Gracias al leer la parte IV de la historia de Jesús, hemos llegado a amarle más. Su vida de otorgamiento hacia sus criaturas nos llena de admiración e inspiración. Y eso es lo que hace un Hijo Creador: Se otorga a sí mismo para compartir y vivir la vida de sus creaciones más pequeñas. Así él adquiere el punto de vista personal de sus hijos: la fe, la paciencia, el juicio, el sufrimiento, la alegría y la transformación espiritual de los seres humanos. Desde cierta perspectiva su "sacrificio" debe entenderse desde esa visión superlativa.
Esta semana el "mundo cristiano" le recuerda. Y nosotros también podemos obtener valiosas reflexiones al inspirarnos en su vida.
En años pasados hemos analizado para estas fechas el auténtico significado de los símbolos de la "última cena", hemos conversado sobre si fué realmente en la pascua judía o no, y hemos hablado de la trascendencia sobre el concepto de "rescate". Pero no debemos desviarnos a discutir sobre asuntos ni polemizar en torno a ellos. Todas las personas deben comprender (independiente de su credo) que pueden obtener valiosas lecciones de la vida autootorgadora de Jesús y sus enseñanzas transformadoras. El es el "camino viviente" que ha arrojado esperanza y luz sobre nuestra trayectoria en la carne, la resurrección y la vida eterna. El nos trazó el camino, y nos señaló la ruta.
Me encanta esta cita de los Documentos, que es la mejor descripción hecha en la Tierra acerca de la personalidad unificada que logró tener Jesús de Nazaret en la cumbre de su vivir religioso:
100:7.1 (1101.5) Aunque el mortal común de Urantia no puede esperar alcanzar la alta perfección de carácter que adquiriera Jesús de Nazaret durante su estadía mortal, es totalmente posible para cada creyente mortal desarrollar una personalidad fuerte y unificada de acuerdo con la manera perfeccionada de la personalidad de Jesús. La característica singular de la personalidad del Maestro era, no tanto su perfección, como su simetría, su exquisita y equilibrada unificación. La presentación más eficaz de Jesús consiste en seguir el ejemplo del que dijo, al señalar hacia el Maestro de pie ante sus acusadores: «¡Mirad al hombre!»
100:7.2 (1101.6) La ternura infalible de Jesús tocó el
corazón de los hombres, pero su constante fuerza de carácter sorprendió a sus
seguidores. Era verdaderamente sincero; en él no había nada de un hipocrítico.
Estaba libre de toda afectación; era siempre tan refrescantemente genuino.
Nunca se rebajó a pretensiones, ni recurrió a las imposturas. Vivió la verdad,
incluso al enseñarla. Él fue la verdad. Se vio restringido en su proclamación
de la verdad salvadora por su generación, aunque dicha sinceridad a veces le
causó dolor. Era incondicionalmente leal a toda verdad.
100:7.3 (1101.7) Pero el Maestro era tan razonable, tan
disponible. Demostró su sentido práctico en todo su ministerio, y todos su
planes estaban caracterizados por un sentido común santificado. Estaba libre de
toda tendencia extravagante, errática y excéntrica. No fue nunca caprichoso ni
histérico. En todas sus enseñanzas y en cada cosa que hizo siempre había una
discriminación exquisita asociada con un extraordinario sentido de lo
apropiado.
100:7.4 (1102.1) El Hijo del Hombre siempre fue una
personalidad aplomada. Aun sus enemigos no dejaron jamás de respetarlo
plenamente; aun temían su presencia. Jesús no tenía temores. Estaba
sobrecargado de entusiasmo divino, pero no se volvió jamás fanático. Era
emocionalmente activo, pero nunca frívolo. Era imaginativo pero siempre
práctico. Se enfrentaba francamente con las realidades de la vida, pero no fue
jamás torpe ni prosaico. Era valiente, pero jamás precipitado; prudente, pero
nunca cobarde. Era comprensivo pero no sentimental; singular pero no
excéntrico. Era piadoso pero no mojigato. Y tenía tanto aplomo porque estaba
tan perfectamente unificado.
100:7.5 (1102.2) La originalidad de Jesús era
espontánea. No estaba vinculado por la tradición ni obstaculizado por la
esclavitud de las convenciones estrechas. Hablaba con confianza indudable y
enseñaba con autoridad absoluta. Pero su extraordinaria originalidad no lo
llevó a descartar las perlas de verdad en las enseñanzas de sus predecesores y
contemporáneos. Y la más original de sus enseñanzas fue el énfasis en el amor y
la misericordia en lugar del temor y el sacrificio.
100:7.6 (1102.3) Jesús tenía una visión muy amplia. Él
amonestaba a sus seguidores a que predicaran el evangelio a todos los pueblos.
Estaba libre de toda estrechez de mente. Su corazón comprensivo abrazaba a la
humanidad entera, aun a un universo. Siempre su invitación era: «Quienquiera
que lo desee, que venga».
