Aunque el inmenso universo parece tener muchos mundos habitados, en escala cósmica la proporción de espacio entre la materia inerte y los ambientes con vida es abismal. Por ejemplo, pensemos solo en nuestro sistema solar:
Se ha calculado que el sistema solar podría tener un diámetro de un billón de kilómetros (1.000.000.000.000) o más. Un rayo de luz necesitaría cuarenta días para cubrir esta distancia, así que el diámetro del sistema solar podría estimarse en más de 1 mes-luz. En cambio, la Tierra, el único planeta con vida autóctona material del sistema solar tiene un diámetro de 12.756 km.
Esto nos muestra el milagro real de nuestra existencia y el lugar del universo donde habitamos. Por esa razón no es extraño que los científicos se admiren del "milagro" de la vida en nuestro planeta. La vida es una risita cósmica en el aliento del universo.
En el Salmo 90:3 se dice sobre los hombres y su fragilidad: "vuelvan a la materia triturada" o Haces que el hombre vuelva al polvo cuando dices: «Vuelvan al polvo, seres humanos.»
La vida arranca desde el polvo, desde la materia inanimada, desde lo muerto e inerte. La materia inanimada e inerte (lo muerto) y sin vida es la condición normal y mayormente presente en el Cósmos. La vida material en nuestro universo es claramente una anormalidad, un "destello" en la eternidad.
Esta perspectiva real debería hacernos razonar para jamás exigir que la vida en sí misma sea un derecho. La vida emerge del polvo y progresa en expansión al igual que una planta que brota de la tierra. Por la tanto, la Vida Eterna no es una condición inherente ni siquiera en los seres humanos.
Es un error pensar que la muerte es parte de un diseño o un castigo, que irrumpe quebrando los esquemas de la vida. Es un error del razonamiento provocado por una visión difusa y pequeña que tenemos de nuestra vida ante el Cosmos. En realidad lo que irrumpe en medio de lo que está muerto es la vida.
"Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas" - Gén. 1:2
Lo inerte, lo muerto es la materia base para que las fuerzas creadoras de Dios implanten la vida. Es el barro para que el Creador moldee las cosas e insufle vida. Asi también se declara sobre la creación del hombre:
"Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente" - Gén. 2:7
Cuando fallecemos volvemos a ser polvo, volvemos a ser materia inanimada. La muerte simplemente es ese estado base, la plataforma en la que el Creador sigue creando y trabajando en su universo.
Comprender estos asuntos nos hace entender que la muerte es una realidad, es el mismo material base de dónde procedemos y que por lo tanto no deberíamos juzgar este proceso para el arranque de la creación a nivel universal. Aceptar la muerte debe darnos paz interior tal como nos enseñó Jesús al beber la copa de la muerte humana.
La vida humana es un paso fugaz en la cuna de la materia inanimada. Para crecer y madurar como seres verdaderamente eternos debemos salir de ésta cuna material. El hombre que intenta humildemente la filiación con Dios y avanza por el sendero del Amor tiene la posibilidad de la Resurrección y obtener la vida eterna en una una realidad que es la auténtica y que gradualmente nos hace crecer mediante la vida en las moradas eternas.