viernes, 4 de octubre de 2013

El Reino de Dios

(1858.1) 170:0.1 EL SÁBADO 11 de marzo por la tarde, Jesús predicó su último sermón en Pella. Fue una de las alocuciones más memorables de su ministerio público, que abarcó un examen pleno y completo del reino de los cielos. Era consciente de la confusión que existía en la mente de sus apóstoles y discípulos sobre el sentido y el significado de las expresiones «reino de los cielos» y «reino de Dios», que él utilizaba indistintamente para designar su misión donadora. El término mismo de reino de los cielos debería haber sido suficiente para separar lo que significaba de toda conexión con los reinos terrenales y los gobiernos temporales, pero no era así. La idea de un rey temporal estaba arraigada demasiado profundamente en la mente de los judíos como para poder desalojarla en una sola generación. Por eso Jesús no se opuso abiertamente, al principio, a este concepto del reino que mantenían desde hacía mucho tiempo.

Antes de la venida de Jesús a la Tierra, el concepto de "Reino de Dios" ya existía firmemente atado en la mente de los judíos. Jesús sabia que no podría cambiar dicha expresión (Reino) que estaba incorporada en el ADN de este pueblo por miles de años. Pero lo que sí hizo, fue reinterpretarla en su entendimiento.

(1858.3) 170:1.1 En relación con la descripción del sermón de Jesús, es preciso señalar que en todas las escrituras hebreas figuraba un doble concepto del reino de los cielos. Los profetas habían presentado el reino de Dios como:
(1858.4) 170:1.2 1. Una realidad presente; y como
(1858.5) 170:1.3 2. Una esperanza futura — cuando el reino llegara a realizarse en su plenitud en el momento de la aparición del Mesías. Este concepto del reino fue el que enseñó Juan el Bautista.
(1858.6) 170:1.4 Y habría que tener presentes en la memoria otras dos ideas del reino:
(1858.7) 170:1.5 3. El concepto judío posterior de un reino mundial y trascendental, de origen sobrenatural e inauguración milagrosa. 
(1858.8) 170:1.6 4. Las enseñanzas persas que describían el establecimiento de un reino divino al fin del mundo, como consecución del triunfo del bien sobre el mal.
(1858.9) 170:1.7 Poco antes de la venida de Jesús a la Tierra, los judíos combinaban y confundían todas estas ideas del reino en su concepto apocalíptico de la llegada del Mesías para establecer la era del triunfo judío, la era eterna del gobierno supremo de Dios en la Tierra, el nuevo mundo, la era en que toda la humanidad adoraría a Yahvé.

Es sorprendente como hoy muchas Iglesias y Organizaciones modernas han resurgido de alguna forma el concepto de gobierno nacional judío. La diferencia actual es que dichas religiones lo trasladan a una "Sede Celestial" pero con las mismas implicancias prácticas del nacionalismo hebreo.

(1859.1) 170:1.8 El reino de los cielos, tal como ha sido comprendido y malentendido durante todos los siglos de la era cristiana, abarcaba cuatro grupos distintos de ideas:
(1859.2) 170:1.9 1. El concepto de los judíos.
(1859.3) 170:1.10 2. El concepto de los persas.
(1859.4) 170:1.11 3. El concepto de la experiencia personal de Jesús — «el reino de los cielos dentro de vosotros.»
(1859.5) 170:1.12 4. Los conceptos amalgamados y confusos que los fundadores y divulgadores del cristianismo han intentado inculcar al mundo.
Las ideas dominantes sobre el Reino de Dios en muchas religiones modernas obedecen a éstas mezclas y amalgamas. Y son estas ideas inexactas sobre el Reino las que han provocado una serie de errores en la correcta lectura de la simbología profética y el género apocalíptico.

Hay Iglesias que afirman que Cristo regresará a la tierra y que en la Jerusalén literal establecerá una sede mundial de gobernación para traer la nueva tierra. Otros que no volverá a Israel, pero que desde los cielos tendrá una sede de gobierno celestial con un Israel espiritual que gobernará toda la tierra. Y durante muchos años otros han creído que la Iglesia como institución es el Reino de Dios en la Tierra.

(1859.6) 170:1.13 En momentos distintos y en circunstancias diversas parece que Jesús pudiese haber presentado numerosos conceptos del «reino» en sus enseñanzas públicas, pero a sus apóstoles siempre enseñó que el reino comprende la experiencia personal del hombre en relación con sus semejantes en la tierra y con el Padre en el cielo. En relación con el reino, sus últimas palabras siempre fueron: «el reino está dentro de vosotros».

