"Jehová bendecirá ... todo el trabajo de tus manos"- Deut. 28:8
1) Ve el trabajo como un regalo del Creador y no como un castigo: “...a todo hombre a quien Dios da bienes y riquezas, le da también facultad para que coma de ellas, tome su parte y goce de su trabajo. Esto es don de Dios” (Eclesiastés 5:19);
(2) Reconoce a Dios como tu verdadero
jefe: “Servid de buena
voluntad, como al Señor y no a los hombres, sabiendo que el bien que cada uno
haga, ése recibirá del Señor” (Efesios 6:7-8);
(4) Aprende lo que puedas acerca de tus
tareas: “El sabio...
escucha y aumenta su saber, y el inteligente adquiere capacidad...”
(Proverbios 1:5);
(5) Aprovecha la crítica para tu
ventaja. De hecho, haz que
te sirva para algo, pidiendo sugerencias y corrección: “Pobreza y vergüenza
tendrá el que menosprecia el consejo, pero el que acepta la corrección recibirá
honra” (Proverbios 13:18);
(6) Haz más que lo que esperan de ti: “...a cualquiera que te obligue a
llevar carga por una milla, ve con él dos” (Mateo 5:41). Pertenece al “club”
de los que van la “milla extra”;
(7) Haz que Jesús sea tu “socio de
trabajo”. Sigue estando
consciente de la presencia de Cristo durante todo el día mientras realices
fielmente tus obligaciones (lee Hebreos 12:2): “Tú guardarás en completa paz
a aquél cuyo pensamiento en Ti persevera, porque en Ti ha confiado” (Isaías
26:3).
La historia ha imaginado al Jesús carpintero como un obrero más o menos rutinario, obligado por el mayorazgo a desenvolverse en un oficio oscuro y aburrido. Lamentable error. Aunque es cierto que desde los cinco años empezó a trastear a la sombra de su padre, entre vigas, herramientas, virutas y maderas de muy diversa índole, Jesús tenía la capacidad innata de identificarse y “hacerse uno” con lo que llevaba entre manos. En este sentido, la madera –y no por casualidad- constituyó durante años un íntimo y gratificante modo de expresarse y expresar lo que latía en su sensible corazón. Jesús encontró en cada paso de este bello oficio –desde la simple y trabajosa tala del árbol hasta el más pulcro acabado- un reto hacía sí mismo.
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Fue y no fue un artesano que trabaja por encargo. Cumplía los pedidos pero, lo que muy pocos supieron es que, en cada banco, en cada arca, en cada yugo, en cada puerta o mango de azada que remataba se había “ido” un girón de su alma. El Jesús ebanista y el Jesús fabricante de pesadas vigas para terrados acariciaba la madera, respiraba al ritmo de la sierra y de la garlopa, espiraba al tiempo de cortar y escuchaba el ronroneo de las gubias. Sabía que la madera tiene corazón y, en consecuencia, le hablaba. Aquel carpintero, poco a poco, llegó a “descubrir” en el duro e impermeable roble la naturaleza de muchos seres humanos: granítica en su exterior y de fibras largas, rectas y flexibles, fáciles de manejar. Y del nogal aprendió también que, a pesar de su resistencia al hacha, su corazón era como una malla de oro. Y como sucede con otros hombres, “vio” en el avellano una madera flexible, semidura, tenaz..., pero de escasa duración. Aquel “corazón” ni daba fuego ni ceniza... Y quizá asoció el olivo con esos humanos que, retorcidos por el dolor y las miserias, precisan de un “secado” especialmente delicado...
¡Qué maravilloso es recrearnos con aquel carpintero que hizo de la verticalidad de la madera un esperanzado y horizontal camino!
No, Jesús no fue un aburrido artesano. Como sucede con los oficios que iría desempeñando, fue humilde en el aprendizaje y alegre en la madurez. Y equilibró la dureza de los mismos con un permanente descubrir. Cada nuevo encargo era un no saber, un enigma, un desafío...
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Cuando decimos que Jesús es tu Socio en las duras jornadas, no son meras palabras. El experimentó al igual que tu la existencia humana con todos sus retos, penas y alegrias. El es tu compañero eterno.
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Cuando decimos que Jesús es tu Socio en las duras jornadas, no son meras palabras. El experimentó al igual que tu la existencia humana con todos sus retos, penas y alegrias. El es tu compañero eterno.