letras de determinado nombre. Los hebreos y los griegos no
tenían números (dígitos), como los que heredamos de los árabes, sino tenían que
utilizar las letras del alfabeto como números. Y entonces les interesaba sacar
la suma matemática de las letras de un nombre, casi a modo de un apodo. Para dar
un ejemplo muy sencillo, el nombre "Aba" sumaría cuatro (1+2+1) o como "Abba"
sería seis (1+2+2+1). En una pared entre las ruinas de Pompeya, ha aparecido un
romántico mensaje que dice, "amo a aquella cuyo número es 545" (Coenen 1983 tomo
3:183).
Es muy interesante encontrar en un escrito contemporáneo con
Juan de Patmos, Oráculos Sibilinos 5, un resumen de "la desdichada historia de
la raza latina" desde los tiempos de Alejandro Magno hasta el emperador Adriano,
que no nombra a ninguno de los emperadores sino los identifica por el valor
númerico de la letra inicial de su nombre:
5:12: el primero de los
caudillos, la suma de cuya letra inicial será de dos veces
diez
(César),
5:14: y tendrá su primera letra correspondiente a la decena
(Julio);
5:15: tras de él ha de gobernar aquel a quien correspondiere la
primera de las
letras (Augusto);
5:21: [el siguiente] tendrá la inicial
del número trescientos (Tiberio) …
5:28: El que tiene por inicial el número
cincuenta [Nerón] será soberano, terrible
serpiente…
5:40: un hombre de
cabello ceniza con la inicial del cuatro [Domiciano], etc, hasta
Adriano.
Un pasaje de Oráculos Sibilinos 1, de claro origen
cristiano, utiliza la gematría para designar a Cristo con el número de
888:
Entonces el hijo del Dios poderoso llegará hasta los hombres, hecho
carne…Tiene cuatro vocales y en él se repite la consonante. Yo te detallaré la
cifra total: ocho unidades, otras tantas decenas sobre aquellas, y ocho centenas
que a los hombre incrédulos revelarán su nombre… (1:323-330)
Los detalles
y la suma corresponden al nombre Iêsous (10+8+200+70+400+200). Esto parece ser
el paralelo m;as cercano al Apocalipsis 13:18, tanto por el tipo de gematría
como también por el contraste entre Cristo y la bestia. Cristo es más que
perfecto (777 más 111); la bestia pretende ser perfecto pero queda corto en un
triste 666.
Aunque este trasfondo no llega a precisar la identidad de
aquel cuyas letras suman 666 (o la variante textual, 616), da fuertes razones de
suponer que 13:18 es un caso de gematría. Con las debidas reservas, la mayoría
de los intérpretes ven una referencia a "César Nerón" en letras hebreas (QSR
NRWN: 100+60+200 +50+200+6+50; cf. Coenen 1983 tomo 3:184).
(3) Otro
pasaje sumamente debatido ha sido
el del reino milenial (Apoc 20:1-6). El pasaje
es muy oscuro y controversial, y el resto de las evidencias bíblicas tampoco nos
da mucha ayuda.
Pero encontramos numerosos pasajes parecidos en la literatura
apocalíptica y rabínica que distinguen entre un reinado mesiánico, de duración
limitada, y el reino final de Dios (cf. Díez Macho 1984 tomo 1:376-388). Ese
reino mesiánico se entiende como intrahistórico (dentro del tiempo de la
historia humana) y sobre esta tierra. Esta veta de tradición ofrece tres
paralelos con Apocalipsis 20: (1) Satanás es atado por un tiempo determinado;
(2) hay un reino penúltimo e interino de paz y justicia (usualmente, mesiánico),
también por un tiempo limitado y (3) al final Satanás (o Beliar, etc) será
soltado para un asalto final, en el que será derrotado y destruido.
Todos esos
elementos abundan en la literatura judía.
.
Pasajes apocalípticos muy
antiguos describen un reino de perfecta paz y justicia en esta tierra, dentro
del tiempo y la historia, previo al reino eterno de Dios (Jubileos 23:16-30; 1
Enoc 91:1-14; 93:12-17; 96:8; Salmos de Salomón 17:26-46; 18:1-12). En 2 Enoc,
contemporáneo con Juan de Patmos (ca. 70 d.C.), el autor proyecta los siete días
de la creación en siete épocas de la historia de mil años cada una. En el
séptimo período de mil años Dios bendice toda su creación (32:2) , y el octavo
(la eternidad) será de descanso y un volver a la creación ("para que el octavo
día fuera el primero…para que el día del domingo pueda repetirse
indefinidamente" 33:1). Parece que el séptimo día significa un penúltimo sábado,
que duraría mil años, antes de la eternidad (octavo día).
De
aproximadamente la misma época, la tercera visión de 4 Esdras (ca. 90 d.C.)
plantea claramente un reino mesiánico, en la tierra, de duración limitada y
previo a la eternidad. El texto precisa que durará específicamente 400 años: "Mi
hijo el Mesías será revelado con los que lo acompañan, y los que quedan se
regocijarán por 400 años" (7:28; cf Gén 15:13). Al final de ese período el
Mesías morirá, junto con todos los vivientes, y por siete días el mundo vuelve a
su silencio original. Después seguirán la resurrección y el juicio final, que
durará siete años (7:43). El escrito no parece conocer otras funciones del
Mesías. Las diferencias con el Apocalipsis son muy grandes e importantes, pero
este texto apocalíptico es otro testimonio de la existencia de tradiciones de un
reinado mesiánico penúltimo.
