lunes, 3 de febrero de 2014

Nacer otra vez: La única forma de entrar y experimentar el Reino

Al recibir a Nicodemo, Jesús no demostró una deferencia especial; al hablar con él, no había concesión ni tampoco un tono indebidamente persuasivo. El Maestro no hizo ningún intento de rechazar a su visitante sigiloso, ni tampoco lo trató con sarcasmo. En todo su trato con el distinguido visitante, Jesús se mostró calmo, honesto y digno. Nicodemo no era un delegado oficial del sanedrín; vino a ver a Jesús solamente debido a su interés personal y sincero en las enseñanzas del Maestro.

     Al ser presentado por Flavio, dijo Nicodemo: «Rabino, sabemos que eres un maestro enviado por Dios, porque ningún mero hombre podría enseñar así a menos que Dios estuviese con él. Y estoy deseoso de conocer más de tus enseñanzas sobre el reino venidero».

     Jesús respondió a Nicodemo: «De cierto, de cierto te digo, Nicodemo, que si un hombre no naciere de lo alto, no puede ver el reino de Dios». Entonces replicó Nicodemo: «Pero, ¿cómo puede un hombre nacer de nuevo cuando ya es viejo? No puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre para nacer».

     Dijo Jesús: «Sin embargo, yo te declaro que, a menos que un hombre naciere del espíritu, no podrá entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne, carne es, y lo que nace del espíritu, espíritu es. Pero no debes sorprenderte de que yo haya dicho que debes nacer de lo alto. Cuando sopla el viento, oyes el murmullo de las hojas, pero no ves el viento —de donde viene y adonde va— y así es con todo aquel que nace del espíritu. Con los ojos de la carne puedes contemplar las manifestaciones del espíritu, pero no puedes en verdad discernir el espíritu».
     
Replicó Nicodemo: «Pero no comprendo; ¿cómo puede eso ser?» Dijo Jesús: «¿Es posible que tú seas un maestro en Israel y sin embargo ignores todo esto? Se vuelve pues el deber de los que conocen las realidades del espíritu revelar estas cosas a los que disciernen tan sólo las manifestaciones del mundo material. Pero ¿nos creerás a nosotros, si te decimos las verdades celestiales? ¿Tienes tú el coraje, Nicodemo, de creer en el que ha descendido del cielo, aun en el Hijo del Hombre?»

     Y dijo Nicodemo: «Pero ¿cómo podré yo comenzar a captar este espíritu que ha de rehacerme en preparación para entrar al reino?» Respondió Jesús: «El espíritu del Padre en el cielo ya reside en ti. Si te dejas conducir por este espíritu que viene de lo alto, muy pronto comenzarás a ver con los ojos del espíritu. Cuando esto ocurra y tú elijas de todo corazón seguir la dirección del espíritu, nacerás del espíritu, puesto que tu único propósito del vivir será hacer la voluntad de tu Padre que está en el cielo. Al encontrarte nacido del espíritu, y feliz en el reino de Dios, comenzarás a rendir en tu vida diaria los frutos abundantes del espíritu».

     Nicodemo era completamente sincero. Estaba profundamente afectado, pero se alejó perplejo. Nicodemo era una persona con un yo bien desarrollado y con buen autocontrol, y aun poseía altas cualidades morales. Era refinado, egoísta y altruista; pero no sabía como someter su voluntad a la voluntad del Padre divino así como un niño se somete voluntariamente a la guía y a la dirección de un padre terrestre y amante, para volverse verdaderamente hijo de Dios, heredero progresivo del reino eterno.

     Pero Nicodemo supo tener fe suficiente para llegar al reino. Protestó tímidamente cuando sus colegas del sanedrín quisieron condenar a Jesús sin audición; y más tarde, con José de Arimatea, confesó valientemente su fe y reclamó el cuerpo de Jesús, aun cuando la mayoría de los discípulos habían huido atemorizados de la escena del sufrimiento final y muerte del Maestro.  - Libro de Urantia, página 1602.

Para Comprender la lección

Esta conversación sale reflejada en parte en el Evangelio de Juan y es quizás la parte más vital de todo el Evangelio.

