La creencia en un “día del
juicio”, “segunda venida”, “juicio final”, “Armagedón”, “Ragnarok”, “llegada de
Maitreya”, etc.; es universal. Desde la antigüedad remota (y principalmente desde la Edad Media), una y otra vez han aparecido
“fines del mundo” hasta el día de hoy.
Hay muchos factores en el
pensamiento humano que nos explican ese deseo por una “intervención divina”
sobrenatural en el rumbo de los acontecimientos terrestres. Los Documentos de
Urantia a lo menos nos explican éstos factores presentes en nuestra psique profunda:
- La atribución a los dioses, sobre la causa de las catástrofes, cataclismos y desastres, como “castigos divinos”.
- Un mal entendimiento sobre
la Providencia Divina.
- La creencia en héroes
fundacionales, con nacimientos milagrosos. Una distorsión del entendimiento
sobre los antiguos alumnos de Dalamatia.
- La importancia del “sacrificio
propiciatorio” o “redentor” en la religión evolutiva en donde aparece un “salvador”
o “ser divino” (generalmente vinculado al héroe fundacional), que regresa posteriormente
a la tribu o pueblo, para “rescatar” a los elegidos y aniquilar a los
insumisos.
Estos elementos permearon
en todos los pueblos, y especialmente fue desarrollado en los judíos. Sobre
éstos últimos se nos comenta:
135:5.2 (1500.2) Unos cien
años antes de los tiempos de Jesús y de Juan había surgido en Palestina una
nueva escuela de maestros religiosos: los apocalipsistas. Estos nuevos maestros
desarrollaron un sistema de creencias que explicaba los sufrimientos y la
humillación de los judíos como expiación por los pecados de la nación. Se
basaban en las razones históricamente bien conocidas que se habían invocado
para explicar el cautiverio en Babilonia y en otros lugares en tiempos pasados.
Pero, según enseñaban los apocalipsistas, Israel debía consolarse; los días de
su aflicción estaban por terminar; el castigo del pueblo elegido de Dios estaba
llegando a su término; la paciencia de Dios para con los extranjeros gentiles
se estaba agotando. El fin del dominio de Roma era sinónimo del fin de la era
y, en cierto sentido, del fin del mundo. Estos nuevos maestros basaban sus
enseñanzas, en gran parte en las predicciones de Daniel, y sistemáticamente
enseñaban que la creación estaba por entrar en su etapa final; los reinos de
este mundo estaban por convertirse en el reino de Dios; para la mente de los
judíos de esa época éste era el significado de esa frase —el reino del cielo—
que recurre en todas las enseñanzas de Juan y de Jesús. Para los judíos de
Palestina la frase «el reino del cielo» sólo tenía un significado: un estado de
absoluta rectitud en el cual Dios (el Mesías) regiría a las naciones de la
tierra en perfección de poder así como él reinaba en el cielo: «Hágase tu
voluntad, como en el cielo, también en la tierra».
Lamentablemente ese
entendimiento sobre una “intervención sobrenatural” en los ámbitos externos del
mundo material no difieren de las esperanzas de los gobiernos humanos que
también tienen las mismas expectativas de solución a los problemas materiales.
Por esa razón los
cristianos de todas las épocas han tenido anhelos que no se han cumplido,
y han provocado decepción en muchos, ya que lamentablemente se ha enseñado mal
este asunto.
170:4.16 (1863.14) Cuando
el reino no se materializó tal como habían esperado, recordaron la enseñanza
del Maestro sobre un reino futuro y se acordaron de su promesa de volver,
apresurándose a deducir que aquellas promesas se referían a un mismo
acontecimiento. Por eso vivieron con la esperanza de su segunda venida
inmediata para establecer el reino en su plenitud, con poder y gloria. Y así
han vivido las generaciones sucesivas de creyentes en la Tierra, albergando la
misma esperanza inspiradora pero decepcionante.
Pero el verdadero concepto
del Reino de Dios apunta a una cuestión espiritual que transforma el interior
de los hombres, para que éstos activen posteriormente los cambios externos en
la humanidad. Esa es la verdadera “intervención Divina”, mediante el interior
de los hombres asociados con la Divinidad, que se vuelven agentes activos del
Padre Universal.