100:7.7 (1102.4) De Jesús se dijo con verdad: «Confiaba
en Dios». Como hombre entre los hombres confiaba en la forma más sublime en el
Padre en los cielos. Él confiaba en su Padre como un niñito confía en su padre
terrenal. Su fe era perfecta, pero jamás presuntuosa. Aunque la naturaleza
pareciera cruel o indiferente al bienestar del hombre en la tierra, Jesús nunca
titubeó en su fe. Era inmune al desencanto e impermeable a la persecución. El
fracaso aparente no le afectaba.
100:7.8 (1102.5) Él amó a los hombres como hermanos,
reconociendo al mismo tiempo cómo diferían en dones innatos y calidades
adquiridas. «Anduvo haciendo bienes».
100:7.9 (1102.6) Jesús era una persona particularmente
alegre, pero no era un optimista ciego e irrazonable. Su constante palabra de
exhortación fue: «Tened ánimo». Podía mantener esta actitud tranquila debido a
su inquebrantable confianza en Dios y a su fe firme en el hombre. Siempre fue
conmovedoramente considerado de todos los hombres, porque los amaba y creía en
ellos. Pero siempre se mantuvo fiel a sus convicciones y magníficamente firme
en su devoción de hacer la voluntad de su Padre.
100:7.10 (1102.7) El Maestro siempre fue generoso.
Jamás se cansó de decir: «Más bienaventurado es dar que recibir». Él dijo: «De
gracia recibisteis, dad de gracia». Y sin embargo, a pesar de su generosidad
sin límites, nunca fue despilfarrador ni extravagante. Enseñó que debéis creer
para recibir la salvación. «Porque el que pide, recibe».
100:7.11 (1102.8) Era sincero, pero siempre gentil.
Dijo él: «Si así no fuera, yo os lo hubiera dicho». Era franco, pero siempre
cordial. Hablaba libremente de su amor por el pecador y de su odio por el
pecado. Pero a través de esta sinceridad sorprendente, fue infaliblemente
justo.
100:7.12 (1102.9) Jesús siempre fue alegre, a pesar de
que a veces bebió profundamente de la copa del dolor humano. Se enfrentó sin
temores con las realidades de la existencia, y sin embargo estaba pletórico de
entusiasmo por el evangelio del reino. Pero controlaba su entusiasmo; éste
nunca lo controló a él. Estaba dedicado sin reservas a «los asuntos del Padre».
Este entusiasmo divino condujo a sus hermanos menos espirituales a pensar que
estaba fuera de sí mismo, pero el universo que le contemplaba lo juzgó un
modelo de salud mental y el modelo original de la devoción mortal suprema a las
altas normas de la vida espiritual. Y su entusiasmo controlado era contagioso;
sus asociados se veían obligados a compartir su optimismo divino.
100:7.13 (1103.1) Este hombre de Galilea no fue hombre
de sufrimientos; fue un alma de alegría. Siempre decía: «Regocijaos y sed
sumamente alegres». Pero cuando el deber lo exigió, estuvo listo para andar
valientemente a través del «valle de la sombra de la muerte». Era jubiloso pero
humilde al mismo tiempo.
100:7.14 (1103.2) Su valentía era tan sólo igual a su
paciencia. Cuando se le urgía a actuar prematuramente, él tan sólo respondía:
«Mi hora no ha llegado aún». No tenía jamás prisa; su donaire era sublime. Pero
frecuentemente se indignaba por el mal, era intolerante del pecado.
Frecuentemente tuvo el fuerte impulso de resistir a aquello que consideraba
contra el bienestar de sus hijos en la tierra. Pero su indignación contra el
pecado no se transformó nunca en ira contra el pecador.
100:7.15 (1103.3) Su valor era magnífico, pero nunca
fue temerario. Su palabra clave era: «No temáis». Su valentía era elevada y su
coraje frecuentemente heroico. Pero su coraje estaba vinculado con la
discreción y controlado por la razón. Era un coraje nacido de la fe, no la
temeridad de la presunción ciega. Era verdaderamente valiente pero nunca fue
audaz.
100:7.16 (1103.4) El Maestro era un modelo de
reverencia. La oración, aun en su juventud, comenzaba «Padre nuestro que estás
en los cielos, santificado sea tu nombre». Aun respetaba la adoración
defectuosa de sus semejantes. Pero esto no le impidió atacar las tradiciones
religiosas o asaltar los errores de las creencias humanas. Reverenciaba la
verdadera santidad, y sin embargo podía apelar con justicia a sus semejantes
diciendo: «¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?».
100:7.17 (1103.5) Jesús fue grande porque era bueno;
sin embargo, fraternizó con los niñitos. Era dulce y sin pretensiones en su
vida personal, sin embargo era el hombre perfeccionado de un universo. Sus
asociados le llamaron Maestro, sin que él lo pidiera.
100:7.18 (1103.6) Jesús fue la personalidad humana
perfectamente unificada. Y hoy, como en Galilea, sigue unificando la
experiencia mortal y coordinando las empresas humanas. Unifica la vida,
ennoblece el carácter y simplifica la experiencia. Entra en la mente humana
para elevar, transformar y transfigurar. Es literalmente verdad: «Si un hombre
tiene dentro de sí a Jesús Cristo, es él una criatura nueva; las cosas viejas
pasaron; he aquí todas son hechas nuevas».
100:7.19 (1103.7) [Presentado por un Melquisedek de
Nebadon.]