En estas últimas entradas se han resumido brevemente las investigaciones, datos y aportes de muchos estudiosos que han demostrado la abrumadora evidencia en contra de la posibilidad de que 607 a.E.C sea el año de la destrucción de Jerusalén.
Aún así si fué en 586/587 a.E.C o en 607 a.E.C, eso no tiene ninguna implicancia doctrinaria real para nosotros. Jesús claramente habló en los Evangelios que su Parausía no puede saberse ni calcularse en cuanto a los "tiempos y sazones". La Parausía no puede ligarse a una fecha. Lo hemos demostrado en decenas de entradas anteriores.
Y tampoco Daniel capítulo 4 puede mezclarse con la dinastía de reyes davídicos. Claramente el contexto y mensaje está dirigido a una potencia orgullosa opositora al reino de Dios, no al reino de Dios expresado en la monarquía de reyes israelitas. Y aún así, no hay base en el relato de Daniel 4 para asegurar que los "siete tiempos" son realmente 2520 años.
Todos estos factores por sí mismos deberían haber hecho que las afirmaciones en torno a 1914 hubieran sido consideradas solo como posibilidades, pero no como afirmaciones efectivas de que Cristo ya está gobernando desde ese año. Hay una enorme diferencia entre una posibilidad y una afirmación.
El que en 1914 hubiera estallado la I guerra mundial tampoco es un factor crucial para negar toda la otra evidencia anterior. Para los historiadores la Revolución Francesa de 1789 marca el inicio de la Edad Contemporánea. La Iglesia Adventista también presenta cálculos que señalan a dicho año. El año 2001 fué clave en los últimos asuntos. Posiblemente acabó un periodo de 2520 años, pero sería arriesgado afirmar que Cristo comenzó a reinar en el año 2001.
Cómo observamos, todo esto debería provocar una actitud de cautela, y no de afirmaciones rotundas que se han transformado en dogmas. Posiblemente hay muchos ciclos cronológicos. Pero otra cosa muy distinta es saber o creer que ocurrió realmente al término de dichos ciclos. Hay una diferencia abismal entre ámbos razonamientos.