Los Evangelios Bíblicos nos narran a Jesús de Nazaret como un comunicador que predicaba dónde fuera. Bien podía compartir su mensaje en una oficina de impuestos, en una barca, en un monte, o en un pozo. No existían "momentos sagrados" separados de otros para hacer su servicio. Cada actividad humana, cada momento era "especial" y era "sagrado". Todo contacto humano, incluso realizando actividades "triviales" eran parte de su Ministerio. Jesús nunca estuvo atado a una actividad rutinaria religiosa especial como a veces se suele presentar.
"Y ellos salieron y predicaron por todas partes, colaborando
el Señor con ellos" - Marcos 16:20
"Por esto, sea que estén comiendo, o bebiendo, o haciendo cualquier otra cosa, hagan todas las cosas para la gloria de Dios". - 1 Corintios 10:31
Jesús mismo nos entrega algunas claves para un Ministerio significativo, el cual está muy relacionado con la entrada anterior:
(1460.5) 132:4.1 En cada uno de esos numerosos contactos humanos, Jesús tenía un doble propósito: deseaba conocer las reacciones de ellos a la vida que vivían en la carne, y también tenía en mente decir o hacer algo que pudiera enriquecer la vida de ellos, que la hiciera más digna de ser vivida. Sus enseñanzas religiosas durante esas semanas no diferían de las que caracterizaron su vida posterior como maestro de los doce y predicador de multitudes.
(1460.6) 132:4.2 La tesis de su mensaje era siempre: la realidad del amor del Padre celestial y la verdad de su misericordia, estos hechos sumados a la buena nueva de que el hombre es un hijo de fe de este mismo Dios de amor. La técnica que Jesús acostumbraba utilizar en sus relaciones sociales consistía en extraer las opiniones y sentimientos de los seres con quienes conversaba haciéndoles preguntas. Usualmente la conversación empezaba con Jesús haciendo las preguntas, y terminaba con los interlocutores haciéndole preguntas a Jesús. Era igualmente hábil en la enseñanza haciendo preguntas él o contestándolas. Como regla, a los que enseñaba más, menos decía. Los que más beneficios derivaron de su ministerio personal fueron mortales agobiados, ansiosos y deprimidos, que encontraban alivio en la oportunidad que se les ofrecía de desahogarse en su oído compasivo y comprensivo, pues él sabía escuchar y mucho más. Cuando esos seres humanos inadaptados le contaban a Jesús sus problemas, él siempre sabía ofrecer sugerencias prácticas e inmediatamente útiles para corregir los problemas auténticos, sin dejar por ello de pronunciar palabras de consuelo inmediato y de bienestar del momento. E invariablemente les hablaba a estos mortales afligidos sobre el amor de Dios y de varias y distintas maneras les trasmitía el mensaje de que ellos eran los hijos de este Padre amante en el cielo. - L.U