viernes, 11 de mayo de 2012

El Nombre y nosotros - 1 parte

¿Es posible intentar ver más allá de los simplismos? ¿Podemos comenzar a tener una comprensión más profunda de las cosas? Cómo sabemos, el sonido o pronunciación exacta del Nombre de Dios se perdió en la bruma del tiempo. Por lo tanto, no hay una forma correcta de dirigirse a Dios de forma precisa. No es tampoco una cuestión de simple escritura, implica la respiración y pronunciación audible.  Por lo tanto, la sola supuesta interpretación de un posible Nombre es conjetura. Lo más importante es que en el interior de nuestro corazón le identifiquemos de esa forma, incluso si deseamos llamarlo por su Nombre aproximado. Asi, no hay nada incorrecto en que un cristiano use el nombre de "Jehová", si él en su interior sabe que se dirige al Dios Verdadero, y tampoco no hay nada incorrecto en llamarle "Abba" al tener una relación estrecha con el Padre. Dios es más que un símbolo verbal. Por eso, es bueno que no perdamos de vista ésto:
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Notemos lo que escribió el Profesor G. T. Manley:
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"Un estudio de la palabra “nombre” en el Antiguo Testamento revela cuánto significa esa palabra en hebreo. El nombre no es una simple etiqueta, sino que es representativo de la personalidad real de aquél a quien pertenece"..
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El “conocer el nombre de Dios” significa, pues, mucho más que simplemente conocer la palabra que lo designa. Para entender esto necesitamos comprender lo que significa la expresión “nombre” en las Escrituras y a lo que realmente se hace referencia por el “nombre” de Dios. A menudo limitamos en nuestro pensamiento la expresión “nombre” a una palabra o expresión que distingue a una persona o a una cosa de otra, lo que generalmente se conoce como “nombre propio” o “apelativo” tal como “Juan”, “María”. Este es el uso más común del término “nombre” en el habla diaria.
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Sin embargo, un Nombre en la Biblia puede tener un significado mucho más amplio y vital que el que se le asigna comúnmente. De hecho, cada nombre hebreo tiene significado. Por lo tanto, en última instancia, pues, al hablar del “nombre” de uno, la verdadera referencia puede ser no sólo una palabra o expresión utilizada para designar a un individuo, sino la persona misma, su personalidad, cualidades, principios e historial, lo que él mismo es. Por consiguiente, sería correcto afirmar que, aunque conozcamos el nombre con el cual se llama a una persona, si no la conocemos por lo que verdaderamente es, no conocemos en realidad su “nombre” en el sentido real y vital. El “conocer el nombre de Dios” significa, pues, mucho más que simplemente conocer la palabra que lo designa. Y puesto que la palabra o sonido se ha perdido, más que esforzarnos por una repetición mecánica o creer que la frecuencia con que se usa la palabra nos hace especiales, deberíamos tener una comprensión más madura y profunda del Nombre, sus cualidades y propósitos, en el fondo, la persona misma.
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Podemos entender esto por el hecho de que el término “nombre” se utiliza de manera idéntica con referencia al Hijo de Dios. Cuando el apóstol Juan escribe “a cuantos sí lo recibieron, a ellos dio autoridad de llegar a ser hijos de Dios, porque ejercieron fe en su nombre” (Juan 1:12), Juan no se está refiriendo simplemente al nombre “Jesús”. Se refiere a la persona del Hijo de Dios, a lo que Él es como el “Cordero de Dios”, a su posición divinamente asignada, como Redentor, Salvador y Mediador en favor de la humanidad. Reconociendo esto, en lugar de “ejercieron fe en su nombre”, algunas traducciones leen “creyeron en él ".
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¿Probaría que uno es un creyente genuino en Cristo, o su seguidor verdadero, el mero uso del nombre “Jesús”, o incluso el pronunciar frecuentemente ese nombre, o el llamar permanentemente la atención sobre este nombre literal? Obviamente, ninguna de estas cosas por sí misma probaría que uno es verdaderamente un cristiano. Ni tampoco significarían que verdaderamente se está “dando a conocer el nombre” del Hijo de Dios en el sentido real del texto bíblico. Millones de personas hoy día emplean y pronuncian regularmente el nombre “Jesús”. Sin embargo, muchos de ellos representan de forma errónea, y de hecho oscurecen, el “nombre” verdadero y vital del Hijo de Dios, porque su conducta y derrotero están muy lejos de reflejar sus enseñanzas, su personalidad o la clase de vida que Él ejemplificó. Sus vidas no demuestran una conducta consistente con fe verdadera en su poder para proveer el camino de la salvación. Eso, y no el empleo de una palabra particular o un nombre propio, es lo que está involucrado en “creer en su nombre”.
