martes, 31 de enero de 2012

El bautismo y la consagración

Antes del bautismo de Jesús el rito de la inmersión tenía un significado puramente ceremonial. ¿por qué admitió la ceremonia de «bajar al agua»? ¿De qué tenía que purificarse? ¿Qué sentido tuvo el «bautismo»?

Al sumergirse en las aguas, el Hijo del Hombre llevó a cabo un ritual personal —e insistimos en lo de «personal»—, y se consagró a la voluntad de Ab-ba, el Padre Celestial. Fue un «regalo» del Hijo del Hombre, 
mucho más simbólico de lo que podamos imaginar. El quiso inaugurar el principio de su ministerio con lo más sagrado de que era capaz: «regalar» su voluntad al que lo había enviado... El «bautismo», por tanto, 
fue un gesto más santo, y delicado, de lo que siempre se ha creído. 

Y los cielos se abrieron, como no podía ser menos, ante el «regalo» de un Dios hacia otro Dios...(Del Hijo al Supremo).

Además, sirvió de ejemplo a sus hermanos.

¿Regalar a Dios? 

La ceremonia de «bajar al agua» fue un «regalo» de Jesús hacia el Padre. El  Maestro había hablado en numerosas oportunidades de ese «ejercicio», casi ignorado por la mayor parte  de la humanidad: hacer la voluntad de Ab-ba.  ¿Cuál es el mejor regalo que podéis hacerle a Dios?... 

El más exquisito, el más singular y acertado obsequio que la criatura humana puede presentar al Padre de los universos es hacer su voluntad. Nada le conmueve más. Nada resulta más rentable... 

Y hacer su voluntad significa "ponerse en sus manos". Qué él dirija, cuide y sostenga en la vida...Es una rendición de nuestra voluntad a su guía. No significa renuncia a nuestras decisiones. En realidad significa confianza, cada día. Significa que él nos envuelve y lo sentimos a cada instante.

Pues bien, llega un momento en el que la criatura humana, experta ya en esa «gimnasia» de entregarse a la voluntad del Padre, toma la decisión de consagrarse «para siempre». Y lo hace tranquila y serenamente, y elige para ello el instante que estima oportuno. Se trata de un momento de auténtica elevación espiritual, en el que el hombre, o la mujer, sencillamente, se entregan al Padre. Es un rito íntimo, el mejor «regalo» que podamos imaginar... 

Jesús eligió el Jordán. Fue la culminación de lo que sabía y practicaba...

El Maestro nos animó que los siguiéramos. Pero ese regalo, ese acto voluntario tiene que nacer del corazón. Tiene que ser una decisión espiritual químicamente pura.

Algunos me han preguntado sin han de bautizarse otra vez al no ser conscientes de la importancia de su bautismo original en determinada religión. Solo les digo que Cristo escogió las aguas y la inmersión, pero no es necesario el mismo rito para repetirlo dos veces. Conozco a algunos que han reafirmado su consagración (ahora plenamente conscientes) de la misma forma (inmersión en agua), y otros que han escogido otro momento íntimo, singular y especial que solo ellos y el Padre conocen. Hay quienes han reafirmado su consagración al Padre bajo una cascada (saltando el agua sobre sus rostros), con una suave lluvia, o al atardecer bajo la alfombra de las estrellas.

Más importante que un efecto físico es la conciencia de la criatura tras ese acto. Esa "inmersión" puede ser incluso de carácter espiritual. Jesús pretendía esa profundidad, ya que el resto solo es la envoltura de ese regalo.