miércoles, 18 de enero de 2012

"Un vaso escogido"

Jesús dijo: “Este hombre [Saulo] me es un vaso escogido para llevar mi nombre a las naciones así como a reyes y a los hijos de Israel” (Hechos 9:15).


Saulo estaba camino a Damasco para arrestar a cristianos, fue derribado por la luz más brillante que había visto jamásTras mi investigación sincera e imparcial de la Palabra de Dios, mi admiración por ésta ha crecido de sobremanera. En especial mis ideas preconcebidas iniciales sobre Pablo de Tarso han quedado atrás. Sé que muchos autores (como Pepe Rodriguez o J.J. Benítez) también han mantenido (y mantienen) ideas semejantes (inexactas) sobre Pablo, y quizás pasen años para que su imagen sea redimida. Sus injustos ataques tachándolo de desequilibrado mental, misógino (odio a las mujeres) y un fomentador del celibato, han sido expuestas a la luz de la exégesis correcta y su imagen ha sido redimida, y ahora veo éstos ataques como prematuros producto de la falta de información y reflexión profunda sobre sus dichos, además de que éstos han sido manipulados.

Lo más misterioso es que Pablo conocía información parcial pero privilegiada sobre asuntos de orden superior a los que él llama “secretos sagrados” y que él tiene que adaptar al lenguaje humano judío y gentil de su época. La fuente de dicha información nos introduce a un tema apasionante sobre éste apóstol, al que he comenzado a admirar y apreciar.

Cuando Pablo recibe directamente de Jesucristo la conversión, él viaja a Arabia, y después regresa de nuevo a Damasco (Gálatas 1:17). Estoy seguro que él conoce el Monte Sinaí en Arabia, ya que más adelante lo menciona (Gál. 4:25). Creo que en éste monte él posiblemente tiene una experiencia sobrenatural., tal como Moisés y Elías. Pasan tres misterios años, y luego 14 años en dónde él reaparece. Un incidente que parece corresponder con este período de los años desconocidos de Saulo se menciona en 2 Corintios 12:2-5. Saulo dijo: ‘Conozco a un hombre en unión con Cristo que hace catorce años fue arrebatado hasta el tercer cielo, al paraíso, y oyó palabras inexpresables que no le es lícito al hombre hablar’. Parece ser que Pablo se refería a sí mismo. Dado que escribió esto hacia el año 55 E.C., catorce años antes nos llevarían al 41, es decir, a mediados de los “años desconocidos”.

“Algo” cambió a Saulo para siempre en medio de esos años en dónde no se le conoce con claridad que actividad hizo. Un proceso brutal de maduración interior y recreación mental y espiritual ocurrió en éste ex religioso hebreo. El Saulo legalista y ultra fanático de la Ley “muere” y “renace” como un hombre nuevo.  Es posible que ciertamente haya vivido durante ese tiempo el episodio al que nos referiremos.

Una sola vez en su vida contó Pablo que tuvo una experiencia “sobrenatural”, en que fue “arrebatado al tercer cielo”. Le ocurrió durante su vida apostólica, y los detalles están en la segunda carta que escribió a los corintios (2 Cor 12: 2-4). Sin embargo, Pablo no parece contarla gustosamente sino más bien obligado por ciertas circunstancias.

¿Por qué razón? ¿Qué llevó a Pablo a silenciar aquel misterioso suceso, que lo llevó hasta el tercer cielo y le hizo ver cosas insólitas, pero que nunca quiso contar a nadie?

Para entenderlo, debemos tener en cuenta los sucesos que llevaron a Pablo a escribir esa carta.

Era el otoño del año 55. El apóstol se hallaba en la ciudad de Éfeso (actual Turquía), predicando y tratando de afianzar la comunidad cristiana recientemente fundada en la ciudad. Mientras evangelizaba, le llegaron noticias de los graves desórdenes que estaban ocurriendo en Corinto. ¿Qué había pasado? Después de que Pablo se había marchado de allí para dirigirse a Éfeso, habían llegado detrás de él unos misioneros cristianos que, aprovechando la ausencia de Pablo, se instalaron en la ciudad y se pusieron a enseñar.
Básicamente, la prédica de estos misioneros era la misma que la de Pablo. No criticaban su doctrina, ni sus ideas, ni su enfoque religioso. Directamente lo criticaban a él.

