¿Cómo sabemos cuando
renacemos del Espíritu?
En la religión verdadera y
personal de la experiencia con Dios, es sumamente difícil formular un esquema
cronológico sobre este asunto. Es como estar enamorado. Solo la persona puede vivir y experimentar los “círculos psiquicos” que le llevan al renacer.
Pero se experimenta una conciencia de Dios que finalmente te da seguridad de
que él te está guiando, y eso te acompaña por el resto de tu vida. Sin embargo,
señalar tal momento como punto de arranque solo es experimentable por cada
criatura. No obstante, podemos tener éstos lineamentos generales:
34:6.10 (381.4) El
propósito de todo esto es, «que podáis ser fortalecidos con el poder en el
hombre interior por Su espíritu». Y todo esto tan sólo representa los pasos
preliminares hacia el logro final de la perfección de la fe y el servicio, esa
experiencia en la que os hallaréis «llenos de la entera plenitud de Dios»,
«porque todos los que son guiados por el espíritu de Dios son los hijos de
Dios».
34:6.11 (381.5) El
Espíritu nunca impulsa, sólo guía. Si eres un aprendiz voluntarioso, si quieres
lograr niveles espirituales y alcanzar las alturas divinas, si sinceramente
deseas alcanzar el objetivo eterno, entonces el Espíritu divino te guiará suave
y amorosamente por el camino de la filiación y el progreso espiritual. Cada
paso que des debe ser de buena voluntad, cooperación inteligente y alegre. La
dominación del Espíritu no está matizada jamás por la coerción ni comprometida
por la compulsión.
34:6.12 (381.6) Y cuando
esa vida de guía espiritual sea aceptada inteligentemente y sin reservas, se
desarrolla gradualmente en la mente humana una conciencia positiva de contacto
divino y seguridad de comunión espiritual; tarde o temprano «el Espíritu
atestigua con tu espíritu (el Ajustador) que eres una criatura de Dios». Ya tu
propio Ajustador del Pensamiento te ha hablado de tu parentesco con Dios de
manera que la historia demuestra que el Espíritu atestigua «con tu espíritu»,
no para tu espíritu.
34:6.13 (381.7) La
conciencia de la dominación del espíritu en una vida humana exhibe finalmente
manifestaciones cada vez mayores de las características del Espíritu en las
reacciones vitales de tales mortales guiados por el espíritu, «porque los
frutos del espíritu son el amor, la alegría, la paz, la resignación, la
dulzura, la bondad, la fe, la humildad, y la templanza». Tales mortales que son
guidados por el espíritu y están divinamente iluminados, aun cuando caminan por
los bajos senderos del sufrimiento y con lealtad humana cumplen con las obligaciones
de sus deberes terrenales, han comenzado ya a discernir las luces de la vida
eterna que centellean en las lejanas orillas de otro mundo; ya han comenzado a
comprender la realidad de esa verdad inspiradora y reconfortante: «El reino de
Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz, y alegría en el Espíritu
Santo». A través de cada prueba, frente a cada penuria, las almas nacidas del
espíritu están sostenidas por esa esperanza que trasciende todos los temores,
porque el amor de Dios se esparce a todos los corazones a través de la
presencia del Espíritu divino.