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Lo mismo es cierto con relación al empleo del nombre “Jehová” u otra supuesta alternativa. No importa cuán frecuentemente algunas personas, o una organización de gente, puedan pronunciar ese nombre literal (alegando una rectitud especial en virtud del uso repetido de ese nombre), si no reflejan genuinamente en actitud, conducta y práctica lo que la Persona misma es—Sus cualidades, caminos y normas—entonces no han llegado verdaderamente a “conocer su nombre” en el sentido bíblico. No conocen realmente a la persona o a la personalidad representada por el Tetragrámaton. El uso de tal nombre no pasaría de ser un mero servicio de labios.
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Cómo he dicho antes, los cristianos si desean pueden usar la expresión Jehová, pero ésto no les garantiza convertirse en personas que tienen una relación estrecha con Dios. De igual forma, el “alabar su santo nombre” o “santificar su nombre” no significa simplemente alabar una palabra o expresión particular, pues ¿cómo puede uno ‘alabar una palabra’ o ‘alabar un título’? Más bien, significa claramente alabar a la Persona misma, hablar con reverencia y admiración de Él y de sus cualidades y caminos, verlo y respetarlo a Él como Santo en sentido superlativo.
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 ¿Por qué el Espíritu Santo en la época cristiana no le dió la misma proporcionalidad o énfasis al uso del Nombre, como en la época pre-cristiana?
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Cuando nosotros como humanos damos a conocer nuestro nombre personal a otros, a ese grado nos revelamos a ellos—dejamos de ser anónimos. Tal revelación también tiene el efecto de producir el inicio de una relación personal más íntima entre las personas, eliminando hasta cierto grado la sensación de ser extraños entre sí. Sin embargo, es solo el inicio, la partida.
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Al revelarse a sus siervos y a otros en los tiempos precristianos, Dios utilizó predominantemente, el nombre representado en el Tetragrámaton (YHWH). La revelación de su “nombre” en el sentido veraz, crucial y vital llegó a través de Su revelación a ellos como Persona suprema, todopoderosa, santa, justa, misericordiosa, compasiva, veraz, con propósito, que cumple sus promesas. Pero ésta manifestación solo fué general y no de forma completa.
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Por ejemplo, cuando las personas a las que inicialmente nos presentamos por nuestro nombre llegan a conocernos por lo que somos, por lo que creemos, por las cualidades que poseemos, por lo que hemos hecho o estamos haciendo, es entonces solamente cuando llegan a conocer nuestro “nombre” en el sentido más importante. El nombre personal que llevamos es en realidad poco más que un símbolo; no es el “nombre” de verdadera importancia.
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Por lo tanto, la revelación sobre el Nombre de Dios efectuada en ese tiempo fue menor comparada con la que habría de venir. Es con la venida del Mesías, el Hijo de Dios, que la revelación majestuosa del “nombre” de Dios llega en sentido completo. Como lo dice el apóstol Juan:
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Nadie ha visto jamás a Dios; su Hijo único, que vive en íntima comunión con el Padre, es el que nos lo ha dado a conocer. - Juan 1:18 Versión popular.
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A través de su Hijo, Dios se revela a sí mismo—Su realeza y personalidad—como nunca antes. Por medio de esta revelación Él también nos abre el camino para que entremos en una relación singularmente íntima con Él, la de hijos con un padre, la de Hijos de Dios. "No obstante, a cuantos sí lo recibieron, a ellos les dio autoridad de llegar a ser hijos de Dios, porque ejercían fe en su nombre" (Juan 1:12). Al respecto, notemos lo que declaró la revista la Atalaya del 15 de septiembre de 1973, bajo el tema “¿Qué significa el nombre de Dios para usted?”