Aquí Jesús nos habla de la experimentación viviente de Dios, del Espíritu o Fragmento del Padre Celestial que nos habita. De la misma forma como el viento solo se puede percibir, así también sucede cuando sentimos al Padre Viviente en nosotros. 

¿Cómo puedo sentir al Padre Celestial que me habita? En el silencio y en la reflexión profunda podemos "escuchar" el eco de su voz. Cada pensamiento sabio, sensato, alegre, equilibrado y justo es empujado por el Ajustador que nos habita. Cada sentimiento lleno de amor y bondad procede del Padre. ¿Quién te empuja a la compasión? ¿Quién levanta tu decaído ánimo? ¿Quién llena tus ansiedades? 

De esta forma, logramos "sentir" al Padre que nos habita. Y esta realidad interior íntimamente personal representa la única adoración y religión verdadera.

Pero "nacer otra vez" implica algo más. Después de saber del amante Padre que nos habita, de alguna forma debemos morir interiormente para poder volver a nacer. Esta experiencia también es absolutamente intransferible y personal.

Durante gran parte de nuestra vida estamos anclados a nuestras ideas preconcebidas sobre la salvación, la forma de vivir la vida y nuestra relación con Dios. Intelectualmente podemos saber muchas cosas, pero a menos que hagamos una muerte voluntaria, una rendición genuina y auténtica a la voluntad de Dios, a recibir la guía de Dios, no podremos nacer otra vez.

Hacer la voluntad de Dios significa ponernos en las manos de Dios, dejar que el Padre nos guíe en la vida. 

Durante la vida nuestro ego al igual que Nicodemo, lucha por tener el control de las cosas.

Solo cuando confiamos y soltamos, el hombre hace el acto más grande y genuino de consagrarse a la voluntad del Padre. 

Solo al soltar y dejar de luchar por controlar, nos ponemos en las manos del Padre. Este es el acto supremo de Fe y confianza. Es el único don genuino que el hombre puede dar a su Creador. Nada le conmueve más a Dios.

A veces durante la vida, tras caídas y levantadas, practicamos cierto grado de confianza en el Padre. Pero todavía no hemos nacido de nuevo.

Cuando realmente soltamos, cuando nos ponemos en las manos del Padre, se produce en nosotros un nuevo nacimiento: El Ajustador se vuelve nuestro socio en la experiencia humana. Hemos nacido otra vez y tenemos plena conciencia de ser Hijos de Dios.

Esto es casi imposible de explicar, porque el nuevo nacimiento ocurre en la medida de la experiencia e inteligencia de cada voluntad, es exclusivamente íntimo.

Nadie puede hacer esto por nosotros. Y cuando nacemos de nuevo, el fruto del Espíritu con todas sus cualidades brotan de forma natural y suave. Una persona dominada por el Espíritu (Ajustador) se hace evidente en el fruto: amor, gozo, paz, gran paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza.

Como dijo Jesús, aunque el viento es invisible, mueve las hojas. Las personas habitadas por el Padre se hacen evidentes en sus frutos de amor a sus hermanos humanos.

El que las personas durante muchos años manifiesten algunos rasgos del fruto, significa que aún no ha existido una consagración total al Padre, aún no han nacido otra vez. Alguien puede a veces manifestar templanza y autodominio, pero puede que carezca de fe y bondad.

Una dedicación formal para pertenecer a un grupo no debe confundirse con este nuevo nacimiento. En realidad, la verdadera dedicación es este hecho de consagración voluntaria  a la dirección interna del Espíritu.

Comprender y experimentar el verdadero Evangelio del Reino, la Filiación de Dios y los hombres, solo se consigue al nacer otra vez. Entrar en la dominación espiritual de Dios, entrar en su Reino,  solo se consigue al nacer otra vez.


«El espíritu del Padre en el cielo ya reside en ti. Si te dejas conducir por este espíritu que viene de lo alto, muy pronto comenzarás a ver con los ojos del espíritu. Cuando esto ocurra y tú elijas de todo corazón seguir la dirección del espíritu, nacerás del espíritu, puesto que tu único propósito del vivir será hacer la voluntad de tu Padre que está en el cielo. Al encontrarte nacido del espíritu, y feliz en el reino de Dios, comenzarás a rendir en tu vida diaria los frutos abundantes del espíritu».