martes, 4 de diciembre de 2012

La misión de Jesús de Nazaret

Aunque el Padre Universal siempre ha sido el mismo, su revelación y manifestación a la humanidad  ha sido gradual. Desde la época de Abrahán y posteriormente Moisés, el Concepto de Dios a los hombres se centra en el Monoteismo y adoración exclusiva.

Jehová se muestra como padre del pueblo, como el Padre de un colectivo. Algunos Salmos e Isaías definen que el pueblo, es considerado de tal forma como hijo de Dios, y es entendido así cuando los autores de las Escrituras Hebreas nos dice que el Padre actúa en defensa de su hijo, que es el pueblo de Israel.

Es solo con Jesús y en Jesús de Nazaret que este concepto de Dios es enaltecido y se revela que el Creador es el Padre del individuo.

"Su Hijo, que vive en íntima comunión con el Padre, es el que nos lo ha dado a conocer". - Juan 1:18 Versión popular.

A través de su Hijo, Dios se revela a sí mismo—Su naturaleza y personalidad—como nunca antes. Por medio de esta revelación Él también nos abre el camino para que entremos en una relación singularmente íntima con Él, la de hijos con un padre, la de Hijos de Dios. "No obstante, a cuantos sí lo recibieron, a ellos les dio autoridad de llegar a ser hijos de Dios, porque ejercían fe en su nombre" (Juan 1:12). Esto ocurre porque Jesús revela la verdadera naturaleza humana y su vinculación con Dios. Al descubrir ese hecho mediante la Fe, obtenemos la certeza de la Paternidad de Dios.

Es, pues, solamente con la venida del Hijo de Dios y la revelación que hizo de su Padre, que se manifiesta esta relación íntima. En nuestras relaciones de familia, normalmente no nos referimos o nos dirigimos a nuestro padre como “Juan”, “Ricardo”, “Germán”, o cualquiera que sea su nombre. El hacer esto no indicaría la clase de relación que disfrutamos con nuestro padre. Nos dirigimos a él como “padre”, o de manera más íntima, como “papá”, o “papi”. Quienes están fuera de esa relación no pueden utilizar ese término. Ellos deben limitarse a emplear un apelativo más formal que envuelve un nombre particular.

El hecho de que en las Escrituras Hebreas aparezca casi 7000 veces el Tetragramaton hebreo indica el énfasis en la idea de la relación colectiva de la nación israelita con el único Dios verdadero. El que en las Escrituras Hebreas aparezca de forma enfatizada el Nombre "Jehová", nos indica la presentación previa para conocer a ese Dios. Sin embargo, Jesús introduce una dinámica más profunda en la relación con Dios. Por eso en sus oraciones personales se dirige a Dios como Abba o Padre, y no como Jehová. (Marcos 14:36).

Así, a los que junto con él llegan a ser hijos de Dios a través de Jesucristo, el apóstol dice: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba [una expresión aramea que significa “papito”], Padre!” (Gálatas 4:6 R.V)
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Para los judíos de los días de Jesús era una blasfemia dirigirse a Dios de esa forma tan íntima.
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Este hecho juega indudablemente un papel principal al explicar por qué llegó el cambio innegable, pasando del énfasis precristiano en el nombre “Jehová” al énfasis cristiano en el “Padre” (Abba- Papá) celestial, pues no fue sólo en oración que Jesús convirtió ese término en su expresión predilecta. Tal como revela la lectura de los evangelios, en todas sus conversaciones con sus discípulos, Jesucristo se refiere principal y consistentemente a Dios como “Padre”. Sólo si entramos en la relación íntima con el Padre que el Hijo nos abrió, y si la apreciamos profundamente, podremos decir verdaderamente que conocemos el “nombre” de Dios en un sentido completo y genuino.

Es claro el énfasis de "Padre" en las Escrituras griegas cristianas, mientras que la inserción discutible de la expresión "Jehová" en la Traducción del Nuevo Mundo solo aparece 237 veces. Incluso, con esta inserción en ésta traducción claramente observamos un mayor énfasis en el Hijo de Dios y en la expresión "Padre".

“Padre”, que aparece 245 veces en el Nuevo Testamento, y fue la palabra favorita de Jesús para referirse a Dios; la mencionó catorce veces sólo en el Sermón del monte, y también utilizó este nombre para comenzar a orar (Mateo 5-7). El propósito de Dios es revelar que Dios no es solamente una fuerza trascendente en algún lugar del universo y el único Dios, sino más bien un Padre celestial amoroso y personal que está profundamente interesado en los detalles de nuestra vida.

Muchas personas, incluso los creyentes, no piensan que Dios sea un padre tan cercano, especialmente si se hallan viviendo alejados de Dios. Pero la Escritura se refiere una y otra vez a Él como “Padre”. Las cartas de Pablo, por ejemplo, comienzan de esa manera, y el apóstol describe a los creyentes como una casa o una familia de Dios, los llama hijos de Dios y coherederos con Su Hijo Jesucristo (Romanos 8:17).