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El “nombre” de Dios también le es importante a Jesucristo. Precisamente antes de su muerte oró: “He puesto tu nombre de manifiesto a los hombres que me diste del mundo . . . vigílalos por causa de tu propio nombre que tú me has dado . . . Y yo les he dado a conocer tu nombre y lo daré a conocer.”—Juan 17:6, 11, 26
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.No hemos de creer que cuando Jesús dijo: “He dado a conocer” o “puesto tu nombre de manifiesto,” se refirió únicamente a la pronunciación del nombre divino. Sus oyentes eran judíos que, con excepción del sumo sacerdote según se dice, no conocían la pronunciación del Tetragrámaton, las cuatro letras hebreas que componen el nombre. Entonces, ¿cómo, además de pronunciar el nombre correctamente, puede decirse que Jesús ‘dio a conocer el nombre de Dios’ a los apóstoles? Note la respuesta que da un famoso comentarista bíblico:
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.“La palabra nombre [en Juan 17] incluye los atributos, o carácter de Dios. Jesús había dado a conocer su carácter, su ley, su voluntad, su plan de misericordia. O en otras palabras, les había revelado Dios a ellos. La palabra nombre se usa a menudo para designar a la persona.”—Notes, Explanatory and Practical, on the Gospels por Albert Barnes (1846).
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.Por lo tanto, a medida que Jesús ‘explicaba al Padre’ por su propio proceder de vida en la Tierra, perfecto en todo detalle, realmente estaba ‘dando a conocer el nombre de Dios.’ Demostró que hablaba con el pleno apoyo y autoridad de Dios. Por eso Jesús pudo decir: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre también.” Así el “nombre” de Dios adquirió mayor significado para sus seguidores primitivos. Por consiguiente, el comprender con aprecio el nombre y la Personalidad que representaba habría de reflejarse en todo aspecto de la vida del cristiano.—Juan 14:9; 1:18; 5:19, 30; Mat. 11:27. - Fin de la cita de la Atalaya
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.El artículo resalta de manera regular que hacer cosas “en el nombre de Dios” significa mucho más que meramente emplear o pronunciar el nombre “Jehová” u otra alternativa.  Debemos lograr una comprensión mas profunda del significado tras ese nombre.
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.Es, pues, solamente con la venida del Hijo de Dios y la revelación que hizo de su Padre, que se manifiesta esta relación íntima. En nuestras relaciones de familia, normalmente no nos referimos o nos dirigimos a nuestro padre como “Juan”, “Ricardo”, “Germán”, o cualquiera que sea su nombre. El hacer esto no indicaría la clase de relación que disfrutamos con nuestro padre. Nos dirigimos a él como “padre”, o de manera más íntima, como “papá”, o “papi”. Quienes están fuera de esa relación no pueden utilizar ese término. Ellos deben limitarse a emplear un apelativo más formal que envuelve un nombre particular.
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El que en las Escrituras Hebreas aparezca de forma enfatizada el Nombre "Jehová", nos indica la presentación previa para conocer a ese Dios. Sin embargo, Jesús introduce una dinámica más profunda en la relación con Dios. Por eso en sus oraciones personales se dirige a Dios como Abba o Padre, y no como Jehová. (Marcos 14:36).

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.Así, a los que junto con él llegan a ser hijos de Dios a través de Jesucristo, el apóstol dice: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba [una expresión aramea que significa “papá”], Padre!” (Gálatas 4:6 R.V) Este hecho juega indudablemente un papel principal al explicar por qué llegó el cambio innegable, pasando del énfasis precristiano en el nombre “Jehová” al énfasis cristiano en el “Padre” (Abba- Papá) celestial, pues no fue sólo en oración que Jesús convirtió ese término en su expresión predilecta. Tal como revela la lectura de los evangelios, en todas sus conversaciones con sus discípulos, Jesucristo se refiere principal y consistentemente a Dios como “Padre”. Sólo si entramos en la relación íntima con el Padre que el Hijo nos abrió, y si la apreciamos profundamente, podremos decir verdaderamente que conocemos el “nombre” de Dios en un sentido completo y genuino.