Cuestionaban su derecho a ser apóstol y su autoridad para predicar.
¿Qué defecto le veían estos misioneros a Pablo? Según lo que deducimos de su carta, aquellos misioneros itinerantes pertenecían a la categoría de los “iluminados” o “superfinos”, es decir, basaban la autoridad de su apostolado en experiencias místicas y extáticas. Mientras Pablo predicaba a Cristo sacrificado (1 Cor 2:2), los misioneros decían que Cristo ya no estaba crucificado; estaba en el cielo, en su gloria; por lo tanto, había que dejar de mirar al pasado y escuchar al Cristo del presente, vivo, que hablaba desde el cielo. Mientras Pablo basaba su mensaje en el Evangelio, los misioneros tomaban su mensaje de revelaciones privadas que decían recibir mediante éxtasis e inspiraciones.


Se trataba, pues, de dos modelos distintos de apostolado y de predicación. Uno, el de Pablo, basado en la teología del calvario, es decir, en la muerte y resurrección de Jesús como ejemplo a seguir para salvar el mundo. El otro, el de los nuevos evangelizadores, basado en señales divinas obtenidas a través de experiencias y visiones celestiales. Éstos se sentían, así, superiores a Pablo, que sólo predicaba mensajes terrenos. Por eso se creían “superapóstoles”, “superfinos” como burlonamente los llama Pablo en su carta (2 Cor 11:5; 12:11).

Los misioneros intrusos acusaban, pues, a Pablo de no guiar a la comunidad hacia el Cristo glorioso celestial gobernante, sino hacia el Cristo sufriente. Y decían: ¿acaso no ha triunfado ya Cristo sobre la cruz? ¿Para qué seguir recordando el pasado? Ésa era una actitud retrógrada. Cristo ahora está glorificado, y sólo mediante el contacto con su Espíritu se puede llegar hasta él. Para los misioneros, la doctrina de Pablo era imperfecta porque él no tenía experiencias místicas. Por eso la evangelización que él había hecho en Corinto necesitaba ser completada con el mensaje del Espíritu que ellos traían (2 Cor 10:2).

Un secreto bien guardado

Los corintios, que eran de cultura griega, se sintieron atraídos por esta nueva prédica basada en fenómenos sobrenaturales, y les abrieron las puertas a los recién llegados (2 Cor 11:4). Aceptaron gustosos su mensaje, y hasta despreciaron y ofendieron a Pablo (2 Cor 2:5; 7:12).

Ante esta situación Pablo se sintió herido, y decidió escribir una carta a la comunidad en duros términos, quizás la carta más ruda que haya escrito jamás, y que hoy se encuentra en 2 Cor 10-13. En ella, a los predicadores que discutían su título de apóstol y su Evangelio los llama de muchas formas (11: 14-15; 11: 19; 11,20).

Pero lo más importante de la carta es que, en medio de esa catarata de críticas y diatribas, Pablo ofrece sus reflexiones sobre lo que es para él el ministerio apostólico.

Con un discurso excepcional, y mostrando sus grandes dotes retóricas, expone en forma lúcida y magistral la doctrina de la salvación en Cristo. Si los superapóstoles presumen de sus experiencias místicas, Pablo presume de sus debilidades y de su sufrimiento por amor a las Congregaciones. Por eso, en una lista conmovedora, enumera todos los padecimientos que le han tocado vivir por predicar el Evangelio; ahí es donde él demuestra que es realmente apóstol (11: 21-33).

Al final, para que los misioneros vean que a él no le falta nada de lo que ellos se jactan, narra también una experiencia sobrenatural que tuvo, y que nunca antes había querido contar.

Analicemos ahora lo que Pablo cuenta de esa experiencia. Comienza diciendo: “Sé de un hombre en Cristo, que hace catorce años - si dentro del cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe - fue arrebatado hasta el tercer cielo” (12:2).