La "revolución" de Jesús
Si hubiésemos caminado por un típico mercado callejero en el mundo del mediterráneo de los días de Jesús hubiésemos experimentado una asfixiante sensación.  Callejuelas atestadas de gente, llenas de vapores y olores procedentes de los puntos de venta, mercaderes con cientos de estatuillas, gemidos de veneración, ruidos, superstición y esclavitud mental y espiritual, con directa repercusión en la vida y los tratos humanos de aquellas gentes.

El «muestrario», en fin, es altamente ilustrativo. Éste era el panorama religioso de los gentiles. A esta caótica situación debería enfrentarse en su día el Hijo del Hombre. Un confuso «panorama» al que se sumaba, naturalmente, la «plantilla» de dioses romanos, griegos, egipcios, galos, beduinos, etc. Según algunos cálculos -apoyados en el cómputo de Hesiodo en La teogonia-, cuando al Maestro apareció en la Tierra, sólo en la cuenca mediterránea, se adoraban ¡90 000 dioses!

Es posible que hoy, influido por el monoteísmo, el lector no haya reparado en lo anómalo de un mundo con semejante proliferación de dioses. Pues bien, como digo, ésta era la terrible y cotidiana verdad que se encontró Jesús de Nazaret. Por un lado, sus propios compatriotas –los judíos-, sirviendo y venerando a un Yavé distante, vengador y siempre vigilante bastante distorsionado del Jehová original de siglos atrás. Un Dios «negativo» del que se derivaron -directa o indirectamente- 365 preceptos prohibitivos. Toda una «pesadilla» burocrática que convirtió a ese Dios en un «contable» y en un «inspector» tan frío como lejano.

Por otro, los gentiles, esclavizados por ídolos de piedra, oro o hierro, a cual más tirano y caprichoso, creando patrones de imitación para los hombres. Porque estos miles de dioses eran voluntariosos y airados a tal grado de devorar a sus hijos como Saturno. Lejanos, egoístas e inconstantes. Modelos para los hombres de esas eras.  Curiosamente, con ninguno de ellos -incluido el sangriento Yavé- era posible el diálogo. Sólo el sumo sacerdote, una vez al año, estaba autorizado a penetrar en el «santo de los santos» e interrogar (?) al temido Dios del Sinaí. No olvidemos lo distorsionado y burocratizado que se había trasformado el concepto de Dios debido a las interpretaciones judaicas de los fariseos y saduceos.

Por su parte, entre los paganos, sólo algunas, muy contadas, divinidades menores se hallaban capacitadas para escuchar y transmitir las súplicas de los pesimistas e infelices seres humanos. Y, dependiendo del azar y del humor de tales entidades, así discurría la vida de estos hombres y mujeres...

Creo que, en verdad, no se ha valorado con justicia el inmenso, arduo y revolucionario empeño del Maestro por cambiar semejante estado de cosas. ¿Difícil? A juzgar por lo que hemos visualizado, la tarea del rabí de Galilea no fue difícil. Yo la calificaría de casi imposible...

¿Cómo hacer el «milagro»? ¿Cómo arrancar al mundo de tanta oscuridad? El Hijo del Hombre, el Maestro, verdaderamente, tenía la «clave»...

¡Qué hermosa y esperanzadora revelación trajo Jesús de Nazaret a la Tierra!

Como un gran engranaje de la inercia de los siglos, hoy en día la mayoría de la humanidad conoce el concepto del único Dios. Pero la realidad de la Paternidad de Dios, inyectada por Jesús hace dos milenios, todavía está en un proceso de integración y maduración en el pensamiento religioso humano. Muy pronto esa visión del Hijo del Hombre será firmemente establecida, no como una vaga idea, como una simple palabra, sino como una realidad viviente que él mismo ejemplificó en su propia vida llena de inspiración.
 
Jesús nos enseñó a un Padre tan lleno de amor y bondad, que ésta misma visión superlativa de la Deidad ideal es el modelo perfecto para que los hombres se hagan "imitadores de Dios, como hijos amados" (Efesios 5:1).  Y esto motivaría a los hombres a amar a sus hermanos humanos, tal como el Padre los ama, cumpliendo el ideal de la fraternidad entre los hombres.
 
Ningún otro hombre hizo de la experiencia de Dios una realidad tan viva y magnífica con sus palabras y actos como Jesús de Nazaret. El Maestro vibraba con el corazón al hablar de su amado Padre Celestial. De la misma forma cómo el infante idolatra a su padre, Jesús se llenaba de éxtasis al describir al Padre. Esto solo podía lograr que tu llegarás a amar más al Padre viviente. Cómo consecuencia tu corazón te movía a declarar por acción y palabra la buena nueva sobre la Paternidad de Dios.
 
La revolución espiritual sobre la Tierra que inició Jesús tendrá una magnífica culminación cuando todo el planeta adore de manera filial al Padre Creador. Mi admiración por el joven de Nazaret, por Jesús,  por traernos esta buena nueva se ha incrementado. Lo amo mucho más por enseñarme a amar al Padre.