(1859.7) 170:1.14 Los siglos de confusión que sobrevinieron, respecto del significado del término «reino del cielo», se debieron a tres factores:
(1859.8) 170:1.15 1. La confusión ocasionada por la observación de la idea de «reino» tal como fue pasando a través de las varias fases progresivas de su modificación por parte de Jesús y de sus apóstoles. 
(1859.9) 170:1.16 2. La confusión que inevitablemente estaba asociada con el transplante del cristianismo primitivo de suelo judío a suelo gentil. 
(1859.10) 170:1.17 3. La confusión inherente al hecho de que el cristianismo se transformó en una religión organizada sobre la idea central de la persona de Jesús; el evangelio del reino se tornó más y más una religión sobre él.
Notamos como en la actualidad hay una herencia confusa que se centra en un solo término o concepto del Reino, más que en la totalidad de elementos asociados que incluyen la experiencia personal. Así hay grupos que solo enfatizan que el Reino es "un gobierno celestial" (centrándose parcamente en el término) pero que evaden las otras declaraciones de Jesús, incluso en los Evangelios alusivas a una vivencia personal, como la perla de gran valor, el ser como un niño y el nacer otra vez para  experimentar ese Reino. Son éstas declaraciones de Jesús sobre el Reino las que nos arrojan luz realmente sobre lo que era realmente dicho término en la mente de Jesús.

(1859.11) 170:2.1 El Maestro aclaró que el reino del cielo debe comenzar con el concepto dual de la verdad de la paternidad de Dios y el hecho correlacionado de la hermandad de los hombres, y debe centrarse en esto. La aceptación de esta enseñanza, aclaró Jesús, liberaría al hombre de su larga esclavitud de miedo animal y al mismo tiempo enriquecería el vivir humano con los siguientes dones de la nueva vida de libertad espiritual:
(1859.12) 170:2.2 1. La posesión de un nuevo valor y mayor poder espiritual. El evangelio del reino iba a liberar al hombre e inspirarlo para que se atreviera a albergar la esperanza de vida eterna. 
(1859.13) 170:2.3 2. El evangelio llevaba un mensaje de nueva confianza y verdadero consuelo para todos los hombres, aun los pobres. 
(1859.14) 170:2.4 3. En sí mismo era una nueva norma de valores morales, una nueva vara de ética para medir la conducta humana. Ilustraba el ideal del nuevo orden de la sociedad humana que resultaría de él. 
(1859.15) 170:2.5 4. Enseñaba la preeminencia de lo espiritual en comparación con lo material; glorificaba las realidades espirituales y exaltaba los ideales sobrehumanos. 
(1860.1) 170:2.6 5. Este nuevo evangelio presentaba el alcance espiritual como meta auténtica del vivir. La vida humana recibía una nueva dotación de valor moral y dignidad divina. 
(1860.2) 170:2.7 6. Jesús enseñó que las realidades eternas eran el resultado (la recompensa) del esfuerzo recto en la tierra. La estadía mortal del hombre en la tierra adquirió nuevo significado como consecuencia del reconocimiento de un destino noble. 
(1860.3) 170:2.8 7. El nuevo evangelio afirmaba que la salvación humana es la revelación de un propósito divino de largo alcance que debe ser satisfecho y realizado en el destino futuro del servicio sin fin de los hijos salvados de Dios.
 (1860.12) 170:2.17 Esa tarde, el Maestro les enseñó claramente un nuevo concepto de la doble naturaleza del reino, al ilustrar las siguientes dos fases:

(1860.13) 170:2.18 «Primero. El reino de Dios en este mundo, el supremo deseo de hacer la voluntad de Dios, el amor altruista del hombre que rinde los buenos frutos de una mejor conducta ética y moral.

(1861.1) 170:2.19 «Segundo. El reino de Dios en el cielo, la meta de los creyentes mortales, el estado en el que el amor por Dios se ha perfeccionado, y se cumple la voluntad de Dios más divinamente».

(1861.2) 170:2.20 Jesús enseñó que, por la fe, el creyente entra ahora al reino. En los varios discursos enseñó que dos cosas son esenciales para ingresar al reino por la fe:
(1861.3) 170:2.21 1. La fe, la sinceridad. Venir como un niñito, para recibir el don de la filiación como un regalo; someterse a hacer, sin preguntas, la voluntad del Padre, y con una genuina y plena confianza en la sabiduría del Padre; entrar al reino, libre de prejuicios y preconceptos; tener la mente abierta y dispuesta a aprender como un niño pequeño. 
(1861.4) 170:2.22 2. El hambre de la verdad. La sed de rectitud, un cambio de la actitud mental, la adquisición de la motivación para ser como Dios y para encontrar a Dios.
Observamos como todas las cosas que hemos oído tantas veces cobran un nuevo y gran sentido. "Buscar primero el reino" realmente adquiere un significado más pleno y experencial. Qué lastima que muchos no expliquen ésta forma tan íntima y vivencial de entender el Reino y solamente presenten una parca imagen y distante de un "gobierno celestial", de un monarca canoso sentado en un trono,  sin ninguna conexión vinculante y real con nuestro propio corazón.