Con un lenguaje misterioso, empieza el relato de su viaje al “tercer cielo”. Dice que ocurrió “hace catorce años”.
.
Si bien Pablo parece hablar de otra persona (“sé de un hombre”), en 12: 7 aclara que se refiere a él. ¿Por qué entonces cuenta su vivencia en tercera persona? Es una manera de tomar distancia entre lo que él es como predicador, y las visiones o realidades superiores que recibió ese día, y que no considera como carta de presentación. Quiere mostrar que su ministerio no está fundado en esa clase de experiencias, que para los misioneros superfinos eran tan importantes. Es como si quisiera decir que quien vivió ese fenómeno sobrehumano no es Pablo el apóstol, sino Pablo a nivel íntimo, de quien él sabe diferenciarse.

Luego afirma que no sabe si su viaje fue “dentro del cuerpo o fuera del cuerpo”. Según la literatura antigua, los viajes al cielo podían ser de dos modos: de una manera corporal (en la que toda la persona era transportada al “cielo”) o, mejor aún, de una manera como de visión mental (en la que sólo la mente ascendía al otro mundo). Mientras los adversarios de Pablo contaban con detalle sus experiencias extáticas, probablemente fuera del cuerpo, Pablo dice que él ni siquiera sabe cómo fue la suya, mostrando un total desinterés por los detalles de este tipo de revelaciones.

A continuación dice que su viaje espiritual llegó “hasta el tercer cielo”. En la creencia popular judía existían siete cielos, uno encima de otro. Según los judíos y su tradición los tres primeros cielos eran los siguientes:

Shamayim: El primer cielo, gobernado por el Arcángel Gabriel, es el más cercano de los reinos celestiales a la Tierra, sino que también se consideró la morada orignal de Adán y Eva.

Raquie: El segundo cielo es doblemente controlados por Zachariel y Rafael. Fue en este cielo que Moisés, se encontró con el ángel Nuriel que estaba "300 parasangas de altura, con un séquito de 50 miríadas de ángeles a todos los de moda de agua y fuego." Además, Raquia es considerado el reino donde los ángeles caídos son encarcelados y sujetos a los planetas.

Shehaqim: El tercer cielo, bajo la dirección de Anahel, es el hogar del Jardín del Edén y el Árbol de la Vida, es también el ámbito donde se produce el maná, el alimento de los ángeles santos.

Ciertamente éstas tradiciones judías distorsionaron la realidad, pero tienen una esencia correcta. Pablo consciente de esto alude al “tercer cielo”, el cual es una “morada ascendente” de las muchas “moradas” y “lugares de habitación” eternos que el Padre tiene. Estos mundos pueden perfectamente ser de una naturaleza superior, pero tan física como la nuestra. Véase entrada lateral que habla sobre que es el cielo.

Ahora Pablo añade algo más: “Y sé que ese hombre - si dentro del cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe - fue arrebatado al Paraíso” (12,3-4a). Es algo asombroso lo que afirma aquí. En esa época se creía que, después del pecado de Adán y Eva, el Paraíso Terrenal había sido llevado de este mundo hasta el tercer cielo,  donde se convirtió en la futura morada eterna de los santos y justos que morían (Lc 23:43). Pues bien, el viaje sideral de Pablo lo llevó hasta un mundo excelso, donde habitan muchos seres e incluso ángeles. ¡Qué de cosas habría visto Pablo allí! ¡Cuántos conocimientos habría adquirido, contemplando ese ambiente divino extraordinario!

Ese lugar tiene que ser un mundo adelantado de lo que será la vida en el futuro de la Tierra. Por eso Pablo lo llama el “Paraíso”.

En este punto, los lectores de la carta habrán contenido el aliento ante lo que estaba por contar Pablo.
Sin embargo, para desilusión de todos, Pablo dice a continuación que allí sólo “oyó palabras inexpresables que no le es lícito al hombre hablar” (12: 4b). Pablo incluso conoce la lengua de los ángeles (1 Corintios 13:1) y obtiene mucha información que soltaría a goteos y de forma salpicada en una carta y otra. Asuntos y secretos sagrados sobre la resurrección, el arrebatamiento, Melquisedec, la Ciudad Celestial, etc; demuestran que Pablo tuvo acceso a mucha información superior, pero que hábilmente dosificó en sus cartas, y que siempre subyugó a las verdades más trascendentales en relación al Amor y la Fe.

