viernes, 14 de diciembre de 2012

La perla del gran precio

(1583.2) 140:8.28 El derecho de entrar en el reino está condicionado por la fe, la creencia personal. El costo de permanecer en la ascensión progresiva del reino es una perla de gran precio; para poseerla, el hombre vende todo lo que tiene.

(1583.3) 140:8.29 Las enseñanzas de Jesús son una religión para todos, no solamente para débiles y esclavos. Su religión no se cristalizó (en su época) en credos y leyes teológicas; no dejó una sola línea escrita. Su vida y sus enseñanzas fueron legadas al universo como herencia inspiradora e ideal para la guía espiritual e instrucción moral en todas las épocas en todos los mundos. Y aun hoy, las enseñanzas de Jesús se distinguen de todas las religiones, como tales, aunque son la esperanza viviente de cada una de éstas.

(1583.4) 140:8.30 Jesús no enseñó a sus apóstoles que la religión es la única ocupación del hombre en la tierra; ésa era la idea judía de servir a Dios. Pero sí insistió en que la religión fuera la ocupación exclusiva de los doce. Jesús nada enseñó que desviara a sus creyentes de la búsqueda de la cultura genuina; tan sólo quiso apartarse de las escuelas religiosas de Jerusalén, las cuales estaban esclavizadas por las tradiciones. Era liberal, de gran corazón, culto y tolerante. La mojigatería no tiene lugar en su filosofía de un recto vivir.

(1583.5) 140:8.31 El Maestro no ofrecía soluciones para los problemas no religiosos de su propia época ni de las épocas subsiguientes. Jesús deseaba desarrollar el discernimiento espiritual para captar las realidades eternas y estimular la iniciativa en la originalidad en el vivir; se dedicaba exclusivamente a las necesidades espirituales fundamentales y permanentes de la raza humana. Revelaba una bondad igual a Dios. Exaltaba el amor —la verdad, la belleza y la bondad— como ideal divino y realidad eterna.

(1583.6) 140:8.32 El Maestro vino para crear en el hombre un nuevo espíritu, una voluntad nueva — para impartir una capacidad nueva para conocer la verdad, experienciar la compasión y elegir la virtud— la voluntad de estar en armonía con la voluntad de Dios, combinada con el impulso eterno de volverse perfecto, así como es perfecto el Padre en los cielos.

(1185.3) 140:10.5 La característica fundamental de las enseñanzas de Jesús consistía en la moralidad de su filosofía originada en la relación personal del individuo con Dios —esta misma relación niño-padre. Jesús hacía hincapié en el individuo, no en la raza ni en la nación. Mientras comían la cena, Jesús tuvo una conversación con Mateo en la que le explicó que la moralidad de cualquier acción está determinada por la motivación del individuo. La moralidad de Jesús siempre era positiva. La regla de oro tal como Jesús la rerradactó exige un activo contacto social; la antigua regla negativa podía ser obedecida en la soledad. Jesús liberó la moral de todas las reglas y ceremonias y la elevó a niveles majestuosos de pensamiento espiritual y de vida verdaderamente recta.

(1585.4) 140:10.6 Esta nueva religión de Jesús no carecía completamente de implicaciones prácticas, pero todo valor práctico político, social o económico que se pueda hallar en sus enseñanzas es una consecuencia natural de esta experiencia interior del alma tal como manifiesta los frutos del espíritu en el espontáneo ministerio diario de una genuina experiencia religiosa personal.

(1585.5) 140:10.7 Cuando Jesús y Mateo terminaron de conversar, Simón el Zelote preguntó: «Pero, Maestro, ¿son todos los hombres hijos de Dios?» Y Jesús contestó: «Sí, Simón, todos los hombres son hijos de Dios, y ésa es la buena nueva que vais a proclamar». Pero los apóstoles no conseguían comprender tal doctrina; era un pronunciamiento nuevo, extraño y sorprendente. Y fue debido a su deseo de inculcarles esta verdad debido al que Jesús enseñó a sus discípulos a tratar a todos los hombres como hermanos.

(1585.6) 140:10.8 En respuesta a una pregunta de Andrés, el Maestro aclaró que la moralidad de su enseñanza era inseparable de la religión de su vivir. Enseñaba la moralidad, no fundándola en la naturaleza del hombre, sino en la relación del hombre con Dios.

(1585.7) 140:10.9 Juan le preguntó a Jesús: «Maestro, ¿qué es el reino de los cielos?» Y Jesús respondió: «El reino del cielo consiste en estas tres cosas esenciales: primero, el reconocimiento del hecho de la soberanía de Dios; segundo, la creencia en la verdad de que sois hijos de Dios; y tercero, la fe en la eficacia del supremo deseo humano de hacer la voluntad de Dios —de ser como Dios. Y ésta es la buena nueva del evangelio: que mediante la fe, todo mortal puede obtener estas cosas esenciales para la salvación».