“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad,
bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no
hay ley”. – Gálatas 5:22,23
¿Está circunscrito este fruto a alguna religión? ¿Puedo yo juzgar que la bondad o amor del prójimo no es auténtico? Esta reflexión debe ser suficiente para hacernos comprender que todos los hombres son Hijos de Dios, y que la verdadera religión es la de la adquisición de la conciencia de que somos Hijos del Padre y que todos somos hermanos.
Todos los seres humanos experimentan con altibajos y a grados variables alguna expresión del fruto del Espíritu. Y este "Espíritu" es realmente el Ajustador del Pensamiento Residente regalado a todos los hombres. Es la Guía del Ajustador la que produce el Fruto del Espíritu (Ajustador del Pensamiento).
El desarrollo espiritual, el crecimiento a la madurez es nada más ni nada menos que la aceptación de la guía del Espíritu que produce cualidades. Es permitir que el Espíritu Ajuste o Modele nuestros pensamientos a su guía.
(381.6) 34:6.12 Y cuando esa vida de guía espiritual sea aceptada inteligentemente
y sin reservas, se desarrolla gradualmente en la mente humana una conciencia
positiva de contacto divino y seguridad de comunión espiritual; tarde o
temprano «el Espíritu atestigua con tu espíritu (el Ajustador) que eres una
criatura de Dios». Ya tu propio Ajustador del Pensamiento te ha hablado de tu
parentesco con Dios de manera que la historia demuestra que el Espíritu
atestigua «con tu espíritu», no para tu espíritu.
(381.7) 34:6.13 La
conciencia de la dominación del espíritu en una vida humana exhibe finalmente
manifestaciones cada vez mayores de las características del Espíritu en las reacciones
vitales de tales mortales guiados por el espíritu, «porque los frutos del
espíritu son el amor, la alegría, la paz, la resignación, la dulzura, la
bondad, la fe, la humildad, y la templanza». Tales mortales que son guidados
por el espíritu y están divinamente iluminados, aun cuando caminan por los
bajos senderos del sufrimiento y con lealtad humana cumplen con las
obligaciones de sus deberes terrenales, han comenzado ya a discernir las luces
de la vida eterna que centellean en las lejanas orillas de otro mundo; ya han
comenzado a comprender la realidad de esa verdad inspiradora y reconfortante:
«El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz, y alegría en el
Espíritu Santo». A través de cada prueba, frente a cada penuria, las almas nacidas
del espíritu están sostenidas por esa esperanza que trasciende todos los
temores, porque el amor de Dios se esparce a todos los corazones a través de la
presencia del Espíritu divino.