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.Sin embargo, existe otro aspecto que puede arrojar luz sobre este cambio definitivo de énfasis. El nombre representado por el Tetragrámaton (YHWH = Yahvé, Jehová) proviene de la forma del verbo “ser” (hayah’). Algunos eruditos piensan que se corresponde con la forma causativa de este verbo. De ser así, significaría literalmente “El que causa que sea, el que trae a la existencia" o el "Causa que llegue a ser". No olvidemos que realmente lo que encierra el Nombre es lo más trascendental, mucho más que la cantidad con que usemos la palabra.
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.Sobre esta base, sería apropiado decir que el nombre representado en el Tetragrámaton (Yahvé o Jehová), con el énfasis en los propósitos de Dios para su pueblo, encuentra su cumplimiento verdadero en y a través del Hijo de Dios. El mismo nombre “Jesús” (en hebreo Yeshua) significa “Yah [o Jah] salva”. En él y a través de él todos los propósitos de Dios para la humanidad encuentran su realización completa. Todas las profecías señalan finalmente a este Hijo Mesiánico, convirtiéndolo en su punto focal. La culminación de todas las promesas de Dios y de sus propósitos redentores en y a través de Jesucristo puede, entonces, dar una explicación adicional sobre el cambio que es evidente en las Escrituras Cristianas, en comparación con las Escrituras Hebreas, en cuanto a su modo de referirse a Dios. Esto explicaría por qué Dios hace intencionadamente que la atención se centre abundantemente en el nombre de su Hijo, y por qué su espíritu Santo inspiró a los escritores cristianos de la Biblia a hacerlo así. Ese Hijo es “el Amén”, la “Palabra de Dios”, Aquel que puede decir “Yo he venido en el nombre de mi Padre”, en el sentido pleno y más importante de la palabra “nombre”.
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Atrás en el tiempo en que los israelitas estaban viajando hacia Canaán, Jehová afirmó que enviaría su ángel delante de ellos para guiarles. Él dijo que debían obedecer esa guía angelical: “Porque mi nombre está dentro de él” (Éxodo 23:21) En un sentido mucho más grande, Dios causó que su “nombre” estuviese en Jesucristo durante su vida terrenal. Así pues, algunos textos de las Escrituras Hebreas que contienen afirmaciones relativas a “Jehová” fueron aplicados en las Escrituras Cristianas al Hijo, siendo evidentemente la base para hacer eso el hecho que el Padre lo había investido con pleno poder y autoridad para hablar y actuar en Su nombre, porque este Hijo dio una revelación de la personalidad y el propósito del Padre en todas las formas, y porque el Hijo es el Heredero real y justo de su Padre.

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En todas estas formas pues—por su revelación única e insuperable de Dios, por dar a conocer como nunca antes la personalidad, el propósito y los tratos de su Padre, y por abrir el camino a la relación de hijos con Dios—Jesucristo dio a conocer y glorificó el nombre verdadero y vital de su Padre en los cielos. En oración a su Padre, la noche antes de morir, habiendo dicho con veracidad “Yo te he glorificado sobre la tierra, y he terminado la obra que me has dado que hiciera”, pudo decir apropiadamente: “He puesto tu nombre de manifiesto a los hombres que me diste del mundo. . . . Padre Santo vigílalos por causa de tu propio nombre que me has dado, para que sean uno así como lo somos nosotros”.
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Ya que Cristo es el representante de Jehová, no podemos arbitrariamente restarle importancia al Hijo, puesto que es el deseo del Padre honrar al Hijo.
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Las Escrituras Cristianas hacen obvio que “invocar el nombre” del Hijo con fe, e “invocar el nombre” del Padre no son de ningún modo acciones mutuamente excluyentes. Pablo en sus cartas nos muestra con claridad que el propósito y la voluntad de Dios son que la salvación provenga a través de su Hijo, el Cristo. Puesto que el Hijo vino “en el nombre de su Padre”, “invocar el nombre” del Hijo para salvación es simultáneamente una invocación del nombre del Padre quien lo envió.