Díez Macho ha llamado a
2 Baruc (90-100
d.C.) "el libro que mejor refleja la doble concepción: reino mesiánico en este
mundo y reino de Dios en el mundo futuro del más allá", separados para la
resurrección general (1984 tomo 1:379). El autor describe el reino mesiánico
preliminar como "el tiempo de mi Ungido" (72:2; 30:1; cf 29:3), cuando "el gozo
será revelado y el descanso aparecerá, y la salud descenderá como rocío, y la
enfermedad desaparecerá, y el temor y la tribulación pasarán de entre los
humanos, y la alegría envolverá a la tierra. Y nadie morirá prematuramente"
(73:2). El bello pasaje citado arriba (2 Bar 29:4) describe también las
bendiciones de este período.
Todos estos documentos contemplan un reino
mesíanico, en esta tierra, con principio y fin, seguido después por el reino
eterno de Dios. En 2 Enoc se le asigna mil años, igual que en el Apocalipsis; en
4 Esdras es de 400 años. En los escritos rabínicos, posteriores al Nuevo
Testamento pero sin duda con raices en tradiciones de esa época, proliferan los
comentarios sobre ese reino mesiánico, al que casi siempre se le asigna un
período definido de duración. Con interpretaciones alegóricas de las escrituras
hebreas, los rabinos ofrecen la más exuberante variedad de cálculos del tiempo
de ese reinado: 40 años, 60 años, 70, 90, 100, 354 años, 365, 400, 600, 1000,
2000, 2460, 4000, 6000, 7000, y hasta 365,000 años (Strack Billerbeck 1926 tomo
3:824; Ford 1992:832).
Si sólo una parte de esas interpetaciones
circulaban en tiempos de Juan, nuestro profeta tenía mucha tradición en que
basar su propia versión y muchos cálculos entre los que podía escoger. De esa
increíble multiplicidad de cálculos, como de todas las evidencias al respecto,
podemos concluir que estas expectativas de un reino mesiánico (un "milenio" de
la duración que fuera) estaban muy extendidas, pero también que los cálculos de
su duración (como los "mil años" de Apocalipsis 20)
no se entendían
literalmente.
.
Fuentes apocalípticas describen también la atadura de
Satanás (Beliar, Semihazeh, etc), por un período limitado, a veces como
preparación para el reino mesiánico (cf. Apoc 20:1-3) En 1 Enoc 10:4-8 Azazel es
encadenado de manos y pies, echado en un hoyo en el desierto, y Dios manda tapar
el hoyo con piedras ásperas y agudas (10:5; cf. 13:1), hasta el día de juicio
cuando será lanzado al fuego (10:6). Dios ordena a Miguel atar al ángel caído
Semyaza bajo los collados por setenta generaciones, hasta su juicio final cuando
será enviado al abismo de fuego (10:12; cf. 18:16). Los astros que cayeron están
atados por diez millones de años (21:6; cf. 18:16; 90:23). También según
Testamento de Leví, el Mesías ("un nuevo sacerdote", 18:4) atará a Beliar
(18:12) y habrá paz y alegría en la tierra (18:4,13-14). No habrá más pecado
(18:9) y el Mesías abrirá las puertas del paraíso a los fieles
(18:10-11).
Es evidente que había mucha tradición judía detrás de
Apocalipsis 20:1-10, que algo de esa tradición era conocido por Juan, y que él
escribió aquí para ayudar a los cristianos de Asia Menor a entender dicha
tradición. Pareciera que uno de los propósitos de Juan era el de dar para los
fieles una relectura de las diferentes corrientes de pensamiento apocalíptico
que circulaban. En este caso, bien hubiera podido no hacerle caso a las
tradiciones de un reinado mesiánico preliminar, o hubiera podido rechazarlas y
refutarlas.
Parece que optó más bien por reinterpretarlas cristológicamente.
Conclusión: Los estudiosos de la Biblia hemos recibido tres
bendiciones muy especiales en el último siglo y medio. Una, desde finales del
siglo XIX,
fue el descubrimiento de miles de papiros, mayormente en las cálidas
arenas de Egipto. Estos ayudaron inmensamente a la crítica textual del Nuevo
Testamento a lograr un texto griego mucho más fiel y aportaron mucha información
importante para la interpretación bíblica. La segunda bendición, ya muy famosa,
consistió en los valiosísimos documentos de la comunidad de Qumran.
Hoy día,
sería una irresponsabilidad pecaminosa pretender interpretar la Biblia de
espaldas a todos estos nuevos conocimentos que iluminan y aclaran el texto
inspirado.
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Pero para entender los textos apocalípticos de la Biblia, una
tercera riqueza es igualmente significativa y útil. En ese mismo siglo y medio
se han descubierto, reconstruído textualmente, publicado e interpretado los
escritos apocalípticos, muchos de los cuales eran parte del mundo de Juan de
Patmos y de su mentalidad. Nuestro libro de Apocalipsis pertenece a este género
literario y sigue sus reglas de interpretación. Si queremos entender el último
libro de nuestra Biblia, nos conviene tomar muy en cuenta esta vasta biblioteca
con su mundo mágico de imágenes, y aprender a interpretar el libro de
Apocalipsis
conforme a su género literario. Eso es parte de nuestra fidelidad a
la palabra inspirada de nuestro Dios.