El secreto que los dioses juraron no revelar era una conspiración contra la Humanidad , consistente en reservarse la información que tenían respecto a la próxima avalancha de agua, de modo que, mientras los nefilim se salvaban, la Humanidad pereciera.
No obstante, aunque los seres humanos no podían leer las señales, los nefilim sí podían.. Ellos no provocaron el Diluvio; ellos, simplemente, se confabularon para que los terrestres no se enteraran de su llegada.
Sin embargo, conscientes de la inminente calamidad y de su impacto global, los nefilim tomaron las medidas oportunas para poner a salvo sus pellejos. Estando la Tierra a punto de ser engullida por las aguas, no tenían más que una dirección de salida: hacia el cielo. Cuando la tormenta que precedió al Diluvio comenzó a rugir, los nefilim se subieron a su lanzadera y permanecieron en órbita terrestre hasta que las aguas comenzaron a descender.
El día del Diluvio, fue el día en que los dioses gigantes huyeron de la Tierra.
Aunque los nefilim estaban preparados para el Diluvio, su llegada fue una experiencia aterradora. «El ruido del Diluvio... hizo temblar a los dioses». Pero, cuando llegó el momento de dejar la Tierra , los dioses (o semi dioses), «dando la vuelta, ascendieron a los cielos de Anu». La versión asiría de Atra-Hasis dice que los dioses utilizaron el rukub ilani («carro de los dioses») para escapar de la Tierra. «Los Anunnaki elevaron» sus naves espaciales, como antorchas, «iluminando la tierra con su resplandor».
En órbita alrededor de la Tierra , los nefilim vieron una escena de la destrucción que les afectó profundamente. Los textos del Gilgamesh nos cuentan que, cuando la tormenta creció en intensidad, no sólo «uno no podía ver a su compañero», sino que «tampoco se podía reconocer a la gente desde los cielos». Apiñados en su nave espacial, los dioses gigantes se, esforzaban por ver lo que estaba sucediendo en el planeta del cual acababan de despegar.
Los textos de Atra-Hasis repiten el mismo tema. Los dioses, mientras huían, pudieron ver la destrucción también. Pero la situación dentro de sus propias naves tampoco era muy estimulante. Parece ser que tuvieron que repartirse entre varias naves espaciales; la Tablilla III de la epopeya de Atra-Hasis describe las condiciones a bordo de una nave donde los anunnaki compartían alojamiento con la Diosa Madre.
Las órdenes de los nefilim eran claras: abandonad la Tierra , «ascended al Cielo». Fue la vez en la que el Duodécimo Planeta estuvo más cerca de la Tierra , dentro del cinturón de asteroides (el «Cielo»).
El Diluvio no fue un acontecimiento único y repentino, sino la culminación de una cadena de acontecimientos. Los acontecimientos del Diluvio nos hablan del último período glacial de la Tierra y de su catastrófico final decretado por el Dios Supremo. Poniendo en línea la información bíblica y sumeria, nos encontramos con que los momentos duros, la «maldición de la Tierra », comenzó en la época del padre de Noé, Lámec. Su esperanza en que el nacimiento de Noé («respiro») marcara el fin de las penurias se cumplió de un modo inesperado, a través del catastrófico Diluvio.
Los textos sumerios y acadios no dejan lugar a dudas de que las gentes del Oriente Próximo de la antigüedad tenían por cierto que los Dioses del Cielo y de la Tierra eran capaces de elevarse en el aire y ascender a los cielos, así como de recorrer los cielos de la Tierra a voluntad. Los antiguos artistas representaban a los dioses -antropomórficos en todos los demás aspectos, con alas. Las alas, tal como se puede ver en numerosas representaciones, no formaban parte del cuerpo -no eran alas naturales-, sino, más bien, un añadido decorativo de la vestimenta del dios. Ésto indicaba que por lo menos, los ángeles materializados podían volar a voluntad, sus hijos Nefilim necesitaban naves o cohetes para escapar. Al llegar el Diluvio, los ángeles fueron apresados y no podían volver a materializarse, mientras que algunos Nefilim lograron escapar a los cielos.
Existen innumerables pruebas de que en la antigüedad se podían transportar por el aire. Por ejemplo Se han encontrado esculturas en las que se muestra a un dios dentro de una cámara con forma de cohete, donde la naturaleza celeste de la cámara viene confirmada por los doce globos que la decoran.
Tal como decían las listas de reyes sumerios, «el Diluvio había arrasado», y su esfuerzo había desaparecido de la noche a la mañana. Las minas del sur de África, las ciudades en Mesopotamia, el centro de control de Nippur, el espaciopuerto de Sippar; todo estaba enterrado bajo el agua y el lodo. Cerniéndose en sus lanzaderas por encima de la ahora devastada Tierra, los nefilim esperaban pacientemente a que las aguas se apaciguaran para poder poner el pie de nuevo en tierra firme.
Después de que las aguas bajaron, ellos tuvieron que forzosamente volver a aterrizar.
Los textos sumerios nos dicen que, después del Diluvio, los nefilim sostuvieron prolongadas reuniones para sopesar el futuro de los dioses y del Hombre en la Tierra. Como resultado de estas reuniones, «crearon cuatro regiones». En tres de ellas -Mesopotamia, el valle del Nilo y el valle del Indo- y se instalaron en ellas, en la cumbre de las altas montañas, y de ésa forma siguieron influyendo en los hombres.