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Dios se reveló a sí mismo a través de su Hijo, de modo que cualquiera que viera al Hijo, estaba en efecto viendo al Padre. Vez tras vez los discípulos de Cristo hablaron de poner fe en el “nombre” de Jesús, en un sentido más profundo y vital del término. En Pentecostés, después de citar la misma expresión de la profecía de Joel que citó Pablo, Pedro le dijo a la muchedumbre que deberían bautizarse “en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados". Él declaró después ante el Sanedrín: “no hay salvación en ningún otro, porque no hay otro nombre debajo del cielo que se haya dado entre los hombres mediante el cual tengamos que ser salvos”. Al hablar a Cornelio y a otros, Pedro dijo de Cristo “de él dan testimonio todos los profetas, que todo el que pone fe en él consigue perdón de pecados mediante su nombre”. En el momento de la conversión de Saulo de Tarso, Ananías le habló en visión a Cristo de “los que invocan tu nombre”, y cuando Saulo (o Pablo) relató más tarde lo sucedido, citó a Ananías diciendo que Dios quería que Pablo viera “al Justo” y oyera “la voz de su boca”, de modo que había “de serle testigo a todos los hombres acerca de cosas que has visto y oído”. Él afirma que Ananías a continuación le dijo, “Levántate, bautízate y lava tus pecados mediante invocar su nombre [el de Cristo]”.
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Si es la voluntad del Padre glorificar a su Hijo, darle un nombre exaltado y hacer que ese “nombre” sea objeto de fe, ¿por qué debería discrepar cualquiera de nosotros con Su modo de actuar? Si lo hacemos, ¿estaríamos verdaderamente mostrando respeto al “nombre” de Dios, y sometiéndonos a su soberanía y voluntad? Por lo tanto, no deberíamos obscurecer la honra que Jehová desea que se le de al Hijo, puesto que ese es el deseo del Padre. El Padre, "El Causa que llegue a ser" encuentra su máxima manifestación de "llegar a ser" en su Hijo. Su nombre y su significado está incorporado en él. Por lo tanto, la honra que merece Jesús debe hacernos tener a Cristo en alta estima y no obscurecer su propósito, puesto que estaríamos violando el deseo del Padre, y por ende, el mismo Nombre de Dios.
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Los humanos a menudo cometemos el error de fijarnos en un símbolo y dejamos de ver y de dar importancia a la entidad mayor de la cual el símbolo es meramente una representación. Lo que es cierto de tales símbolos puede ser también cierto de la palabra que se utiliza para simbolizar una persona, incluyendo la persona de Dios. El nombre representado por las cuatro letras del Tetragrámaton (Yahvé o Jehová) es merecedor de nuestro profundo respeto, debido a que figura con gran prominencia en la larga historia de los tratos de Dios con la humanidad, y particularmente con su pueblo escogido de Israel durante el período precristiano. Pero el Tetragrámaton, sea cual sea su pronunciación, es solamente un símbolo de la Persona. Cometemos un grave error si le atribuimos a una palabra o sonido—aunque se emplee como un nombre de Dios—importancia equivalente a lo que Él representa, y es mucho peor si consideramos esa palabra misma como una especie de fetiche verbal, talismán o amuleto, capaz de protegernos del daño o del mal, de los poderes demoníacos. Al actuar así, demostramos en realidad que hemos perdido de vista el significado vital y verdadero del “nombre” de Dios. Podemos exhibirlo de manera prominente, como se exhibe una bandera o un crucifijo, pero no probamos nada en cuanto a nuestra reverencia por el Dios verdadero.
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El que Dios “escoja un pueblo para su nombre” tiene entonces una profundidad de significado mucho mayor que la mera aplicación de una palabra nominativa, y el que demostremos estar entre los que santifican y proclaman el nombre de Dios exige mucho más de nosotros que el simple uso repetitivo de Yahvé o Jehová, o cualquier otro término en particular. Del mismo modo que es fácil exhibir o mover una bandera, llevar o besar una cruz, pero mucho más difícil vivir de acuerdo con los principios que se cree que estos símbolos representan, también es relativamente fácil llevar a nuestros labios cierta palabra como un nombre, pero mucho más difícil honrar aquello de lo cual ese nombre o palabra no es más que un símbolo. Honramos y damos a conocer genuinamente el nombre de nuestro Padre en el sentido verdadero sólo si vivimos vidas que demuestran que somos sus hijos, imitándolo a Él en todo lo que hacemos, teniendo a Su Hijo como nuestro ejemplo. Entonces también el Nombre y su significado estará incorporado en el propósito de nuestra existencia
Creo que ésto también responde sobre el significado de pedir las cosas en el Nombre de Jesús.