miércoles, 1 de mayo de 2013

La huella de Jesús de Nazaret en el mundo

A pesar de que el ideal de Jesús de Nazaret sobre la hermandad entre los hombres y la Paternidad de Dios sufrió una desviación hacia la figura del Maestro, las enseñanzas de Jesús permanecen latentes como enredaderas que treparán finalmente por los muros de la tradición y emergerán victoriosas.

Y éstas enseñanzas, aunque fueron opacadas por un culto al Maestro y a la Iglesia, si han logrado empujar una gran evolución en la Tierra. Investigadores como Antonio Piñero han reconocido la gran huella de las enseñanzas de Jesús en la Tierra.

Un balance histórico que revela la influencia positiva del cristianismo en el mundo, proponiendo un modo de vida basado en la dignidad humana, la justicia y la fraternidad entre todos los seres humanos.

¿Qué ha aportado el cristianismo en la historia de la humanidad?
  Las iglesias cristianas no solo sufrieron la persecución de los judíos sino también del mundo romano. El cristianismo era para los gentiles incluso más molesto en sus pretensiones, sus valores y su conducta que para los judíos. No sólo eliminaba las barreras étnicas entonces tan marcadas, sino que, además, daba una acogida extraordinaria a la mujer, se preocupaba por los débiles, los niños, los marginados, los abandonados, es decir, por aquellos por los que el imperio no sentía la menor preocupación.

El imperio romano tuvo aportaciones extraordinarias, indudablemente, pero también es cierto el hecho de que el imperio era una firme encarnación del poder de los hombres sobre las mujeres, de los libres sobre los esclavos, de los romanos sobre los otros pueblos, de los fuertes sobre los débiles. No debe extrañarnos que Nietzsche lo considerara un paradigma de su filosofía del "superhombre", porque efectivamente así era.
 
En el mundo del Imperio Romano, sobre todo en algunas zonas de Grecia, la mujer no era ciudadana, tampoco se le consideraba  humana y los niños débiles eran arrojados a los perros. Se rendía culto a la fuerza y la superioridad sobre los esclavos. La promiscuidad sexual era frecuente y el concepto de familia era casi nulo. Los romanos participaban de mucha inmoralidad como en los baños públicos.
 
Frente a ese imperio, el cristianismo predicaba a un Dios ante el cual resultaba imposible mantener la discriminación que oprimía a las mujeres, el culto a la violencia que se manifestaba en los combates de gladiadores, la práctica del aborto o el infanticidio, la justificación de la infidelidad masculina y la deslealtad conyugal, el abandono de los desamparados, etc.
 
Para el Imperio esto era un peligro, además de la confusión que provocó la palabra "Reino" entre los emperadores. Y el Cristianismo aparece como una fuerza ciclónica que cambia al mundo y la humanidad da un salto evolutivo. Si Jesús no hubiese venido a la Tierra, muchas prácticas primitivas en la humanidad aún serían socialmente aceptadas y protegidas por las leyes imperiales.

Educación brutal de los niños en Esparta
A lo largo de tres siglos, el imperio desencadenó sobre los cristianos persecuciones que cada vez fueron más violentas. Sin embargo, no sólo no lograron su objetivo de exterminar a la nueva fe, sino que al final se impuso el cristianismo, que predicaba un amor que jamás habría nacido en el seno del paganismo (el mismo Juliano el Apóstata lo reconoció), y que proporcionaba dignidad y sentido de la vida incluso a aquellos a los que nadie estaba dispuesto a otorgar un mínimo de respeto.
 