Qué diferencia con sus adversarios. Mientras éstos alardeaban con los detalles de sus visiones, Pablo no da a ellas ninguna importancia. Contar aquí algún mensaje sobrenatural habría aumentado enormemente su fama y su grandeza de apóstol y predicador. Pero Pablo no refiere ni una sola palabra, no entra en más detalles. Con su modesto silencio se perdió la gran oportunidad de aplastar a sus oponentes, y de ganarse la admiración eterna de los corintios.

Aquí Pablo da por terminado el relato de sus revelaciones privadas. No dice ni cómo bajó del “cielo”, ni cómo despertó, ni sus sensaciones después del viaje.

Para los adversarios de Pablo, las visiones eran su mayor motivo de alabanza, y se enorgullecían de recibirlas. Pero el apóstol escribe a continuación: “De ese hombre me alabaré. Pero de mí, sólo me alabaré en mis debilidades. Si quisiera alabarme no haría mal, porque diría la verdad; pero no quiero hacerlo, para que nadie piense que soy más de lo que aparento o de lo que digo” (12:5-6).

Pablo demuestra una humildad increíble, y una lucidez extraordinaria. Ha podido participar de la exaltación suprema como ningún otro hombre, y sin embargo para él no significa mucho. Ha sido favorecido con una gracia asombrosa, pero no la considera motivo de gloria. Y la razón que da es porque no quiere que nadie se forme de él una idea superior sólo porque tuvo visiones, cuando la verdadera superioridad del cristiano está en el amor al prójimo y en el servicio a los demás, no en recibir revelaciones (12:12).

Pero la parte más importante de su relato, y a la que Pablo le interesaba llegar, es la que sigue inmediatamente. Constituye el centro de todo, y la clave para comprender la visión que ha contado de su viaje celestial. Dice: “Y para que no me vuelva orgulloso por la abundancia de las revelaciones, he recibido un aguijón en mi carne, un ángel de Satanás que me abofetea, para que no me engrandezca demasiado” (12:7).

Vemos que, para Pablo, más importante que su arrebato sideral (“arrebatado al tercer cielo”) es esta otra revelación que recibió. Sostiene que un ángel de Satanás lo hiere constantemente con un aguijón, para que no se vuelva orgulloso y presumido. ¿Qué es este aguijón? Se trata posiblemente de una enfermedad que Pablo padeciera durante su actividad misionera, que limitaba sus fuerzas, y por ello le impedía ser vanidoso.

Con sencillez confiesa: “Tres veces pedí al Señor que me lo quitara”. Se ve que Pablo debió de haber sufrido mucho con su enfermedad, porque afirma que tres veces suplicó a Jesús para que lo librara de ese terrible sufrimiento. Pero dos veces no obtuvo contestación. Sólo a la tercera recibió respuesta. Y fue la gran revelación que cambiará su vida: “Él (Jesús) me respondió: «Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». Por eso, con mucho gusto seguiré alabándome sobre todo en mis debilidades, para que habite en mí el poder de Cristo” (12:8-9).

Éste fue el gran descubrimiento de Pablo, que no lo logró mediante una revelación en éxtasis, o en visiones místicas, sino en una revelación encontrada en el sufrimiento de su vida diaria, iluminada por el mensaje del madero que él predicaba. Allí comprendió el sentido de su enfermedad: ésta era un medio para que mostrara la fortaleza y el poder de Dios, como había sucedido con el mismo Jesús, que en la debilidad del Calvario había mostrado el poder divino. Así Pablo nos enseña que en la lucha de la vida, en la vida misma, en las cosas cotidianas, radica la clave del cristianismo.

Es decir, para Pablo es una tontería alabarse o creerse superior por recibir revelaciones. Dios no se manifiesta así. Se manifiesta en el Evangelio del descubrimiento de nuestra relación con Jesús y con el Abba, que nos ayuda a dar amor en medio de nuestro dolor. El verdadero apóstol no es el que recibe revelaciones sino el que demuestra más amor a las comunidades, mediante su entrega y su servicio.

