martes, 8 de octubre de 2013

La fuente de la vida eterna


"A cualquiera que beba del agua que yo le daré de ningún modo le dará sed jamás, sino que el agua que yo le daré se hará en él una fuente de agua que brotará para impartir vida eterna" - Juan 4:14

Aquí notamos una máxima trascendental explicada por Jesús. El propio individuo que bebe del agua de Jesús, se transforma él mismo  en una fuente que puede derramar vida eterna a otros. La declaración anterior nos muestra que nosotros mismos somos conductos de Dios para dar el agua de la vida, ya que Dios mismo vive en nosotros mediante su Ajustador.

Cuando como Hijos de Dios despertemos a nuestra filiación y realidad, conectando con el Padre Universal, tendremos la fuerza para transformar el mundo. La fuente de la vida eterna está dentro de nosotros mismos.

El libro de Urantia amplia un poco ésta conversación de Jesús con Nalda, la mujer de Sicar:

(1613.1) 143:5.3 Jesús respondió: «Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua del espíritu vivo no volverá a tener sed nunca más. Y esta agua viva se convertirá en él en un manantial refrescante que brotará para la vida eterna».

Jesús habla del "agua del espíritu vivo", esto es la Presencia del Ajustador, Dios mismo en nosotros. Y luego que esta fuente o manantial es "refrescante" cuando imparte la vida eterna. Encontrar la auténtica felicidad de la vida, está en beber del agua de ese Espíritu al conectarnos con él. Entonces se produce una transformación en nuestra vida que nos empuja a derramar esa agua a otros.


Si meditamos en estas poderosas palabras entenderemos que tenemos un potencial grandioso. Jesús antes de partir de la tierra declaró a los suyos:

Muy verdaderamente les digo: El que ejerce fe en mí, ese también hará las obras que yo hago; y hará obras mayores que estas, porque yo estoy siguiendo mi camino al Padre. - Juan 14:12

El potencial de los Hijos de Dios es inmenso. Jesús enseñó a los suyos que el poder transformador de la Fe es la obra y voluntad de Dios, la expansión del Reino de Dios en la Tierra.

La religión primitiva de la autoridad enseña el sometimiento ciego a hombres que se alzan como intermediarios entre Dios y los hombres. Esta religión no produce auténticos frutos de crecimiento y desarrollo espiritual. Estanca a los hombres en rutinas "sagradas" pero no libera al hombre para que pueda experimentar a Dios. La religión de la revelación, en cambio enseña que el propio hombre tiene el poder transformador de la Fe para mover montañas y hacer obras mayores que las del propio Jesús, impartiendo él mismo la vida eterna. Esto resalta las potencialidades del hombre como Hijo de Dios.