(1860.5) 170:2.10 Los apóstoles eran incapaces de captar el significado real de las declaraciones del Maestro acerca del reino. La deformación posterior de las enseñanzas de Jesús, tal como están registradas en el Nuevo Testamento, se debe a que el concepto de los escritores evangélicos estaba influido por la creencia de que Jesús sólo se había ausentado del mundo por un corto período de tiempo; que pronto regresaría para establecer el reino con poder y gloria — exactamente la idea que habían mantenido mientras estaba con ellos en la carne. Pero Jesús no había asociado el establecimiento del reino con la idea de su regreso a este mundo. Que los siglos hayan pasado sin ningún signo de la aparición de la «Nueva Era», no está de ninguna manera en desacuerdo con la enseñanza de Jesús.

(1860.6) 170:2.11 El gran esfuerzo incluido en este sermón fue la tentativa por trasladar el concepto del reino de los cielos al ideal de la idea de hacer la voluntad de Dios. Hacía tiempo que el Maestro había enseñado a sus seguidores a orar: «Que venga tu reino; que se haga tu voluntad»; en esta época intentó seriamente inducirlos a que abandonaran la utilización de la expresión reino de Dios a favor de un equivalente más práctico: la voluntad de Dios. Pero no lo consiguió.

(1860.7) 170:2.12 Jesús deseaba sustituir la idea de reino, de rey y de súbditos por el concepto de la familia celestial, del Padre celestial y de los hijos liberados de Dios, dedicados al servicio alegre y voluntario de sus semejantes, y a la adoración sublime e inteligente de Dios Padre.

(1860.8) 170:2.13 Hasta este momento, los apóstoles habían adquirido un doble punto de vista sobre el reino; lo consideraban como:
(1860.9) 170:2.14 1. Un asunto de experiencia personal entonces presente en el corazón de los verdaderos creyentes, y
(1860.10) 170:2.15 2. Una cuestión de fenómeno racial o mundial; el reino se encontraba en el futuro, algo a esperar con mucha ilusión.
(1860.11) 170:2.16 Consideraban la llegada del reino en el corazón de los hombres como un desarrollo gradual, semejante a la levadura en la masa o al crecimiento de la semilla de mostaza. Creían que la llegada del reino, en el sentido racial o mundial, sería al mismo tiempo repentina y espectacular. Jesús nunca se cansó de decirles que el reino de los cielos era su experiencia personal consistente en obtener las cualidades superiores de la vida espiritual; que esas realidades de la experiencia espiritual son transferidas progresivamente a unos niveles nuevos y superiores de certidumbre divina y de grandeza eterna.

(1861.6) 170:2.24 Cuando el apóstol Juan empezó a escribir la historia de la vida y las enseñanzas de Jesús, los primeros cristianos habían tenido tantos problemas con la idea del reino de Dios como generadora de persecuciones, que prácticamente habían abandonado la utilización de este término. Juan habla mucho sobre la «vida eterna». Jesús habló a menudo de esta idea como el «reino de la vida». También aludió con frecuencia al «reino de Dios dentro de vosotros». Una vez calificó esta experiencia de «comunión familiar con Dios Padre». Jesús intentó sustituir la palabra «reino» por otros muchos términos, pero siempre sin éxito. Utilizó entre otros: la familia de Dios, la voluntad del Padre, los amigos de Dios, la comunidad de los creyentes, la fraternidad de los hombres, el redil del Padre, los hijos de Dios, la comunidad de los fieles, el servicio del Padre, y los hijos liberados de Dios.

(1861.7) 170:2.25 Pero no pudo evitar la utilización de la idea de reino. Más de cincuenta años más tarde, después de la destrucción de Jerusalén por los ejércitos romanos, fue cuando este concepto del reino empezó a transformarse en el culto de la vida eterna, a medida que sus aspectos sociales e institucionales eran asumidos por la iglesia cristiana en rápida expansión y cristalización.

(1862.7) 170:3.10 La religión del reino es personal, individual; los frutos, los resultados, son familiares, sociales. Jesús nunca dejó de exaltar el carácter sagrado del individuo en contraposición con la comunidad. Pero también reconocía que el hombre desarrolla su carácter mediante el servicio desinteresado; que despliega su naturaleza moral en las relaciones afectuosas con sus semejantes.

(1862.8) 170:3.11 Al enseñar que el reino es interior, al exaltar al individuo, Jesús dio el golpe de gracia al antiguo orden social, en el sentido de que introdujo la nueva dispensación de la verdadera rectitud social. El mundo ha conocido poco este nuevo orden social, porque ha rehusado practicar los principios del evangelio del reino de los cielos. Cuando este reino de preeminencia espiritual llegue de hecho a la Tierra, no se manifestará simplemente mediante una mejora de las condiciones sociales y materiales, sino más bien mediante la gloria de esos valores espirituales, realzados y enriquecidos, que caracterizan a la era que se aproxima de mejores relaciones humanas y de logros espirituales progresivos.