lunes, 14 de diciembre de 2015

El significado del Bautismo

Antes del bautismo de Jesús el rito de la inmersión tenía un significado puramente ceremonial. Generalmente se conocía como “bajar al agua” y se relacionaba con la purificación ritual.

 ¿Por qué Jesús admitió para sí mismo la ceremonia de «bajar al agua»? ¿De qué tenía que purificarse? ¿Qué sentido tuvo su «bautismo»?

Durante siglos hemos desviado el verdadero motivo tras el bautismo de Jesús, y dicha acción íntima de Jesús se ha mecanizado de forma burda. Durante la Edad Media miles eran “bautizados” sin ninguna comprensión interior.

Al sumergirse en las aguas, el Hijo del Hombre llevó a cabo un ritual personal —e insistimos en lo de «personal»—, y se consagró a la voluntad de Ab-ba, el Padre Celestial. Fue un «regalo» del Hijo del Hombre, mucho más simbólico de lo que podamos imaginar.

El quiso inaugurar el principio de su ministerio con lo más sagrado de que era capaz: «regalar» su voluntad al que lo había enviado... El «bautismo», por tanto, fue un gesto más santo, y delicado, de lo que siempre se ha creído.

Y los cielos se abrieron, como no podía ser menos, ante el «regalo» de un Dios hacia otro Dios...(Del Hijo al Supremo).

Además, sirvió de ejemplo e inspiración a sus hermanos.

¿Regalar a Dios?

La ceremonia de «bajar al agua» fue un «regalo» de Jesús hacia el Padre. El  Maestro había hablado en numerosas oportunidades de ese «ejercicio», casi ignorado por la mayor parte  de la humanidad: hacer la voluntad de Ab-ba.  ¿Cuál es el mejor regalo que podéis hacerle a Dios?...

El más exquisito, el más singular y acertado obsequio que la criatura humana puede presentar al Padre de los universos es hacer su voluntad. Nada le conmueve más. Nada resulta más rentable...

Y hacer su voluntad significa "ponerse en sus manos". Qué él dirija, cuide y sostenga en la vida... Es una rendición de nuestra voluntad a su guía. No significa renuncia a nuestras decisiones. En realidad significa confianza, cada día. Significa que él nos envuelve y lo sentimos a cada instante.

Esa práctica con altibajos de “ponerse en la manos de Dios” cada vez debe estabilizarse más. Es un ejercicio y “gimnasia” espiritual que parte con los “músculos tensos”.  Luego llega un punto en que la Voluntad de Dios, su Ajustador que nos guía, comienza a hacerse más constante y permanente. Su Espíritu siempre nos acompaña y estabiliza nuestros pensamientos.

Pues bien, llega un momento en el que la criatura humana, experta ya en esa «gimnasia» de entregarse a la voluntad del Padre, toma la decisión de consagrarse «para siempre». Y lo hace tranquila y serenamente, y elige para ello el instante que estima oportuno. Se trata de un momento de auténtica elevación espiritual, en el que el hombre, o la mujer, sencillamente, se entregan al Padre. Es un rito íntimo, el mejor «regalo» que podamos imaginar...

Jesús eligió el Jordán y sus aguas. Fue la culminación de lo que sabía y practicaba...

Le dio otro sentido personal totalmente diferente.  Y jamás quiso crear una práctica mecánica estandarizada.

El Maestro nos animó que los siguiéramos. Pero ese regalo, ese acto voluntario tiene que nacer del corazón. Tiene que ser una decisión espiritual químicamente pura.

Cristo escogió las aguas y la inmersión, y nunca se opuso a que otros lo hicieran de esa forma. Muchos se bautizaron en agua. Sin embargo, es bueno entender que para que Jesús el significado tras la acción de las aguas era lo importante.

“Yo, por mi parte, los bautizo con agua a causa de su arrepentimiento; pero el que viene después de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de quitarle las sandalias. Ese los bautizará con espíritu santo y con fuego” – Mateo 3:11

Notamos el contraste que hace el bautista al señalar que Jesús introduciría un nuevo bautismo. Romanos 6:3 habla precisamente de ese “bautismo en Cristo”. La palabra Baptizo en Romanos seis significa "la introducción o colocación de una persona o cosa en un nuevo entorno o en unión con algo más con el fin de modificar su condición o su relación con su entorno anterior o condición".

Hay quiénes han escogido un momento íntimo, singular y especial que solo ellos y el Padre conocen. Un momento de Consagración e “inmersión” en Dios.

Hay quienes han afirmado su consagración al Padre bajo una cascada (saltando el agua sobre sus rostros), con una suave lluvia,  al atardecer, o bajo la alfombra de las estrellas.

Más importante que un efecto físico es la conciencia de la criatura tras ese acto. Esa "inmersión" puede ser incluso de carácter espiritual. Jesús pretendía esa profundidad, ya que el resto solo es la envoltura de ese regalo.

Lo importante en la Religión de Jesús, en la Religión de la experiencia interna de Dios, que cuando estés listo en esa “gimnasia” del Espíritu, puedas hacer tu Consagración. Entonces “nacerás otra vez”.