Termina Pablo su breve confesión de revelaciones con una frase estremecedora: “Por eso me alegro en las debilidades, en los insultos, en las necesidades, en las persecuciones, y en las angustias sufridas por Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (12:10).

Estas palabras constituyen, sin duda, una humillante bofetada a la pretensión de los misioneros intrusos de Corinto. Ellos basaban su prédica en mensajes que recibían con videncias y fenómenos místicos, exacerbando la curiosidad de los creyentes cristianos que los escuchaban. Así aseguraban que sus enseñanzas procedían directamente del Cristo que está en la gloria. Pablo, en cambio, dice que es el Cristo humano y luchador en ésta vida,  el que revela la verdadera fuerza del hombre, el verdadero poder, porque sólo Él con su testimonio es capaz de volver fuerte cualquier angustia humana.

Pablo contrapone el éxtasis que contagia y lleva a desentenderse del mundo, con el mensaje evangélico que lleva a la fe (Flp 1:27), que transforma el mundo (Rm 8:22), que transmite vida (1 Cor 4:15) y conduce a la salvación (1 Cor 15:1).

¿Fue ésta la única revelación privada que tuvo Pablo? Ciertamente que no. Debió de tener muchas, porque a los corintios les habla de sus “visiones y revelaciones” en plural (2 Cor 12:1), y también de “la abundancia de las revelaciones” que recibió (12:7).

Igualmente los Hechos de los Apóstoles, si bien no son una crónica total de su vida, se hacen eco de esta faceta suya, al contarnos seis experiencias sobrenaturales de Pablo (Hch 9:3-9; 16:9; 18:9-10; 22:17-21; 23:11; 27:23-24). Sin embargo, él siempre las mantuvo en secreto, guardadas en la intimidad con Dios (1 Cor 14:13-19). Sabía lo peligroso que era basar una predicación en experiencias sobrenaturales o en visiones místicas: en definitiva, era predicarse a uno mismo.

Por eso sólo una sola vez, sabiendo que era algo “inútil” para su predicación (12:1), y sólo porque se vio obligado, divulgó Pablo sus vivencias interiores a un grupo de creyentes. De no haber sido por las circunstancias quizás nunca las habría contado, porque se trataba de revelaciones personales, sobre las que no está fundada la Iglesia, ni puede ésta edificarse. La predicación paulina tenía como único fundamento el Evangelio de Cristo, nuestra relación de Hijo con Abba (Romanos 8)  y el camino del amor (1 Corintios 13).

Hoy hay muchas manifestaciones religiosas basadas en revelaciones y visiones de videntes y místicos, a veces alejadas y hasta contrarias al Evangelio de Jesucristo, producto del engaño del maligno. Otras puede que sean casos auténticos de contacto con realidades verdaderas y superiores y no me cabe la menor duda. Cada cual tiene éstas experiencias en privado y haría bien en imitar a Pablo.

Muchos de estos videntes ni siquiera tienen la delicadeza de Pablo, de esperar catorce años antes de salir a divulgarlas, urgidos como estaban por ventilar sus proezas de iluminados.

Aprendamos a tomar con cuidado éstas experiencias, puesto que la verdadera revelación nace desde el interior y no por eventos externos a nosotros.  Cuando hay un exceso de revelación exterior, se corre el riesgo de sacrificar el progreso interior, porque lo exterior deslumbra y nubla. En puntuales ocasiones los ángeles han tenido que realizar éstas inyecciones directas, pero saben que el efecto secundario es generar religiones.

Por esa razón es notable el caso de Pablo, que pudo autocontrolarse y dosificar sus revelaciones cuando escribe sus cartas, pero no las convierte en lo central del mensaje. Esto nos da una gran lección. Si Pablo con toda autoridad podría haber edificado un mensaje cristiano en base a revelaciones sobrenaturales, y no quiso hacerlo, con mayor razón tenemos que evitar el desequilibrio de asuntos accesorios y periféricos bíblicos que podríamos creer como trascendentes. Así la cronología, el estudio de los idiomas, paralelismos,  y otros asuntos  estarían en un lugar debido, sin que sean el objetivo principal de nuestra fe. Gran enseñanza del apóstol. Saulo, un auténtico maestro.