En los siglos siguientes, el cristianismo fue decisivo para preservar la cultura, para la popularización de la educación, la promulgación de leyes sociales o la articulación del principio de legitimidad política. Sin embargo, fueron creaciones que de nuevo se desplomaron ante las sucesivas invasiones de otros pueblos, como los vikingos y los magiares. En poco tiempo, gran parte de los logros de siglos anteriores desaparecieron convertidos en humo y cenizas. Una vez más, sin embargo, el cristianismo mostró su vigor, y cuando los enemigos de los pueblos cristianos eran más fuertes, cuando no necesitaban pactar y podían imponer por la fuerza su voluntad, acabaron aceptando la enorme fuerza espiritual del cristianismo y lo asimilaron en sus territorios. Al llegar el año 1000, el cristianismo se extendía desde las Islas Británicas hasta el Volga.

Las sociedades nacidas de aquella aceptación del cristianismo no llegaron a asimilar todos los principios de la nueva fe. De hecho, en buena medida eran nuevos reinos sustentados sobre la violencia necesaria para la conquista o para la simple defensa frente a las invasiones. Sin embargo, el cristianismo ejerció sobre ellos una influencia fecunda, que volvió a sentar las bases de un principio de la legitimidad del poder alejado de la arbitrariedad guerrera de los bárbaros, buscó de nuevo la defensa y la asistencia de los débiles y continuó su esfuerzo artístico y educativo. Además, suavizó la violencia bárbara implantando las primeras normas del derecho de guerra –la Paz de Dios y la Tregua de Dios–, supo recibir la cultura de otros pueblos, creó un sistema de pensamiento como la Escolástica y abrió las primeras universidades.

También las principales legislaciones de carácter social recibieron un impulso decisivo de la preocupación cristiana de personas como lord Shaftesbury (que promovió leyes que mejoraron las condiciones de trabajo en minas y fábricas), Elizabeth Fry (que introdujo importantes medidas humanitarias en las prisiones) y otros muchos hombres y mujeres que, gracias al impulso cristiano, superaron los condicionantes de su tiempo y promovieron reformas decisivas para humanizar la sociedad.

Es cierto que hubo también páginas tristes y oscuras en la historia de la fe de esos pueblos cristianos, y es verdad también que se cometieron errores, a veces graves, pero en el curso de esos siglos y de los siguientes, el cristianismo alcanzó grandes logros educativos y asistenciales, y facilitó el desarrollo económico, científico, cultural, artístico e incluso político. Causas como la defensa de los indígenas, la lucha contra la esclavitud, las primeras leyes sociales contemporáneas o la denuncia del totalitarismo difícilmente habrían sido iniciadas sin el impulso cristiano.
 
Las grandes ideas humanistas que lograron las Revoluciones de los siglos posteriores tienen su base en el cristianismo y sus ideales fraternales.

Es cierto que los cristianos muchas veces han dejado bastante que desear en el modo de vivir su fe. Con todo, la influencia humanizadora y civilizadora de la fe cristiana no cuenta con equivalentes de ningún tipo a lo largo de la historia universal. Sin la fe cristiana, el devenir humano habría estado mucho más teñido de violencia y barbarie, de guerra y destrucción, de una enorme involución. Quizás todavía estaríamos en una época bárbara similar a la Edad Media.
 
Aun con el cristianismo distorsionado, el gran drama de la condición humana se ha visto acompañado de cierto progreso y justicia, de alguna compasión y cultura.
 
Solo un Ser de origen no humano, el auténtico gobernante de este universo, ha podido causar semejante impacto, semejante huella en la humanidad. Esta es una reflexión que nos confirma la existencia real de Jesús y su poderoso papel.
 
El que existan hogares, leyes humanistas y una búsqueda de la justicia en la sociedad, es una derivación del mensaje distorsionado de Jesús. Aunque éste mensaje fue opacado por la Iglesia y un culto al Cristo, aún ha logrado mucho en la humanidad.
 
No debemos asustarnos por las aparentes crisis que experimenta la humanidad en el asunto de los valores morales. Ya se han establecido cimientos poderosos que podrán resistir algunas modas pasajeras y tontas.
 
Nuestro papel es hacer resplandecer el mensaje de Jesús.
 
¿Qué se lograría en el mundo si volviéramos a resaltar el núcleo principal del mensaje de Jesús a la humanidad?