Cómo hemos analizado, los textos sumerios nos dicen que, después del Diluvio, los nefilim sostuvieron prolongadas reuniones para sopesar el futuro de los dioses (semidioses) y del Hombre en la Tierra. Como resultado de estas reuniones, «crearon cuatro regiones». En tres de ellas -Mesopotamia, el valle del Nilo y el valle del Indo- se instaló el Hombre. La cuarta región era «sagrada» -un término cuyo significado literal original era «dedicado, restringido». Dedicado sólo a los semidioses, era una «tierra pura», una zona a la que sólo se podía acceder con autorización; entrar en ella sin permiso podía llevar rápidamente a la muerte, propiciada por fieros guardianes gigantes con «armas terroríficas». A esta tierra o región se le llamó TIL.MUN (literalmente, «el lugar de los misiles»). Era la zona restringida donde los nefilim habían bajado con sus aparatos dañados después de que la de Sippar hubiera sido arrasada por el Diluvio. La zona se puso bajo el mando de Utu/Shamash, el dios nefilim encargado de los cohetes ígneos. Los héroes de la antigüedad, como Gilgamesh, se esforzaron por encontrar este País de Vida, para ser llevados en un shem o un Águila hasta la Morada Celeste de los Dioses.
Además, existieron otras grandes regiones de la tierra, principalmente en zonas altas, dónde los sobrevivientes gigantes se establecieron en dichas montañas elevadas. Los gigantes, repartidos por el mundo, ya sea en las montañas de Creta, Italía, la India, Asía, América, y Medio Oriente, dieron origen a las historias de los semidioses o dioses que habitaban en ciudades escondidas en las montañas, o reinos subterráneos en el interior de grandes cordilleras. Ésto da origen al Monte Olimpo como morada de los dioses griegos, el Monte Fuji en Japón, Agharta, la Ciudad de los Césares, el Dorado, y otros sitios sagrados en las altas cumbres. América también está llena de éstos lugares altos. Solo un grupo selecto de iniciados humanos podían ser llevados a ésas cimas, para ser enseñados en el arte de gobernar a las masas humanas, y así transmitir información de los dioses gigantes antediluvianos.
Es así como Nemrod, y los sacerdotes de distintas latitudes del mundo son educados por éstos gigantes. Desde los pueblos americanos hasta los pueblos asiáticos, éstas gentes son instruidas para dar inicio a las grandes potencias posteriores al Diluvio. Ahora los gigantes no querían regresar a vivir directamente con los humanos. Tenían la experiencia aterradora del Diluvio reciente y desearon influir de forma retirada y ermitaña desde las altas montañas y de esa forma, evitar ser alcanzados por un nuevo Diluvio. Además, sus artefactos ya estaban dañados para volver a escapar. Los nefilim llegaron a la conclusión de que necesitaban un intermediario entre ellos y las masas de seres humanos. Ellos eran, así lo decidieron, los dioses -elu en acadio, que significa «los nobles», «los elevados». Así pues, como puente entre ellos, los señores, y la Humanidad, introdujeron la «Realeza», el «Reino» en la Tierra, nombrando un soberano humano que asegurara el servicio de la Humanidad a los dioses y canalizara las enseñanzas y las leyes desde los dioses hasta el pueblo. Y Nemrod es uno de éstos primeros humanos escogidos como gobernantes, y los sacerdotes a su lado serían la nueva casta de intermediarios entre ellos y el pueblo.
Tanto los textos sumerios como los acadios dicen que los nefilim o anunnaki (llamados por los sumerios)retuvieron el «señorío» sobre las tierras, e hicieron que la Humanidad reconstruyera primero las ciudades antediluvianas exactamente donde habían estado originalmente, y tal como habían sido planificadas: «Que los ladrillos de todas las ciudades se pongan en los lugares que les corresponden, que todos [los ladrillos] descansen en lugares sagrados». Eridú, por tanto, fue la primera en ser reconstruida. Pero Babel, y todos los demás pueblos, incluso los Mayas y Egipcios, solo fueron pálidos reflejos del mundo antediluviano. No lograron jamás su esplendor antiguo, y aún así éstas nuevas civilizaciones con un orígen común, nos asombran por su adelanto.
Los Nefilim al ser una raza mitad angelical y mitad humana, sin duda vivieron siglos tras el diluvio. Los últimos gigantes ermitaños sobrevivientes entregaron información a los iniciados humanos, y además procrearon algunos vástagos, dando origen a algunas tribus de gigantes. Éstas razas, mitad humanas, mitad Nefilim, tenían una capacidad intelecutual inferior a la humana normal, y no pudieron lograr establecerse como dominadores de las nuevas razas humanas. Desearon permanecer confinadas cerca de las alturas, y fundaron algunos reinos. Tenían gran fuerza bruta y manipulaban armamento de batalla, pero carecían de la inteligencia de sus ancestros.
Ésto hizo que los gigantes originales sobrevivientes prefirieran darle información cultural a escogidos humanos, más bien que a sus nietos gigantes más degenerados y retrasados. Ahora analizaremos el destino de éstos vástagos de los Nefilim.